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La construcción del otro

El orientalismo | Crítica

José María Perceval publica en Cátedra El orientalismo. El sueño y la pesadilla que construyó Occidente, amplio estudio sobre la literatura occidental en que se formula dicha categoría, vinculada a lo exótico, lo irracional o lo trascendente

Salida de la familia de Boabdil de la Alhambra. Manuel Gómez Moreno. 1880
Manuel Gregorio González

09 de marzo 2025 - 06:00

La ficha

El orientalismo. José María Perceval. Cátedra. Madrid, 2025. 256 págs. 21,95 €

En este libro de Perceval se consigna un proceso secular, a través del cual se ha configurado una precisa imagen del Oriente. Una imagen en evolución, desde la campaña de Alejandro en la India a la Gran odalisca de Ingres, de cuya perfección ha resultado también el refinamiento de su concepto reflejo, el de Occidente. Al tratarse de una indagación sobre la naturaleza del orientalismo, se hace inevitable aludir a su más célebre formulación, el Orientalismo de Edward Said, cuyo estudio sobre la literatura europea del XVIII-XIX, y la decantación de un concepto de lo oriental, gozan de justa y discutida fama. Este estudio de Perceval amplía el ámbito de lo estudiado por Said, situando su nacimiento en la nostalgia de la Granada nazarí y en la literatura morisca de El Abencerraje (1561), de la que el XIX haría amplio uso: El último Abencerraje de Chateaubriand, instigador de los Cien mil hijos de san Luis, es de 1834.

El orientalismo crece en el XVIII con la traducción de Galland de las Mil y una noches y las Cartas persas de Montesquieu

La expansión europea de dicho gusto “morisco”, presente en la obra de Cervantes -pensemos en su narrador Cide Hamete Benengueli-, llegará a convertirse en un lugar común de la literatura continental, cuyo ápice, no obstante, se alcanzará en el XVIII con la traducción/adaptación de Galland de las Mil y una noches o en las no menos célebres Cartas persas del barón de la Brede. Será, en todo caso, en el XIX, cuando “lo pintoresco” y lo “sublime”, categorías divulgadas por Burke y Kant, adquieran su robusto esplendor en la imaginería oriental, prohijada por el Romanticismo. A ellos habrán de añadirse otros conceptos sobre los que se asentará lo Oriental como categoría, a un tiempo geográfica y humana, de naturaleza trascendente: el misterio, la fantasía, el exotismo y otros tropos literarios donde el Occidente decimonono, y aún el del XX (recuérdese a la holandesa Mata-Hari o al británico Lawrence de Arabia), desplazaron la huella de lo sacro.

Especial atención merece, por cuanto nos concierne más estrechamente, la orientalización de España y Rusia, tras los respectivos fracasos napoleónicos, por obra del marqués de Custine, quien acudirá al pintoresquismo a la moda para justificar la derrota de la Razón por fuerzas irracionales (el guerrillero, el mongol, etc.). Este pintoresquismo es el que el malogrado Ganivet llevaría a una particular expresión poética en su Idearium español.

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