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Ellas hablan | Crítica

Pedagogía feminista para el Oscar

Una imagen del filme de Sarah Polley, candidato al Oscar.

Una imagen del filme de Sarah Polley, candidato al Oscar.

Con Ellas hablan completamos al fin la decena de títulos candidatos al Oscar a la mejor película de este año, un filme que viene a cubrir una doble cuota, directora femenina y asunto feminista, de la mano de la canadiense Sarah Polley (Lejos de ella, Stories we tell) y su adaptación de la novela de Miriam Towes con avales de producción de Brad Pitt y Frances McDormand, que se reserva un par de breves apariciones silentes.

Ambientada en algún lugar de Estados Unidos en una época indeterminada (fotografía desaturada mediante) y en el seno de una comunidad religiosa aislada, la película no oculta su proyección utópica, sus esquemas teatrales y su voluntad pedagógica a propósito de las distintas corrientes, debates y oleadas del feminismo para poner a dialogar a un grupo de mujeres de distintas generaciones que exponen en una larga sesión de grupo los pros y contras de tres posibles reacciones a los constantes abusos sexuales y la violencia que reciben de sus hombres: quedarse y callar, quedarse y pelear y escapar del lugar.

Literalmente estancada en la ilustrativa reunión de debate, con dudosas salidas narrativas y flashes que materializan o sugieren el horror, y sin apenas presencia de los hombres a excepción de maestro que hace de notario (el hombre bueno y sensible) y de los rostros de los niños y jóvenes (la inocencia corrompida y su perpetuación), Ellas hablan explicita y subraya siempre más de lo necesario los caminos y variantes de su discurso, incidiendo en esa idea de la parábola que busca las evidentes conexiones con el movimiento #metoo y con la larga historia de sometimiento del heteropatriarcado.

A la postre, el filme deviene redundante y obvio en su pedagogía y hasta en sus matices, que también los tiene, prisionero de una dinámica que no termina de fluir a pesar de la respiración que le proporciona la música de Hildur Guðnadóttir o de las prestaciones de sus actrices, y no tanto las jóvenes y conocidas Rooney Mara, Jessey Buckley o Claire Foy como las veteranas y menos familiares Sheila MacCarthy y Judith Ivey.