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Josefina | Crítica

Elogio de la sobriedad

Emma Suárez y Roberto Álamo en una imagen de 'Josefina'.

Emma Suárez y Roberto Álamo en una imagen de 'Josefina'.

Resulta sorprendente para tratarse de un debut el control del tono y los elementos narrativos y formales de esta película de Javier Marco alejada además de toda coyuntura o moda en su implacable apuesta por la sobriedad y la depuración, por momentos con resonancias casi bressonianas.

La mirada y los silencios activan aquí una hermosa historia de amor sublimado entre un funcionario vigilante de prisiones y la madre de un interno, una historia cocinada a fuego lento entre las rutinas cotidianas de dos personajes tocados por la soledad, la obsesión y el abatimiento que se cruzan tal vez para redimirse a través de una mentira que activa todo un mecanismo de acercamiento.

Josefina transita así con pasmosa austeridad, preciso ritmo e impecable sentido de la elipsis por los elocuentes cuadros de estos encuentros donde la cámara está siempre en el lugar y a la distancia precisos y la escueta música de aire barroco actúa como signo de puntuación y catalizador emocional del relato.

Pero son sobre todo Roberto Álamo, actor inconmensurable capaz de agigantarse hasta lo monstruoso o empequeñecerse hasta lo más íntimo, retraído y frágil, y Emma Suárez, igualmente extraordinaria en su modulación de la abnegación y el pesar, los que sostienen por sí mismos este castillo de naipes marcados en el que, salvo algunos pequeños rellenos, lo que se calla importa tanto como lo que se dice y donde un leve roce o una mirada a cámara son capaces de llenar de una intensa emoción la pantalla. Ambos deberían ser firmes candidatos al Goya, también esta película con la que nace un verdadero y valiente cineasta.