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Quo vadis, Aida? | Crítica
** ‘Quo vadis, Aida?’. Drama, Bosnia-Rum-PB, 100 min. Dirección y guion: Jasmila Žbanić. Fotografía: Christine A. Maier. Música: Antoni Lazarkiewicz. Intérpretes: Jasna Ðuricic, Izudin Bajrovic, Boris Ler, Dino Bajrovic, Boris Isakovic.
A concurso en la sección oficial del pasado SEFF y candidata al Oscar a la mejor película internacional tras un largo recorrido festivalero, Quo vadis, Aida? regresa al trágico episodio de la matanza de Srebrenica (Bosnia-Herzegovina) en julio de 1995, cuando más de 8.000 civiles bosnios musulmanes fueron asesinados a manos de las tropas serbias dirigidas por Ratko Mladic ante la pasividad de la ONU y la indiferencia de los medios occidentales.
La película de Jasmila Žbanic, que ya había mostrado los horrores de aquella guerra a propósito de las violaciones de las mujeres bosnias en Grbavica (2006), se sitúa en los días previos a la tragedia siguiendo de cerca las idas y venidas de Aida (estupenda Jasna Ðuricic), una maestra local que hace de traductora entre las partes en conflicto al tiempo que intenta desesperadamente mantener a su familia en el campamento de refugiados.
Respaldado por los hechos reales, todo aquí respira el inconfundible aroma de la reconstrucción y cierta simplificación dramática: los trasuntos de Mladic y sus mandos responden al manual del asesino despiadado y sádico, mientras que los cascos azules confirman con su desconcierto la insignificancia de su papel en el conflicto. Al otro lado, los refugiados y perseguidos son tratados como una masa uniforme y atemorizada, en un esquematismo que, a pesar de la verdad histórica, no deja demasiado lugar a los matices en aras del subrayado de la barbarie.
Quo Vais, Aida? quedará así como un ejercicio rotundo y bienintencionado de memoria histórica para resarcir a las víctimas de aquella ‘limpieza étnica’, pero tampoco puede disimular ciertas carencias. Entre cámaras lentas caprichosas, cierta tendencia al estancamiento e incluso un sueño premonitorio, tan sólo un par de agradecidos fuera de campo nos ahorran la frontalidad explícita del horror con un cierto sentido del pudor y la contención.
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