Semilla del son | Crítica

Memoria del mestizaje

Santiago Auserón en una imagen del documental.

Santiago Auserón en una imagen del documental.

En cierta forma, podría decirse que este documental de Auserón y Betancort es el anti-Buena Vista Social Club (1999) de Cooder y Wenders, o al menos un elegante contra-relato de aquel. Donde allí había una calculada estrategia comercial y una operación de nostalgia geriátrica para rescatar a los últimos maestros vivos de la música popular cubana para acabar llevándolos al Carnegie Hall de Nueva York, en este documental se hace un viaje inverso, un viaje al interior de la isla de Cuba, de Occidente a Oriente y con billete de vuelta, en busca no tanto de la proyección internacional de un fenómeno musical como de las propias raíces del son montuno, la vieja trova, el danzón, el changüí, el bolero o la rumba, unas raíces mestizas donde confluyen África y las influencias españolas y del Sur de los Estados Unidos, preservadas lejos de la World Music y sus estrategias de mercado.

Conviene recordar que, tras algunas visitas en los años 80 y al poco tiempo de disolver Radio Futura, Auserón recopilaba ya en un disco doble titulado precisamente Semilla del son todos aquellos sones, ritmos y canciones en la voz de sus intérpretes originales, de Benny Moré al Trío Matamoros pasando por Septeto Nacional, Celeste Mendoza o Los Naranjos, también que su nuevo alter ego, Juan Perro, debutó en 1994 con un disco memorable grabado en los estudios EGREM de La Habana, Raíces al viento, con un puñado de temas y cantares afrocubanos donde colaboraban prestigiosos músicos e instrumentistas locales.

Casi treinta años después, de la mano de Juanma Betancort (Playing Lecuona), Auserón regresa siempre curioso sobre sus propios pasos y prolonga su ruta hasta el extremo más oriental de la isla, verdadera cuna del son en su forma más primitiva y genuina, para hacernos de didáctico guía, ahí están sus imprescindibles libros ensayísticos sobre la materia (Arte sonora, El ritmo perdido) que sirven de base erudita para su narración, de un viaje sonoro y humano empeñado en reivindicar la conexión perdida de la música española con esas raíces, al tiempo en que se muestra siempre cordial, agradecido y generoso ante esos músicos anónimos que preservan y miman la tradición como el verdadero tesoro cultural de un país crisol de mestizaje.

De Santiago de Cuba a Guantánamo pasando por Manzanillo, Cienfuegos, Matanzas o Baracoa, Semilla del son articula un relato etnográfico y musical siempre respetuoso y alerta ante cualquier posible asomo de apropiación cultural, revela una vez más a un Auserón lúcido, elocuente y sabedor siempre de su sitio como facilitador de encuentros y ceremonias, deja escuchar la música en sus procesos naturales y se abre a la belleza natural de la isla y a la calidez de sus gentes sin paternalismos ni lecciones desde la vieja Europa.      

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