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Orquesta Barroca de Sevilla | Crítica

¡Danzad, danzad, malditos!

Los violines y vientos de la Barroca obedecen a Cohen en el Espacio Turina

Los violines y vientos de la Barroca obedecen a Cohen en el Espacio Turina / Lolo Vasco (Femàs)

Tras tocarlo en el Auditorio Nacional un día antes, y con el prestigioso director británico Jonathan Cohen al frente, la OBS traía al Femàs un programa de grandes éxitos orquestales del Barroco tardío para una nutrida formación: amplias cuerdas, oboes, fagot y trompas.

Aunque los autores fueran mayormente del ámbito alemán, como siempre en esta música cabía preguntarse si en la versión de la Barroca ganaría la batalla de los estilos el fogoso italiano o el bailable francés. Comenzó venciendo el primero: un vivaldiano Zelenka de importantes dificultades para el violín solista, que, llevado a tempos exigentes, pilló algo fría a Tur Bonet; la ibicenca y la orquesta cumplieron, pero sin la brillantez que suelen. Lo francés ganó terreno en el divertido y campestre Brandeburgo nº 1, en el que Cohen marcó el terreno del resto del concierto: sin renunciar al sonido pleno pedido por Bach, priorizó la claridad rítmica, los ritmos bailables y las idiomáticas intervenciones de las trompas de caza, espléndidas, y de unas maderas entre las que destacó, como casi siempre que viene, ese excelente oboísta –e incluso flautista de pico– que es Pedro Castro.

Esa misma línea de transparencia y articulaciones muy claras hizo tan bailables como deben serlo las danzas de Rameau. El sonido más suntuoso quedó para el célebre Händel final, algo menos justo de afinación en los masivos tutti pero de amplia paleta de colores, muy bello sonido en las cuerdas y, siempre, una invitación a la danza.

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