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Las buenas compañías | Crítica

En la lucha y en la intimidad

Alicia Falcó, protagonista del filme de Silvia Munt.

Alicia Falcó, protagonista del filme de Silvia Munt.

El nuevo filme de Silvia Munt (Gala, Pretextos, Mar de plástico) recupera el episodio histórico de las ‘11 de Errentería’ (Guipúzcoa), aquel grupo de mujeres vascas que se enfrentó a la justicia de la época después de ayudar a más de 1.000 mujeres a abortar en condiciones dignas y seguras entre 1977 y 1985, fecha de la aprobación de la Ley del Aborto en España.

Empero, Las buenas compañías no es exactamente una crónica de reconstrucción sobre aquella lucha por los derechos de las mujeres y sus circunstancias, sino que centra su trama en la relación íntima entre dos jóvenes dispares reunidas en torno a la necesidad de un aborto y separadas por la inevitable diferencia de clase.

Alicia Falcó encarna a nuestra protagonista, hija de una trabajadora doméstica con el padre en la cárcel, furor roquero y fuertemente implicada con el activismo feminista local. Su encuentro con la nieta (Elena Tarrats) de una familia acomodada, religiosa y conservadora activa un proceso de atracción y autodescubrimiento que centra el argumento del filme con el horizonte de una escapada a Francia para resolver el embarazo de esta última.

Película de mujeres de distintas generaciones y contextos unidas en un tiempo convulso, Las buenas compañías sigue apartando o estigmatizando a los personajes masculinos como estrategia de guion que separa los frentes y despeja el camino para celebrar la sororidad como motor de libertades y conquistas civiles. Pero lo más interesante hay que buscarlo en la paulatina cercanía, también física, a esas dos jóvenes cuyos encuentros, conversaciones y roces encapsulan aunque sea brevemente un espacio de deseo y libertad y preludian esa salida donde la imposibilidad del romance y la esperanza de cambios van unidas de la mano.