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DERBI Sánchez Martínez, árbitro del Betis-Sevilla

Ministriles Hispalensis | Crítica

Futuro pretérito

Un momento del concierto de Ministriles Hispalensis en Santa Clara.

Un momento del concierto de Ministriles Hispalensis en Santa Clara. / Francisco Roldán

Proclives como son a la reinvención de tradiciones –y tantas veces tradiciones espurias–, bien harían las cofradías sevillanas en girar su mirada musical hacia la época en que la Catedral de Sevilla acogió en su seno a las bandas de ministriles, y creó para ellas unas costumbres y un repertorio que serían modelo para toda Europa. Hablamos, naturalmente, de ese Siglo de Oro en el que nuestra ciudad era capital del mundo y vértice de difusión de la mejor música conocida.

A ella dedicaron su programa los Ministriles Hispalensis, empeñados desde hace lustros en recuperar ese sonido perdido por cuatro siglos. Este Jueves Santo fueron un paso más allá: asistimos no a un concierto, sino a una procesión que deambuló por las cuatro galerías del claustro de Santa Clara, en una sinfonía a la que no faltaron atambor, esquila, carraca, órgano de mano, pájaros, capas, golas y hasta las ingenuas voces de un coro de adolescentes ataviados de monaguillos.

El resultado escénico fue evocador y espléndido; aunque sin pretensiones exactamente litúrgicas, impresionó con la gravedad de una procesión penitencial gracias a una dramaturgia cuidada y bien engarzada. El resultado musical osciló entre la inocencia amateur de las voces y la brillantez de los ministriles en las obras homofónicas, en las que lucieron la plenitud sonora de la afinación pura y unas dinámicas de mucho vuelo, explotadas incluso en efectos policorales, con fortes llenos y glosas de cornetas bien hormadas. En las dinámicas en piano y en algunas piezas imitativas las entradas resultaron un tanto tímidas, pero lo compensó el terciopelo del sonido de cornetas y sacabuches.

Si procede subrayar actuaciones individuales en un concierto muy grupal es imposible no destacar el sonido grande y magnífico de Díaz Giráldez –que demuestra que la tantas veces maltratada chirimía puede frasear con gusto y lucir perfecta afinación–, las intervenciones flautísticas de un Rodón elegante y flexible, y el impulso rítmico y dinámico de la percusión de Garrido; pero sobre todo hay que señalar el desempeño colectivo de un conjunto ya imprescindible en la escena musical sevillana. El evento solo dejó un mal sabor de boca: el escasísimo aforo disponible, obligado por imperativo sanitario y municipal a la misma hora en que el mismo Ayuntamiento hacía la vista gorda a aglomeraciones en las iglesias y sus aledaños.

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