El viaje de Harold | Crítica

Una estrella para Wilton y otra para Broadbent

Jim Broadbent, en 'El viaje de Harold'.

Jim Broadbent, en 'El viaje de Harold'. / D. S.

Novelista de vocación tardía tras haber sido actriz y guionista radiofónica, Rachel Joyce dio en la diana del éxito con su primera novela, El insólito peregrinaje de Harold Fry, en la que se basa esta película cuyo guión ha escrito ella misma. La dirige Hettie MacDonald, una realizadora que empezó bien en 1996 con la comedia Beatiful Thing, basada en una exitosa obra teatral de Jonathan Harvey, para después dedicarse exclusivamente a la televisión, sobre todo adaptando obras de Agatha Christie a las que se puede añadir una correcta adaptación de Regreso a Howards End de Foster. Regresa al cine 27 años después afectada por la bebeceína, es decir, por esa corrección no sobrada de inspiración que fue la marca de las por otra parte estimables series de la BBC.

La suma de la novela y el guión de Joyce y de la dirección de MacDonald da como resultado, sobre todo por culpa de la materia prima narrativa, una versión descafeinada pero muy azucarada de las películas de viajes poco convencionales de ancianos en busca de la libertad y la independencia (Harry y Tonto), de un hermano moribundo con el que tienen cuentas que arreglar (Una historia verdadera, la cumbre de todas ellas), de una hija y una familia política insoportable que al final será redentora (A propósito de Schmidt), de un premio de lotería (Nebraska) o de sueños que deben cumplirse antes de que llegue la muerte anunciada (Ahora o nunca).

Art Cartney viajaba con un gato en Harry y Tonto, Richard Farnsworth en un corta césped en Una historia verdadera, Jack Nicholson en una autocaravana en A propósito de Schmidt y el protagonista de esta película, a pie. Su objetivo es encontrarse con una antigua amiga ahora enferma terminal, dejando atrás a una mujer con la que hace tiempo no se entiende. Como es de rigor, durante el viaje vivirá varias experiencias presuntamente enriquecedoras. El problema es que los personajes son tópicos, los encuentros son convencionales pretendiendo lo contrario y la poesía, nostalgia, melancolía, lección de vida o como quiera llamarse a su moraleja carece de fondo.

Salva los muebles que la interpreten dos grandes y veteranos actores cien por cien británicos: Jim Broadbent, Oscar por Iris que además de trabajar con Spielberg o Allen ha sido una presencia constante en películas de Terry Gilliam, Stephen Frears, Mike Leigh, Mike Newell o Neil Jordan, y la gran Penelope Wilton, actriz sobre todo teatral a la que se le ha quedado el gesto de su popular Isobel de Downton Abbey. Ellos son la única razón para ver esta película.

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