Un viaje al centro del sonido

Cuarteto Diotima | Crítica

El Cuarteto Diotima en el Espacio Turina
El Cuarteto Diotima en el Espacio Turina / Micaela Galván

La ficha

CUARTETO DIOTIMA

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Música de Cámara en Turina. Quatuor Diotima: Yun-Peng Zhao, violín I; Léo Marillier, violín II; Franck Chevalier, viola; Alexis Descharmes, violonchelo.

Programa:

Pierre Boulez (1925-2016): Livre pour Quatuor [1948-49; revisión 2012] [selección: I-a / I-b / III-a / III-b / III-c]

Alban Berg (1885-1935): Suite Lírica [1926]

Ludiwg van Beethoven (1770-1827): Cuarteto de cuerda nº16 en fa mayor Op.135 [1826]

Lugar: Espacio Turina. Fecha: Sábado, 8 de noviembre. Aforo: Un cuarto de entrada

El Cuarteto Diotima convirtió su regreso al Espacio Turina en una experiencia casi física: un viaje al centro del sonido. Pocas veces un conjunto de cámara logra un impacto tan abrumador, por potencia, equilibrio e intensidad. Los franceses tocan como si cada nota fuera materia viva: su precisión es quirúrgica, pero el sonido –denso, radiante, de una homogeneidad asombrosa– alcanza al tiempo una temperatura emocional (¡cuando toca!) que desarma. Desde el primer acorde, quedó claro que su territorio natural no es solo el siglo XX, sino el espacio mismo del sonido, entendido como un organismo que respira, vibra y se transforma.

En las páginas del Livre pour Quatuor de Pierre Boulez desplegaron un hiperrealismo cubista, un puntillismo de gestos y matices microscópicos que iluminó la totalidad de los cinco movimientos seleccionados, como sólidos vistos a la vez por todas sus caras. Cada detalle –un ataque fugaz, un cambio de arco, un matiz dinámico casi imperceptible– surgía como parte de una textura móvil y precisa, en la que la energía parecía brotar espontánea, pero estaba trabajadísima. La afinación, impecable, era apenas un punto de partida para un trabajo de microescultura sonora: planos que se despliegan, se solapan y se disuelven. Nada se dejó al azar, pero el resultado no sonó mecánico, sino extrañamente orgánico, o mejor, estructurado, pues más que organismo hubo piedra: una música fría, gélida, deshabitada de humanidad, y sin embargo, capaz de atravesarte con la fuerza de la pura materia física. Sonido y sólo sonido. Una música asemántica.

El contraste con Berg fue brutal, como si después de pasar por el laboratorio el sonido se hubiera hecho carne. En la Suite lírica todo pareció ensancharse, se inflamó, vibró para adquirir una densidad emocional. La energía expresionista emergió con una claridad feroz, sin sentimentalismo, con una desnudez que hacía visible el temblor mismo del deseo y la pérdida, adquiriendo en el Presto del quinto movimiento naturaleza magmática, incandescente. Los ataques en las disonancias fueron afilados, violentos, cargados de tensión física, y los pasajes de mayor agitación alcanzaron una saña hiriente: una herida sin apósitos que la cubrieran, a la vista de todos. Pero en contraste (¡siempre los contrastes!) los Diotima habían aprovechado el Andante amoroso para mostrar otras posibilidades de su estilo: una elegancia flexible, de arcos sostenidos con una admirable plasticidad del tempo. Al final, en el Largo desolato el grupo consiguió, merced a las progresiones dinámicas en infinitos escalones, un equilibrio perfecto entre fragilidad y tensión.

Y de ahí, el salto –¿el regreso?– al Clasicismo de Beethoven: el Cuarteto Op.135 como un viaje hacia atrás que era también una proyección hacia el futuro. Después del magma de Berg, el sonido se hizo luz. Los Diotima abordaron el primer movimiento con una ligereza apoyada en la transparencia textural; el Vivace se desplegó con precisión articulatoria y una claridad rítmica casi mozartiana, pero con la tensión armónica de quien ha pasado ya por el fuego de la modernidad. Todo medido con una exactitud matemática. Pero aún había espacio para la sorpresa: el Lento assai resultó una revelación, con el canto suspendido nadie sabe dónde ni cómo, de una dulzura conmovedora, y una coreografía de arcos lentísimos que respiraban como si fuera un único organismo (ahora sí, organismo vivo) en unas dinámicas, infinitamente graduadas una vez más, moviéndose entre el ppp y un mf apenas insinuado. Para el movimiento final –la “difícil decisión”, en realidad un juego beethoveniano con las expectativas– los Diotima encontraron un equilibrio perfecto entre reflexión e impulso, que acabó en una coda de perfiles relucientes, puro sol.

El recorrido del concierto, de Boulez a Beethoven pasando por Berg, pareció invertir de forma intencionada la flecha del tiempo: fue un viaje de la abstracción al figuralismo, del pensamiento a la emoción, de la idea al canto. Pero más aún, un viaje en el que el pasado se reveló como el verdadero futuro. Boulez deconstruye la materia, Berg la humaniza y Beethoven la ilumina. En manos del Cuarteto Diotima, esa trayectoria se convirtió en un hilo sonoro conceptualmente preñado de sentidos. Cuando después de muchos aplausos y varias salidas de escena ofrecieron como propina el arreglo de un brevísimo movimiento de Notations (vuelta a Boulez), el escaso (¡ay!) público asistente ya sabía que el riesgo de la expereincia había valido la pena.

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