Bizet soñó en clave de jazz y Sevilla lo escuchó

Daahoud Salim Quintet | Crítica

El Festival de Ópera de Sevilla acogió el estreno de ‘Grooving Carmen’, con Daahoud Salim liderando un quinteto que convirtió a Bizet en puro groove

Festival de Ópera de Sevilla: El Espacio Turina abre la ópera al barroco, al jazz y al repertorio vocal de cámara

Daahoud Salim Quintet en el Espacio Turina
Daahoud Salim Quintet en el Espacio Turina / Alejandro Verdugo

Todavía no había caído la noche cuando en el Espacio Turina se abría un diálogo inesperado entre Bizet y el jazz. El Daahoud Salim Quintet presentaba Grooving Carmen, una relectura de la ópera más célebre de la ciudad, con motivo de sus 150 años, desde un lenguaje nacido lejos, en los clubes de Harlem y las calles de Nueva Orleans, pero que aquí encontró un eco natural. No es una adaptación literal lo que ha hecho Daahoud, sino una transfiguración para este Festival de Ópera de Sevilla.

Desde el principio, las manos de Daahoud Salim parecían invocar a su padre, el saxofonista tejano Abdu Salim, figura fundamental para entender cómo Sevilla se abrió al jazz internacional hace décadas. Ese hilo invisible unía generaciones y tenía la herencia de un músico que arraigó en la ciudad y la energía renovada de un hijo que, nacido también aquí en 1990, y tras saltar desde El Corte Inglés de la calle Feria, como se conocía el bazar de su abuelo Manolo, hasta Ámsterdam y Nueva York, regresa ahora con una obra hecha a medida para Sevilla.

El quinteto funcionaba como un organismo vivo. Comenzó en solitario la batería de Andreu Pitarch, al que se fueron uniendo el trombón de Pablo Martínez, la trompeta de Bruno Calvo, el contrabajo de Hendrick Müller y por último, las primeras frases del piano de Daahoud en un viaje por la Seguidilla de la ópera, a compás partido, prácticamente irreconocible. Trombón y trompeta se lanzaban a un juego de preguntas y respuestas; a veces incisivos, otras líricos, siempre con una compenetración que hacía olvidar que eran cinco voces distintas. En cada diálogo entre los metales había tensión y alivio, la música respiraba en oleadas y el público acompañaba esos pulsos con una atención hipnótica. En las sevillanas que siguieron, La cabra tira al monte, sí que fueron mucho más reconocibles los arreglos instrumentales. Casi un guiño al flamenco de la propia Sevilla, con Pitarch desplegando recursos percusivos que hacían del tiempo una materia elástica; cada golpe de batería acercaba la tradición popular al territorio del jazz moderno.

Daahoud Salim
Daahoud Salim / Alejandro Verdugo

Pero no fue hasta la tercera de las piezas, construida sobre el Coro de las Cigarreras, cuando la música comenzó a respirar tanto Bizet como jazz, con una fusión sorprendente en la que el aire mediterráneo y la tradición lírica sevillana se transformaban en puro groove. La Habanera en tránsito, bautizada aquí como Hasta luego, Mari Carmen, fue recibida con sonrisas de complicidad en el público, muchos de los cuales tarareaban la melodía original, sintiendo ese doble reconocimiento, a Bizet y a la audacia de reinventarlo. Todos, expectantes, seguíamos cada cambio, del fuerte al piano, de la velocidad a la calma suspendida. Y en ese vaivén, los músicos sorprendían con silencios abruptos que acentuaban la tensión. El grupo se adentró, a partir de ahí, en relecturas muy imaginativas, donde las texturas sonoras emergían con singular belleza, parecía que las arias hubieran nacido para ser improvisadas. Una de esas arias, un cantábile convertido en algo parecido a una balada para piano, fue lo que comenzó a interpretar Daahud en solitario, hasta que se le fueron uniendo minutos más tarde en el escenario los demás miembros del quinteto. El contrabajo de Müller dibujó líneas graves con el arco, solemnes y misteriosas; el piano, delicado, se convirtió en un susurro. La Sala Turina completamente enmudecida; la ópera de Bizet, el jazz contemporáneo y el silencio compartido se fundieron en un mismo lenguaje. La música respiraba con un pulmón lírico y un corazón jazzístico, transmitiendo una emoción contenida que a todos nos abrazaba.

La euforia volvió después, a vueltas con las notas de la Habanera en la trompeta de Calvo, tocada desde uno de los balcones de la sala; Müller la transformó en un riff de contrabajo, mientras el piano de Daahoud, incansable, agitaba el pulso. Fue un torrente de creatividad e improvisaciones magistrales que no admitía fisuras, una energía arrolladora que hizo vibrar a la sala, más todavía cuando Martínez dejó su instrumento para arrancarse a cantar unas alegrías de Cádiz mientras los demás lo acompañaban con palmas y unos discretos compases de piano, porque el jazz, aquí, tenía también algo de juego, de celebración; se equilibraba así la hondura trágica de otros pasajes; Carmen podía reír y llorar en un mismo compás. Lo que vino después ni siquiera Daahoud supo explicar bien qué era; una pieza instrumental influida por la música del brasileño Hermeto Pascoal, recientemente fallecido, mezclada con algo sacado de uno de los coros masculinos de Carmen y, sobre todo, un canto fúnebre y un himno de homenaje a todas las mujeres que han sido asesinadas por un amante celoso a lo largo de la historia, e incluso todavía lo son -la noche anterior a este concierto, sin ir más lejos, en Sevilla Este-, bajo la inspiración de la última aria de la ópera, Tu m’aimes donc plus?, cuando Carmen corre esa desgraciada suerte también. Fatalidad y libertad; fue un clímax arrollador. Hubo en ella dramatismo, riesgo y, sobre todo, la sensación de estar asistiendo a un momento irrepetible, con los vientos lanzados a la improvisación, el contrabajo golpeando con furia contenida, la batería sosteniendo y desbordando, y el piano encendiendo el desenlace. La música contemporánea y la tradicional se abrazaron aquí sin concesiones, en un pulso inevitable que arrastraba a todos hacia el final, que fue una pieza loca y llena de groove que desataron sobre la Canción del Toreador, haciéndonos a todos partícipes de su coro de voces. El público aplaudió largamente antes de que los músicos regresaran para un bis, que sonó casi a brindis de despedida.

Bruno Calvo, Pablo Martínez y Hendrick Müller
Bruno Calvo, Pablo Martínez y Hendrick Müller / Alejandro Verdugo

Ya se agotaron las piezas inspiradas por la Carmen de Bizet, aunque la última que sonó también fue inspirada por una mujer sevillana, Rosario Álvarez, la madre de Daahoud, que estaba presente en la sala. Esta pieza que el autor seviyanqui consagró a Rosario se inició con las teclas desplegando una ternura lúdica y sutil. En ese momento hizo su entrada el contrabajo, imponiendo su rigor y elegancia. Tras una percusión discreta, emergieron los vientos con una serena armonía, similar al sabio y afectuoso consejo de una madre, que transmite protección y solicitud. La trompeta de Calvo, evocaba la manera en que una madre ofrece sus enseñanzas. La atmósfera entonces se serenó. Teníamos la sensación de estar siendo cobijados por la misma esencia de la música, la emoción intensificada por momentos. Ese cierre íntimo, después de tanto vértigo, fue un recordatorio de que el jazz también sabe hablar bajito.

Sevilla tiene en Abdu Salim a uno de los artífices de su memoria jazzística. Ahora, su hijo Daahoud ha traido a la ciudad un proyecto que enlaza pasado y futuro, ópera y bop, tradición y ruptura. Grooving Carmen, más que un homenaje a Bizet en este contexto de Festival de Ópera, es una declaración de amor a la música como territorio libre. Y Sevilla, que conoce bien lo que es mezclar orillas, lo celebró con gratitud y entusiasmo.

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