El desafío del espacio
Bajo el título '¿Quién teme al rojo, amarillo y azul? ', José Soto muestra en La Caja China las últimas obras que ha producido tras casi tres décadas de inactividad creativa.
¿Quién teme al rojo, amarillo y azul? José Soto. Galería La Caja China (Calle General Castaños, 30), Sevilla. Hasta el 25 de noviembre.
Uno de los cuadros más atrevidos de Barnett Newman es un gran lienzo de dos metros de altura y seis de ancho, cubierto por completo de un rojo intenso, cruzado en diversos lugares por estrechas zonas verticales, casi líneas, de diverso color. Era una obra arriesgada, difícil, y él aún la complicó más al insistir en exponerla de modo que no pudiera contemplarse desde lejos. Se llegó a construir en la sala un murete para que el espectador tuviera que acercarse al cuadro, mirarlo de cerca y recorrerlo (casi pasearlo), porque los ojos, a esa distancia, no podían abarcarlo de un vistazo. Newman no era entonces ningún niño: estudioso y profesor de arte, y comisario de exposiciones, empezó a pintar con más de cuarenta años e hizo este cuadro cumplidos los cuarenta y cinco. Su exigencia debió estar muy meditada.
Pocos años después, otro pintor, Mark Rothko, cuando iba a exponer en el Art Institute de Chicago, pidió a la comisaria, Katherine Kuh, que dispusiera sus obras en las salas de modo que tuvieran que verse de cerca: así el cuadro, decía Rothko, interpela al espectador antes de que éste lo domine con la mirada.
Esta distancia corta también la exigen los cuadros de José Soto Reyes. A la entrada de la galería, un cuadro vertical requiere al espectador inicialmente por sus colores difíciles de definir: carmín muy oscuro en el centro, cubriendo toda el ancho del lienzo, y arriba y abajo, sendos rectángulos de un marrón muy oscuro, casi negro. A esta sorpresa del color (y de su textura: el pigmento parece colocado con un sello y no extendido con el pincel) sucede la del espacio: el cuadro define ciertamente un claro espacio vertical, pero el color de sus zonas horizontales, al no estar limitado por el marco, tiende a prolongarse y expandirse por el muro, a la vez que la luz lo hace fluir del cuadro, con lo que parece envolver al espectador.
Algo parecido ocurre con otro cuadro frontero al que acabo de comentar. Con casi la misma altura, es sin embargo cuadrado y en él dominan las oblicuas. Lo cruza una diagonal, quebrada en tres segmentos, que separa dos campos de color: verde arriba a la izquierda, azul, casi añil, abajo a la derecha. La forma dinámica y los brillantes colores lo distancian de la serenidad y tonos profundos del cuadro anterior, pero el efecto sobre el espacio circundante es el mismo.
Cuando se reduce la pintura a sus componentes básicos -color, textura, línea, superficie del lienzo- el gran reto es si llega o no a crear espacio. Si la pintura busca representar una historia, expresar un sentimiento o sugerir una idea, el cuadro abre en las paredes de la sala un espacio ilusorio pero potente. Tanto, que a veces la pintura propiamente dicha se hace transparente: reparamos tan poco en ella como en los caracteres de imprenta con que está escrita una novela. Pero si el cuadro renuncia a narrar o expresar, y busca sólo la forma pintura, entonces, o logra crear espacio por sí mismo o se queda en mera decoración.
¿Qué espacio crean los cuadros de esta clase? Creo que es aquél que nos hace sentir que somos cuerpos. Cuerpo que se siente invadido por el color, que experimenta alternativamente la serenidad o agitación de los ritmos, que se ve tocado en la piel por la suavidad o dureza de las texturas. Puede que esta comprobación de la propia corporalidad (ser carne sensible y poseer la inteligencia necesaria para reconocerlo) desemboque en una toma de conciencia de sí mismo. Eso decía Barnett Newman. Quizá hoy seamos más modestos y esos cuadros sólo nos recuerden que somos carne, débil, sí, pero sensible.
Este es el alcance de las obras de José Soto. Desde que empezó a pintar, a fines de los cincuenta, pensó hacer obras en las que la pintura quedara reducida a sus elementos básicos pero creía era imposible hacerlo. Mediados los años sesenta tropezó con fotos de obras de Mark Rothko, Clyfford Still y Barnett Newman, y comenzó a trabajar en esa dirección. Experimentó con carbón sobre papel e hizo después cuadros de pequeño formato. Estas obras de breves dimensiones hacen pensar porque llegan a la vista y a la fantasía, pero no logran afectar al cuerpo. Hubiera querido trabajar grandes formatos pero en aquellos años esa tarea era inviable. La experiencia quedó pues en suspenso, como un desafío pendiente. Ahora, Soto la ha abordado, realizándola plenamente. Lo muestra un gran cuadro azul con destellos rojos, colgado al fondo de la sala. Como ya anticipaban los dos cuadros examinados al principio de estas líneas, José Soto ha respondido con creces al reto que tenía planteado: ha demostrado que sus cuadros crean espacio. Tal vez por eso ha titulado la muestra con el título de un cuadro de Barnett Newman.
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