"No entendemos a esos grupos que no soportan sus grandes éxitos"
Genís Segarra. Integrante de Hidrogenesse
El dúo, responsable de himnos como 'Disfraz de tigre' o 'No hay nada más triste que lo tuyo', presenta en 'Nocturama' su disco 'Roma', otro ejemplo de libertad.
Cuando Genís Segarra y Carlos Ballesteros, Hidrogenesse, grababan Roma, su último disco, que pretendían caótico y hermoso como la ciudad italiana, temían "que iba a ser difícil hacer los temas en directo -confiesa Segarra-. Las canciones tenían partes muy contrastadas y creíamos que al tocarlas podían quedar inconexas". El dúo tocaba desde hace años Elizabeth Taylor, carta de amor a una actriz que sobrevivía a maridos y amigos, o Dos tontos muy tontos, defensa de la unión -personal o profesional- como método de superación, pero el resto de cortes era aún un misterio. "A veces -prosigue Segarra- hasta que no interpretas las canciones no sabes cómo son: puedes darte cuenta de que frente a lo que creías eran caóticas o aburridas". Pero esa desalentadora revelación no se produjo: en los conciertos que han ofrecido hasta ahora "nos sorprende que todos los temas son muy fáciles, muy agradables, en vivo". Hoy, Hidrogenesse llega al Nocturama, en el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, un ciclo que conocen bien, para compartir con su público la arrebatadora energía y la insobornable libertad de su propuesta.
-Ustedes siempre han sabido sortear el tedio. Como han dicho recientemente, se toman muy en serio lo lúdico.
-Eso es algo que sufrimos, entre comillas. La gente a la que nos importa el sentido del humor corremos el riesgo de que no nos tomen en serio, de que llamen a lo que haces obra menor. Le ocurre lo mismo al que hace comedia, nunca tiene la misma valoración que el que se dedica al drama. Jim Carrey nunca será reconocido como Al Pacino, aunque para mí sea mucho mejor actor el primero. Le ocurre a los Sparks, un dúo que nos encanta. Como siempre han tenido mucho sentido del humor, en las canciones, en las portadas, no han tenido la repercusión que merecían. Llevan desde finales de los 60 sacando discos y no están en el olimpo de los grupos, y es quizás porque usan el sentido del humor. Nos importa el tema, sí, pero no hemos emprendido una guerra santa por la causa porque luego no nos gustan ni los chistes ni los humoristas...
-En Roma siguen apareciendo referentes que ya salían en Animalitos, por ejemplo: Álvaro Pombo y Gustave Flaubert. No les pueden acusar de que no son fieles a sí mismos...
-Sí. Con la canción Aquí y ahora queríamos repetir El árbol, que hablaba de buscar un sitio y de mezclar todo lo que te gusta ahí. Nos interesaba volver a lo mismo pero con una variación: se trataba de poder invocar todo lo que te gusta, estés donde estés. No tener que peregrinar a un sitio, sino, como dice la canción, que esté todo en tu cabeza. Reconocemos que es odiosa la autorreferencia [ríe], pero en esta canción hemos sido indulgentes con nosotros mismos y nos lo hemos permitido.
-Hay otros grupos que se llevan muy mal con sus hits, pero ustedes disfrutan abordando los himnos que la gente les pide, No hay nada más triste que lo tuyo o Disfraz de tigre. Se llevan bien con su pasado.
-No entendemos a esos grupos que no soportan sus grandes éxitos. ¡Tiene que haber algo más! Que se electrocutaran mientras los tocaban o algo [ríe], porque, vamos, no estar agradecidos con una canción que te dé público, te dé alegría, es absurdo. Cuando tocamos Disfraz de tigre o No hay nada más triste..., sólo ver la reacción, la felicidad del público, es mejor que cobrar.
-Da mucha envidia que les invitaran a la Academia de España en Roma, donde terminaron de componer el disco.
-Es que es un sitio maravilloso. Luego, por dentro, funciona como una residencia de estudiantes. Cada uno tiene su habitación, hay una cocina común y cada uno tiene un trozo de nevera... Al final todo es más doméstico y menos glamouroso. Pero el sitio es maravilloso, sí. Fue una suerte que un artista residente allí nos invitara y que pudiéramos terminar un disco que, precisamente, se llamaba Roma.
-En un momento en el que todo el mundo sobrevalora la juventud, es casi provocador dedicar uno de los cortes del álbum A los viejos, a la gente que ha vivido.
-Se nos ocurrió hacer eso porque hubo un momento en el que se puso de moda hacer conciertos, libros y propuestas para niños. Quizás porque en una generación habían empezado a ser padres o simplemente por tendencia, pero estábamos hartos. Y ahora hay otra moda, la gastronomía. ¡Si hoy hiciéramos una canción contra algo, escogeríamos ese ámbito!
-Quería preguntarle por el tema Siglo XIX. Hay una cierta desesperanza en ella: todos los sueños de progreso, eso de que las máquinas nos liberarían del trabajo y la ciencia del peso del alma, no se cumplieron.
-Queríamos hablar de las utopías y la gente que cree en ellas. Es triste si piensas que esas profecías o esas esperanzas no se hicieron realidad. No queríamos hacer una canción negativa o crítica simplemente, queríamos hacerla desde lo alegre, como si el futuro fuera una fiesta de cumpleaños.
-Con los ritmos también buscan lo impredecible: parte del encanto de sus canciones es ese carácter híbrido donde conviven, no sé, el electropop y la cumbia.
-Cuando quieres hacer una letra sobre un tema, si la estás escribiendo puedes corregirte: no, estamos diciendo cosas feas. Pero los ritmos y los arreglos no tienen esa parte reflexiva. Es una mezcla de lo que te sale, lo que sueñas... Nosotros no decidimos en eso. Hay grupos que sacan un disco que suena como el 83, y luego sacan otro y suena como el 93. Nosotros no podemos.
-También porque en su universo el presente y el pasado se funden: les resulta imposible ceñirse al sonido de una época en concreto.
-Será eso, pero nos parece muy extraño cuando un grupo suena al sonido de Birmingham de los 80. ¿Por qué alguien quiere limitarse a algo que ya existe?
-Una curiosidad: ustedes que rindieron un homenaje a Alan Turing en Un dígito binario dudoso, ¿vieron la película sobre su vida, The Imitation Game?
-No, porque los biopics no nos suelen gustar, siempre nos arrepentimos de ir a verlos. Te pasas dos horas ante una sucesión de viñetas sobre lo que le ha ocurrido al protagonista, te cuentan los momentos más destacados de su vida y ya está. El último que vimos fue el de Gainsbourg, que parecía más artístico y más psicodélico, pero era más de lo mismo. No es un problema de Hollywood, también del cine europeo, del español. Dados los precedentes, con el de Turing ni lo intentamos.
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