andrés gonzález-barba. periodista y escritor

"Con el expolio del mariscal Soult, Sevilla perdió una parte de su alma"

  • El narrador describe la ocupación francesa de la ciudad en 'El enigma Murillo', también una insólita novela de fantasmas que traslada la estética gótica a la luminosidad del sur

El novelista Andrés González-Barba (Sevilla, 1974).

El novelista Andrés González-Barba (Sevilla, 1974). / julián venegas

En su nueva novela, El enigma Murillo, editada por Almuzara, el periodista y escritor Andrés González-Barba se traslada a un escenario apasionante: la Sevilla de 1810, tomada por el mariscal Soult y sus hombres. El autor aborda el expolio del patrimonio artístico de la ciudad llevado a cabo por los franceses a través de la peripecia de un cuadro pintado por el maestro sevillano, pero la ficción es mucho más que la crónica de ese episodio: también una singular novela de fantasmas con la luminosidad del sur como insólito trasfondo y una lúcida denuncia de los horrores de la guerra.

-¿Se fijó en alguna obra en particular para este murillo que codician los personajes de este libro?

-Me apoyé en el hecho de que Murillo había pintado muchas veces la imagen de una Virgen con Niño para fabular. Pensé en una obra de juventud, pero que iconográficamente fuera muy distinta a su estilo posterior, que tuviera elementos particulares que hicieran de esta pintura algo único, irrepetible. Una joya que había caído en el olvido y que supuestamente no tenían controlada los franceses, que venían con sus listas y sabiendo, por los libros, qué cuadros interesantes podían llevarse de la ciudad. Yo digo que el cuadro es el mcguffin de la novela, la anécdota a partir de la cual se desencadenan muchas historias.

-Intenta dar una imagen más humana del mariscal Soult. Cuenta, por ejemplo, que estuvo a punto de dejar sus aspiraciones de grandeza a un lado por el sueño, más humilde, de ser panadero.

-Es cierto, claro, que arrasó con el patrimonio, pero no quería insistir en esa imagen de militar prepotente y poderoso. Aquí lo retrato con sus dudas acerca de la pertinencia de combatir contra el pueblo español. Buscaba un retrato con sus claroscuros. Ese detalle de que quería ser panadero es verdad. En su juventud quiso dejar una carrera prometedora y albergó el idealismo de hacer pan en su pueblo. También retrato su enfrentamiento con José Bonaparte: a pesar de que era el rey y el hermano de Napoleón, el mariscal no mostraba las mismas ideas que él, veía las cosas de una manera muy distinta.

-"Tendría que darnos vergüenza si nos comparamos con la valentía de los que cayeron en Zaragoza y Gerona", dice uno de los personajes. Sevilla apenas plantó resistencia a la invasión francesa...

-Ese es uno de los episodios más tristes de la Guerra de la Independencia, porque en Sevilla es donde poco antes se reúne la Junta Central, desde la que se organiza la resistencia contra Napoleón. Aquí había armamento, se daban las condiciones para plantar cara, pero quizás por la idiosincrasia de los sevillanos mucha gente vio con buenos ojos que llegaran los franceses. Como se cuenta en la historia, los nobles deseaban que sus hijas se casaran con los oficiales que se habían instalado en la ciudad. Alguien me ha dicho que hay paralelismos entre este capítulo y lo que pasó en la Guerra Civil, ya que Sevilla fue de los primeros puntos que cayó. En la novela quería contraponer eso con la resistencia que se dio en Zaragoza, Gerona o Madrid; reflejar esa cierta indolencia del sevillano, al que en el fondo le da lo mismo lo que ocurra.

-¿Hubo intentos de acabar con el mariscal como el que describe en el libro?

-Había grupúsculos que sí querían atentar contra Soult, aunque yo sitúo ese ataque el 15 de agosto, el cumpleaños de Napoleón, y no fue así. Me atraía el dramatismo de esos rebeldes. Son utópicos del liberalismo, que quieren una España que después, con Fernando VII, no iría a ningún sitio.

-Quizás para justificar el brutal expolio que promueve, Soult asegura que los sevillanos "no valoraban lo que tenían". ¿Está de acuerdo con esa observación?

-Obviamente hubo muchos ciudadanos que sabían de la valía del patrimonio y, de hecho, el Bellas Artes de Sevilla conserva hoy muchos cuadros de Murillo gracias a que hubo quienes, al darse cuenta de lo que estaba haciendo el mariscal Soult, los trasladaron a Cádiz para que estuviesen a salvo. Pero puede que hasta que los franceses no se llevaron los cuadros, algunos habitantes no fueran conscientes de ese rico patrimonio. Se perdió el alma de la ciudad en cuestión de dos años y medio: vas a iglesias y conventos y faltan obras que están repartidas por tantos museos del mundo...

-El enigma Murillo es también un homenaje a la literatura gótica, una historia de fantasmas y de culpas, con una protagonista, Teresa, capaz de percibir a los espectros.

-Yo le tengo mucho cariño al personaje de Teresa. Me inspiré en una chica real, cuya historia conocí por un podcast, que tenía la capacidad de ver los espíritus. Me llamó la atención que el padre estaba muy orgulloso de ella y la madre en cambio muy preocupada. No logré dar con esta chica, pero sí he podido hablar con gente que tiene este don, y que no lo usa para hacerse notar, sino con discreción, por caridad, por ayudar a estos entes que están perdidos. Teresa, para mí, significa la pureza, la bondad, frente a otros personajes que aparecen en el libro con zonas muy oscuras.

-En la nota final agradece a los narradores que supieron mostrar "el horror en todas sus manifestaciones", voces que le han marcado.

-Hubiera sido burdo el ocultarlo porque son influencias muy evidentes. Me encantan autores como Jean Potocki, cuyo Manuscrito encontrado en Zaragoza tiene momentos muy crudos y con muchísima fuerza; o E.T.A. Hoffman, del que Freud tomó su Hombre de la arena como un ejemplo para el psicoanálisis. La literatura gótica ha sido muy denostada, también porque el género cayó en desgracia, pero hay escritores soberbios. Antes Mary Shelley, después Oscar Wilde, Henry James o Robert L. Stevenson llevaron este universo hasta cimas inimaginables, ahondando en la psicología de los personajes. A mí me interesaba el experimento de trasladar esta estética gótica a un escenario tan luminoso como el sur. He pretendido dar una imagen más lúgubre de Sevilla.

-Otro de los personajes, Alberto Cienfuegos, representa la barbarie a la que se entrega el hombre en la guerra.

-Es una novela antibelicista, y por eso he mostrado pasajes terribles, porque la guerra es muy cruenta, no quería edulcorarla. Con Cienfuegos me preguntaba cómo reacciona alguien en una situación muy extrema, cómo se puede llegar al punto de la deshumanización. Con este personaje me ocurrió algo curioso: pensaba plantearlo de un modo, pero él me fue señalando que prefería ir en otra dirección. Me gusta que en mis obras los personajes estén vivos, y para eso tienen que entablar una conversación contigo.

-Toma como otro de los protagonistas a Sebastien Blaze, el autor de Memorias de un boticario, un francés que contó su experiencia en España en aquellos años.

-Me leí aquel libro, que fue un best-seller en su época, y me pareció muy interesante. Él vino a España en 1808, y pasó muchas vicisitudes: fue testigo en Madrid de los horrores del Dos de Mayo, tras la batalla de Bailén fue apresado y pasó un tiempo en las cárceles flotantes de los Pontones de Cádiz... Sevilla fue para él una etapa más relajada, él la describe como el paraíso. A partir de su obra, creé un diario íntimo en el que él representa ese espíritu romántico que ya había eclosionado en gran parte de Europa.

Comentar

0 Comentarios

    Más comentarios