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Fernando Arrabal. Escritor

"El que acaba de fallecer me mandó a la cárcel y quiso que yo muriera allí"

  • El dramaturgo estrenó en el Teatro Cervantes el montaje que de su obra 'El jardín de las delicias' ha dirigido Rosario Ruiz y que calificó de "patafísico y pánico, con ramos de surrealismo e incluso del mejor dadá".

Fernando Arrabal (Melilla, 1932) llegó a Málaga tocado con su amplio repertorio de gafas y vestido con su indumentaria oriental. "He venido con el traje más preciso que tenía, el de transparente sátrapa, con la insignia frontal de la orden de la Gran Tripa". El motivo de su comparecencia era la presentación, el pasado viernes, del montaje de su obra El jardín de las delicias, producido por las compañías Curtidores de Teatro y Proyecto Bufo, y dirigido por Rosario Ruiz Rodgers con la participación de Arturo Bernal como director de movimiento. "Yo soy tan malagueño como Picasso. Como sabéis, cuando nací Melilla formaba parte de la provincia de Málaga. Por eso, después de volver de Corea no he ido a Ankara a ver el montaje de Pic-nic que está haciendo el Teatro Nacional, ni a Nueva York a ver el de Carta de amor. He venido aquí con este montaje patafísico y pánico, con ramos de surrealismo e incluso del mejor dadá. Las razones son tan simbólicas como la barbapapa".

Arrabal escribió El jardín de las delicias en 1967 mientras estaba preso en Carabanchel. Este montaje, estrenado hace ahora un año, es el primero que se produce de esta obra en España, un asunto que permitió al autor de El cementerio de automóviles despachar a gusto con la prensa: "No estamos aquí para hacer humor. Hace 37 años que no hago humor. No esperen de mí nada distinto a la misión que me fue encomendada en Melilla en 1932: la del chivo expiatorio. Podemos cantar lo de Vamos a contar mentiras. Ahora acaba de morir un mentiroso que me metió en la cárcel y quiso que yo muriera allí. Y ninguno de los ex combatientes dijo nada. El mentiroso pidió para mí la prisión en el consejo de ministros, y cuando otro ministro, Castiella, le replicó que yo no debía ir a la cárcel porque estaba enfermo de tuberculosis, el mentiroso dijo que no pasaba nada si moría en la cárcel".

-Entre quienes reclamaron su liberación a Franco figuraba Samuel Beckett, que en una carta llegó a decir que España pagaría cara su estancia en prisión. ¿Lo ha pagado ya España? ¿Lo está pagando?

-España está por encima de sus sentados. Y cuando citaba a España Beckett se refería a ellos, a quienes estaban sentados en los ministerios. España está en los desterrados, en Ignacio de Loyola, en Spinoza, que era de Ciudad Rodrigo... Pero no sólo Beckett escribió pidiendo mi liberación, hubo un proceso en el que participaron Elías Canetti, Octavio Paz, Cela, Vicente Aleixandre, Arthur Miller, Ionesco... otros se rajaron.

-Pero ¿cómo interpreta usted que haya habido que esperar 40 años para ver un montaje de El jardín de las delicias en España?

-No estoy de acuerdo con la idea de que no soy un autor muy representado en España. Soy un dramaturgo representado en el mundo, y también en España. Se puede comprobar fácilmente que no dejan de producirse montajes de Fando y Lis y de Pic-nic. Es verdad que El jardín de las delicias no se había hecho, pero sí otras muchas. ¡Tengo más de cien obras! Me sorprende, es verdad, que no se haya producido todavía un montaje de Y pondrán esposas a las flores. No así de El jardín de las delicias. Pero decir que no soy un autor representado en España es injusto con España.

-¿Daría usted entonces por finalizada la repatriación de su obra?

-¿Repatriación? Se suponía que en 1976 yo ya podía volver a España, pero en realidad no pude hacerlo hasta 1977. Y me permitieron regresar como parte de un grupo en el que figuraban Carrillo y La Pasionaria, estalinistas a sueldo que veraneaban en la finca de Ceaucescu. ¡Yo no tengo nada que ver con ellos, ni lo tenía entonces! Me sentí profundamente insultado. El problema es que yo nunca he comulgado ni con la izquierda ni con la derecha, así que no han sabido dónde integrarme. Ahora vivimos en una especie de conciliación que es una pura mentira. ¿Por qué no pidió Fraga perdón por lo que hizo, por qué no dijo que se arrepentía, que lo sentía? ¡El formó parte de un consejo que decidió el asesinato de Grimau en una hora! ¿Por qué no lo hace Carrillo ahora?

Arrabal indagó en su relación con España, consciente de su iconografía: "No me importa que se me acoja como un chiste, porque Spinoza también era un chiste. Lo era hasta el punto de que en su propio funeral sus amigos pidieron a Dios que lo llevara al infierno. Es como el ministro que quiso encerrarme para que muriera en la cárcel. Lo que él deseaba era que yo desapareciese, y lo cierto es que tenía razón, eso habría sido mejor para él". Y anunció a la vez su renuncia a seguir publicando: "No voy a ir a las charlotadas que se organizan en Barcelona para que me den un millón de maravedís. Ahora estoy escribiendo la novela total, la novela del mundo, que posiblemente tenga más de tres mil páginas, aunque a lo mejor la recorto hasta diez. Pero esa novela sólo podrá ser póstuma".

-¿Qué es el Pánico?

-El Pánico es la confusión. Y le hemos dado su papel a la confusión. Alguien me definió como uno de los pocos testigos vivos de la modernidad, y en virtud de eso yo digo que nuestro estado de confusión es el avatar de la modernidad más claro y más efectivo. No lo digo por lo que yo haya podido aportar al Pánico, sino por otros que conocí gracias a él. Para mí, Roland Topor es el verdadero gran genio del siglo XX, y Jodorowsky es una de las personas más inteligentes que he conocido. En la primera bolsa de la historia, que se constituyó en Amsterdam en el siglo XVII, había un cordobés, José de la Vega, que dijo algo definitivo: "La bolsa es confusión de confusiones".

-¿Le dice algo, bueno o malo, el teatro del absurdo?

-Beckett decía que el mismo término de teatro del absurdo era un absurdo. ¿Cómo podían referirse así a nosotros, cuando lo que nos unía era el ajedrez y las matemáticas? Pero lo cierto es que ésa es la nomenclatura que ha perdurado, por encimas de las vanguardias y los ismos. Todavía, de hecho, siguen relacionándonos con el teatro del absurdo. Así que ganó el absurdo.

-Siempre se le relaciona con las vanguardias, pero no resulta difícil hallar en su obra elementos próximos al teatro del Siglo de Oro. Hasta Beckett admitió la influencia de La vida es sueño en Esperando a Godot. ¿Siente algún tipo de vínculo con Lope o con Calderón?

-Le veo a usted muy empeñado en evocar cierta nostalgia nacionalista al hablarme de un personaje tan nefasto como Lope de Vega, que era familiar de un inquisidor.

-Pero tal vez ésa es la gran trampa de los nacionalismos: que tengamos que referirnos a sus males para hablar de las luces que suceden bajo su sombra.

-Claro. También Pirandello entregó íntegro el importe del Premio Nobel a Mussolini.

-No digo que su obra sea deudora de Calderón. Sólo pregunto si es posible situarla en una determinada tradición.

-Es cierto que yo publiqué una versión francesa de La vida es sueño. Pero Calderón nunca fue nunca influencia para mí. Lo descubrí ya a través de mi novia, que es profesora en La Sorbona. Como tampoco lo fue el surrealismo, ni el dadaísmo, ni el Pánico. Yo jamás he escrito una obra del Pánico. ¿Sabe por qué? Porque cuando empecé a hacer teatro ya estaba todo hecho. Todos los pasos estaban ya dados.

-Hable sobre ese comienzo.

-El comienzo ocurrió en mi infancia, en Ciudad Rodrigo, cuando yo preparaba pequeñas obras de teatro para tener algo que enseñar a mi madre cuando volvía a casa. Soy hijo del primer condenado a muerte en la Guerra Civil. Y no puedo escapar de eso. Es lo que hay.

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