Carne gobernada | Crítica

Con ánimo de ofender

Fernando Savater, fotografiado esta semana en una charla.

Fernando Savater, fotografiado esta semana en una charla. / Marta Fernández Jara / EP

Tras morir su mujer Sara en 2015 (su venerada “Pelo Cohete”), el muy vitalista Fernando Savater (San Sebastián, 1947) cayó en la poza de un amargor desconocido. Dedicó hace unos años un libro, titulado La peor parte, a su siempre añorada compañera. Ahora con Carne gobernada, pasados unos años (el coronavirus de por medio, su supuesto viraje ideológico, las últimas elecciones celebradas en España, su reciente desencuentro con El País), Savater nos entrega otra pieza a modo de díptico de memorias y postrimerías. Lo escribe tal vez con ánimo de molestar, en la línea libérrima y desenfadada que nos recuerda en parte al Con ánimo de ofender de Arturo Pérez Reverte.

La vejez llega hasta para un ácrata por libre como Savater. Es consciente el autor de estar atravesando una vejez sin rodeos. No vale edulcorarla con potingues o eufemismos a modo de suavizantes. “¿Tercera edad? Sí, pero no hay una cuarta, eso es lo malo”. Nadie se salva. Cae la rémora del tiempo sobre la osamenta y la carne de cada uno de nosotros. Por eso hace suya Savater la frase de su paisano Pío Baroja: “A cierta edad, ya no debe ir uno a ningún sitio del que no pueda volver”. La vejez es una humillación, sí (Philip Roth dijo que era sobre todo una masacre). Savater se supo ya viejo cuando el oleaje en la playa de La Concha lo derrumbó en el rompeolas y tuvieron que ayudarlo a recomponer el decoro. Hoy como ayer, mientras el cuerpo aguante, nadar sigue siendo uno de sus placeres irrenunciables.

Pero no se equivoquen. Pese a las abolladuras del tiempo, todavía hay en Fernando Savater mucho, muchísimo, del hombre celebrador de la vida. Y tanto. Aún le queda resistencia para celebrar la erótica del cuerpo (se menciona a K en varios pasajes del libro, su inesperada y salvífica compañía). Continúa inalterable también su conocida pasión por las carreras de caballos y sus citas en el calendario con los grandes turf de la temporada. Savater no sería el mismo si no celebrara el buen condumio y el mejor bebercio (recuerda con sorna que Ambrose Pierce decía que “abstemio es una persona de carácter débil que cede a la tentación de librarse de un placer”).

Savater pudo sortear el coronavirus durante el confinamiento, pero no así un severo brote de legionela que lo mantuvo hospitalizado tras unos días de extraños delirios y pérdida de la noción del tiempo (se dieron cuenta de su estado en el programa de Carlos Alsina en Onda Cero). No murió entonces de legionela ni tampoco el verano pasado, cuando un fake difundió la supuesta noticia de su óbito, lo que le llevó a resucitar hiperbólicamente de entre los vivos.

Dice el filósofo Savater con su habitual retranca que “la filosofía es vital porque se parece a la vida en que no sirve para nada”. Se resigna el escritor y columnista de periódicos a ser considerado aún hoy por muchas personas como un “progre de carril”. En buena parte Carne gobernada (título tomado de un sustancioso pote asturiano) da explicación de su supuesto viraje ideológico, desde la sacristía de la izquierda de antes y después de Franco hasta sus actuales postulados. Hoy por hoy y visto lo visto en España, Savater defiende un constitucionalismo ilustrado de aire conservador. Suele atizar cada dos por tres al nacionalismo (lo llama como el “necionalismo”), mientras pone negro sobre blanco las que él considera que son las vergüenzas de este PSOE regido por Pedro Sánchez.

Cubierta del libro. Cubierta del libro.

Cubierta del libro.

Bajo el terror en los años más duros de ETA, el “bautismo de fuego en Euskadi” le hizo ver en su día lo nefasta que podía ser la izquierda. “A mí me han curado el izquierdismo a palos”, confiesa sin remilgos. Políticamente sigue reafirmando hoy lo que siempre fue. Esto es, un ácrata en versión libertaria, un defensor de la máxima “Libres e iguales” y un partidario de la socialdemocracia (eso que según él tanto espanta a la izquierda más capciosa y a los fanáticos neoliberales). Savater no entiende que nunca se hable (como sí se hace con la derecha) en términos de “izquierda reaccionaria” y afín a la cuestión “necionalista” (lo opuesto al “Libres e iguales”). No congenia con los exabruptos de Vox (sí confiesa ser amigo de la polemista Zoé Valdés y de “Santi Abascal”), pero se niega a participar del corifeo generalizado que avisa del “Que viene la extrema derecha” y otorga, sin embargo, su plácet ante el pasado convenientemente centrifugado del que procede Bildu, muleta del actual gobierno.

Savater no sería Savater sin su manual de pullas. Entre ellas comenta la imbecilidad contemporánea y la “condena pseudofeminista” del amor romántico en la pareja al entenderlo como una “trampa heteropatriarcal”. El famoso “Sólo sí es sí” de Irene Montero es para el escritor otra forma de “castración ideológica” del neofeminismo. En semejante cuestión detecta lo que a su juicio no sólo es “una imaginación lesbiana sino morbosamente antimasculina”.

Parte de Carne gobernada está dedicada al severo desencuentro que Savater, colaborador desde 1976, ha tenido con el diario El País debido a la actual línea editorial que mantiene la cabecera. Quien lea estos pasajes podrá estar de acuerdo o en desacuerdo con lo que dice Savater a título personal. Sea como sea, al igual que el resto de estas memorias, tanto lo escrito desde el ángulo más íntimo como desde el lado más abierto y destemplado, Carne gobernada parece estar escrito con particular bula. O sea, con ánimo de ofender (o no tanto, según se mire).

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