Cultura

Viaje a la generación perdida (y orillada)

  • El que fuera director de la Bienal de Flamenco y de los Jueves de Cajasol recupera en su libro póstumo el fascinante testimonio de 35 artistas veteranos que recopiló grabadora en mano en la década de los 80 y perfiló en sus últimos años de vida "con una constancia asombrosa"

Herrera fue uno de los impulsores de la Bienal y su director del 98 al 2002.

Herrera fue uno de los impulsores de la Bienal y su director del 98 al 2002.

Cuando él aún no lo era, Manuel Herrera, como hombre lúcido, preclaro y comprometido, sabía que para que en el flamenco brotase la savia nueva y pudiéramos acoger otras voces frescas y renovadoras era necesario dar antes su sitio a los mayores, a esos que defendieron este arte en circunstancias extremas. Por eso, el que fuera director de la Bienal de Flamenco del 98 al 2002 y de los Jueves Flamencos de Cajasol, durante más de 20 años, incluía siempre en sus programaciones a los veteranos y mucho antes, a finales de los 70, abanderó junto a un grupo de aficionados la creación de la Institución para la Tercera Edad de los Artistas Flamencos (Iteaf), que sirvió para recaudar fondos y tratar de ofrecer un final más digno a aquellos artistas del cante, del toque y del baile que vivían en condiciones precarias.

Así lo recordaba este martes el que fuera su presidente, Antonio Zapata, durante la presentación del libro póstumo de Herrera que, bajo el título Flamencos. Viaje a la generación perdida recoge el testimonio de 35 personajes de lo jondo, genuinos y fundamentales “no sólo para entender la historia del flamenco sino la  de nuestro propio país”, destacaba su también prologuista.

Nombres como los de Tía Anica La Piriñaca, Tomasa y Pies de Plomo, Luis Maravilla, Pilar López, Tía Juana la del Pipa, Curro Mairena o Antonia La Gallina que, con el carácter integrador que caracterizaba al docente y articulista, es paritario y engloba todas las disciplinas artísticas, procedencias geográficas y perfiles, desde los más reconocidos a otros que ni siquiera llegaron a ser profesionales pero cuyas vidas y experiencias artísticas merecían las horas de grabación de la que parte esta publicación.

Nombres como los de Tía Anica La Piriñaca, Tomasa y Pies de Plomo, Luis Maravilla, Pilar López, Tía Juana la del Pipa, Curro Mairena o Antonia La Gallina forman parte del ensayo

En este sentido, este viaje es también el retrato de un modo “artesanal” de hacer las cosas y de un contexto en el que aún nos concedíamos tiempo para compartir y escuchar al otro, tal y como recuerda la copla anda y siéntate tú ahí, tú en una piera y yo en la otra, cuéntame tus alegrías, que las mías son mu pocas, que sirve para abrir el mismo. Es decir, el libro, publicado por la editorial Almuzara con la colaboración de la Fundación Cajasol, Fundación Machado, Fundación Blas Infante y la Federación Provincial de Entidades Flamencas de Sevilla, se construye a fuego lento a partir de distendidos -y largos- encuentros, casi siempre en las casas de los entrevistados y propiciados por amigos y cómplices cercanos, al que Herrera acudía con su casette y cámara de foto generando la confianza y el clima necesario para la conversación abierta y despreocupada. Con la misma amabilidad que desprendió siempre en las citas que convocaba y que le permitía congregar a personalidades diversas, como en esta misma presentación donde se pudieron ver a los directores de la Bienal, Chema Blanco, Antonio Zoido y José Luis Ortiz Nuevo, los artistas Ricardo Miño, Pepa Montes, Pedro Ricardo Miño y Ana María Bueno, representantes de las peñas, críticos, periodistas y aficionados.

Quizás, reflexionaba emocionada su hija, Carmen Herrera, ni él mismo fue consciente en aquella etapa de la relevancia de esta labor que practicó impulsado únicamente “por su amor por lo jondo y la justicia social”, señalaba Zapata. Pero, con el tiempo, “se dio cuenta que era necesario salvar esta herencia de una generación orillada” hasta el punto de dedicar los últimos años de su vida en cuerpo y alma a esta tarea. De hecho, fue el parón del confinamiento el que “paradójicamente” le permitió perfilar y sistematizar las cintas que el autor guardaba desde los 80, con una “constancia asombrosa”, resaltaba Herrera, quien confesó que su padre trató de utilizar una aplicación para transcribir las entrevistas “pero no había app que entendiera a Tío Borrico de Jerez”, bromeó.

Desprendiéndose de todo afán de protagonismo, Manuel Herrera trabajó para redactar los textos eliminando prácticamente al completo sus preguntas, con lo que al margen de la introducción y de algún apunte, los capítulos aparecen a modo de monólogos vivos en los que se trata de transmitir la oralidad andaluza y captar la esencia de cada uno regalando un hermoso retrato “de incalculable valor, desde el punto de vista del flamenco y de lo antropológico con el que sumamos una nueva deuda con Manuel para siempre”, concluyó Zapata.

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