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Cultura

Donde el fuego no se apaga

  • Atalanta publica una maravillosa antología de relatos fantásticos en la que Jacobo Siruela vuelca su profundo conocimiento de una materia a la que ha dedicado largos años de estudio.

Antología universal del relato fantástico. Edición y prólogo de Jacobo Siruela. Atalanta. Gerona, 2013. 1.248 páginas. 55 euros

Aunque no siempre hayamos sido capaces de conservar los volúmenes, los lectores ya veteranos recordamos con gratitud y algo de nostalgia dos de las preciosas colecciones que la entonces joven editorial Siruela lanzó en los ochenta, de la mano de un editor, Jacobo Fitz-James Stuart, que ha contribuido de forma decisiva -como luego Valdemar- al mejor conocimiento y valoración de la literatura fantástica entre nosotros. En la segunda de esas colecciones, hermosamente titulada El Ojo sin Párpado -la otra, Biblioteca de Babel, dirigida por Jorge Luis Borges, trasladaba a España la propuesta italiana de Franco Maria Ricci- leímos muchos por primera vez a autores tan queridos como Arthur Machen, Algernon Blackwood, lord Dunsany o el barón Corvo. Recordamos también de aquellos tiempos, ya tan lejanos, el simposio de "Literatura fantástica" que en 1984 trajo por última vez a Sevilla al anciano Borges -junto a otros escritores como el grande y olvidado Torrente Ballester o el inmenso Italo Calvino- sólo dos años antes de su muerte, presentado por el entonces rector de la UIMP y el propio Fitz-James ante un auditorio conmovido que llenaba el no por casualidad llamado Hospital de los Venerables. "Escribir es soñar -dijo el maestro-, soñar sinceramente. Si uno cree en la fábula, puede escribir". O leer, porque la suspensión de la incredulidad es un requisito obligado para apreciar las narraciones que tratan de las realidades fantasmagóricas, las percepciones extrasensoriales o los territorios del ultramundo.

En el prólogo a otra antología ineludible del mismo Fitz-James, titulada de nuevo Vampiros en su última aparición (Atalanta, 2010; las anteriores las publicó Siruela en 1992 y 2001), citaba el editor -que firmaba en las otras, no sin humor, con su título de conde- la acuñación del poeta Shelley cuando habló -al hilo del hallazgo por parte de los románticos del estremecimiento como "fuente de deleite" y de su gusto dionisiaco por las oscuras regiones de la noche- de la "tempestuosa belleza del terror", pero este último, con ser un ingrediente fundamental, remite a una sola provincia en la extensa geografía de le fantastique. De ello, de la literatura fantástica y del fértil imaginario manejado por sus cultivadores, escribe Jacobo Siruela en el estimulante Exordio que antecede a esta voluminosa y memorable Antología universal del relato fantástico, publicada por la exquisita editorial -ya no se encuentran libros impresos con estas calidades- que dirige él mismo, junto a Inka Martí, desde el mas al que se retiró tras la dilatada, fecunda y por muchos conceptos admirable aventura de Siruela.

El propio editor cita otras antologías que, como la suya ahora, marcaron hitos, en particular la Antología de la literatura fantástica (Sudamericana, 1940) de Borges, Bioy Casares y Silvina Ocampo, que tiene en efecto "un carácter fundacional en la cultura literaria hispanoamericana", los Cuentos fantásticos del XIX (El Ojo sin Párpado, 1987) de Calvino o la Anthologie du fantastique (Gallimard, 1966) de Roger Caillois, cuya traducción se planteó Siruela antes de emprender, desalentado ante la perspectiva de gestionar los derechos para un trabajo ajeno, la suya propia, que al contrario que la del francés prescinde de la división por literaturas para ofrecer los relatos en orden cronológico. A estas referencias inexcusables podrían añadirse los trabajos más o menos parciales de Rafael Llopis -su Antología de cuentos de terror, publicada por Taurus en 1963, ha sido muchas veces reeditada en Alianza-, Juan Antonio Molina Foix, Roberto Cueto o David Roas, que han compilado volúmenes, dedicado valiosas páginas al 'género' o seguido su rastro en la literatura más reciente.

Como aperitivo a la gozosa degustación de los 55 relatos recogidos en la Antología -que abre un celebérrimo cuento de Hoffmann y cierra otro, luminoso, del indio Naiyer Masud, ya representado en el catálogo de Atalanta-, el Exordio de Siruela trata primero de los modos de aproximación a lo fantástico, de la evolución de esa "forma literaria" -íntimamente ligada a la fundación del relato moderno- en los siglos XIX y XX, de los intentos más o menos vanos o infructuosos de catalogación, de la metáfora como gramática o lenguaje natural de un registro cercano al poema en prosa. Frente a la razón ilustrada, Caillois habló de la "irrupción de lo inadmisible", que precisamente tiene lugar cuando lo extraordinario deja de ser aceptado "como parte de los arcanos inherentes al mundo", cuando las "fuerzas extrañas" de las que habló Lugones, autor incluido en la Antología, suscitan la duda sistemática -"una reacción puramente moderna"- y ya no valen las justificaciones religiosas. A continuación se recorren las líneas históricas de la literatura fantástica, desde Horace Walpole -fascinado lector de Plinio el Joven- hasta Shirley Jackson o Joyce Carol Oates, dos siglos en los que el concepto se amplía y adquiere un carácter universal, emancipado de la filiación británica.

En el tercer y último apartado, Siruela enumera y ejemplifica los "temas medulares" de la tradición: el fantasma (M.R. James, Oliphant, Collins, L'Isle-Adam, Bierce, Tario), la personificación de la muerte (Poe, Alarcón, Mujica Láinez), el pacto con el diablo (Maturin, Reinolds), los vampiros (Tieck, Polidori, Le Fanu, Crawford), los hombres lobo (Stevenson, Marryat, Saki), las casas o lugares hechizados (Henry James, Hodgson, Lovecraft, King), las metamorfosis (Dabove, Garnett, De la Mare, Chacel, Bowles), el doble (Maupassant, Dostoievski, Mann, Nabokov, Papini, Marías), los seres monstruosos (O'Brien, Benson), los autómatas, estatuas y armaduras (Mérimée, Meyrink, Calvino), la magia (Balzac, Jacobs, Silvina Ocampo, Tanizaki), las otras dimensiones (Bioy, Kipling), las paradojas del tiempo (Wells, Carpentier, Kiš, Woolf, Dunsany), la inmortalidad (Rider Haggard, Borges, Bombal), el sueño y la realidad (Onions, Gautier, Cortázar) o las alucinaciones (Gilman, Ewers, Fernández Cubas). Tomando el título de un relato que se nos recuerda encantó al joven Borges, Donde el fuego no se apaga de May Sinclair, podríamos concluir que al margen del trasfondo neodantesco en el que se desenvuelve la ficción de la autora inglesa, la literatura fantástica conforma un vasto dominio en el que perduran no sólo los terrores ancestrales, sino también la perplejidad, el asombro, ese componente irracional -valdría la imagen del fuego o de la llama, con sus incesantes permutaciones- sin el que la vida humana no resulta del todo inteligible.

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