Ópera y Teatro contra la barbarie

Iphigénie en Tauride | Crítica

Una escena de 'Iphigénie en Tauride" en el Teatro de la Maestranza
Una escena de 'Iphigénie en Tauride" en el Teatro de la Maestranza / José Ángel García

La ficha

****Ópera Ch. W. Gluck con libreto de N. F. Guillard. Solistas: Raffaella Lupinacci, Damián del Castillo, Edward Nelson, Sabrina Gárdez, Mireia Pintó, Andrés Merino, Julia Rey, Beatriz Arjona, Nacho Gómez. Coro del Teatro de la Maestranza. Real Orquesta Sinfónica de Sevilla. Dirección de escena y vestuario: Rafael Rodríguez Villalobos. Escenografía: Emanuele Sinisi. Iluminación: Felipe Ramos. Dirección musical: Zoe Zeniodi. Lugar: Teatro de la Maestranza. Fecha: Martes, 11 de febrero. Aforo: Tres cuartos.

16 de marzo de 2022. Más de mil personas se habían refugiado en el teatro de la ciudad de Mariúpol, en Ucrania. En el tejado estaba claramente escrita la palabra “Niños” para advertir al ejército ruso. El Teatro y la Cultura como abrigo contra la barbarie. Pero no sirvió de nada, más de seiscientas personas perecieron en el bombardeo ruso.

Así da comienzo el excelente espectáculo teatral diseñado por Rafael Rodríguez Villalobos en el que ha sido, para mí, el mejor trabajo operístico suyo visto en el Maestranza. Con sobriedad conceptual, dirigiéndose al corazón de los conflictos (políticos, familiares, personales) de los personajes, ayudando a esclarecer en vez de emborronar la trama, sin desmesuras eróticas y con muy medidos movimientos de actores, Villalobos nos sabe poner en antecedentes (por una vez los personajes interpuestos y las escenas habladas tienen pleno sentido) para comprender la verdadera raíz de los enfrentamientos entre Clitemnestra, Agamenón, Orestes e Ifigenia.

La escenografía de un teatro destruido es impactante y la iluminación mortecina se adapta perfectamente a la oscuridad de las pasiones desenvueltas sobre la escena. No faltan algunos toques de violencia, también sexual, pero son coherentes y nada escandalizantes, con lógica narrativa en un contexto de enfrentamiento bélico y de cataclismo de sentimientos cruzados. Al margen de sus prestaciones musicales, los cantantes actuaron de forma excelente, lo que no era del todo sencillo dada la escasa acción dramática de la mayoría de las escenas, pero el diseño actoral estaba tan bien cincelado que todo fluyó con plena eficacia teatral.

La directora griega Zoe Zeniodi consiguió algo muy especial: hacer que la Sinfónica sonase como un conjunto historicista sin serlo. Imprimió desde la obertura tempos muy marcados, ricos en acentos y en sforzandi, buscando una y ottra vez los contrastes dinámicos, especialmente en los abundantes recitativos orquestales. Jugó con los colores instrumentales con gran atención, poniendo de relieve los timbres de las maderas o el sonido matizado de los timbales. No perdió de vista en ningún momento a las voces y evitó cubrirlas en los momentos más dramáticos.

La gran triunfadora de la noche fue Raffella Lupinacci, que lleva sobre sí todo el peso de esta ópera. De voz especialmente bella y satinada, de magnífica proyección, la puso al servicio de la expresión de los afectos en los mil y un vericuetos de la partitura, no ya en las arias, sino especialmente en los recitativos acompañados en los que exhibió un fraseo muy cuidado sustentado sobre una articulación y una dicción clarísimas. Edward Nelson fue un Orestes de bella voz baritonal, rica en color, a la vez que fue también un espléndido fraseador capaz de vestir de diversas tonalidades su sonido en función de las palabras. Alasdair Kent empezó galleando a placer, pero en el tercer acto, desde su bello súo con Orestes, se reivindicó como un apropiado tenor ligero con facilidad para los sobreagudos más complicados (Mi bemol), sabiendo aquí resolver la complicada zona de paso al registro de cabeza. Atacó con bravura y agilidad su virtuosística aria.

Es un placer siempre volver a escuchar voces tan timbradas y tan teatrales como las de Damián del Castillo y Andrés Merino. A Mireia Pintó la sentimos con la voz velada y engolada, lejos del relieve que mostró en su última Norma sevillana. Muy bien los demás solistas, con especial mención a la prometedora Sabrina Gárdez.

Matrícula de Honor para un coro de un empaste brillantísimo, especialmente las mujeres, en uno de sus mayores retos dada la cantidad y calidad de su intervenciones. En toda la gama dinámica sonó con homogeneidad y brillo, siguiendo sincoranizadamente los veloces tiempos de algunos pasajes.

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