LAS CAUTIVAS | CRITICA

El grito ahogado

Antonio Raposo ha elegido la única obra de Plauto que no es una comedia al uso. La división aristotélica entre tragedia y comedia dejó fuera lo que en la actualidad conocemos como drama. Y es, en este género, donde debemos enclavar Las cautivas ya que la historia que nos cuenta no llama a la risa ni muchos menos al divertimento. Un padre busca a su hijo que ha sido hecho prisionero en la guerra. Raposo transforma el género de los protagonistas de Plauto y los convierte en mujeres. De esta manera, Higiona, se dedica a comprar esclavas de guerra para poder canjearlas, llegado el momento, por su hija. La sordidez de la guerra se ceba de lleno en estas mujeres que son tratadas como mercancía sexual con la que desfogar a los soldados.

Las cautivas no edulcora su mensaje. Viste a sus protagonistas como refugiadas de la guerra de Siria y usa el mar Mediterráneo como cementerio de los que huyen de los dos bandos de la guerra. La obra está bien dibujada y su primera escena resulta abrumadoramente dura. Pero Raposo se equivoca haciéndonos partícipe de una especie de prólogo donde nos explica de qué va la función. Resulta chocante y, sobre todo, innecesario.

Da la sensación de que la función no está terminada, de que se ha llegado con prisas al estreno y que el propio teatro romano de Santiponce se come algo que, por su crudeza, su dolor y su violencia, necesita de más intimidad.

Personalmente, siento un rechazo ante la acumulación de desgracias. Es como si acabaran por despertar en mi interior justo lo contrario de lo que se pretende. Tanta maldad (sé que la guerra es infinitamente más cruel), tanta desgracia junta, y la versión de Raposo las acumula en su puesta en escena, me deja frío cuando debería hacerme gritar contra lo que está ocurriendo.

En la interpretación destaca Esperanza García Maroto y sus compañeras necesitan que la obra ruede un poco más.

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