"Nos hacemos a la contra; si te sometes una vez, te tienes que someter todas"

Maruja Torres. Periodista

La autora acaba de publicar 'Diez veces siete', una reflexión vital sobre la supervivencia, la honestidad y su experiencia con su periódico de toda la vida

La periodista y escritora Maruja Torres.
La periodista y escritora Maruja Torres.
Pilar Vera

20 de junio 2014 - 05:00

"Una chica de barrio nunca se rinde". Diez veces siete (Planeta)es, por supuesto, una historia de supervivencia. Quien aprende a vivir con el suelo temblando no cae aunque las paredes fallen, viene a decir Maruja Torres en el libro que tiene como piedra de toque su adiós a El País. La niña que temblaba de ausencia sobre un escenario no sólo siguió sobre sus pies, sino que descubrió cómo mirar al público, mimó una lengua bífida, terminó aprendiendo cómo posar con sonrisa abierta ante los fotógrafos ("Tuve que aprender tras lo del Planeta").

-¿Cómo nació esta especie de compilación vital?

-Surgió la opción de escribir una especie de segunda parte de Mujer en guerra. Todo lo que cuento en ese libro parece ahora ciencia-ficción, aunque ya entonces había cosas que me parecían terribles... Pero cuando ocurrió todo esto [su salida de El País, que estuvo lejos de ser armónica], vimos que era cierto, que había que contar el hundimiento aunque desde la perspectiva de la esperanza. Luego, ha sido un año en el que ha habido muchas idas y venidas, y vueltas, y cuando empiezas a profundizar salen otras cosas. Me di cuenta de que tenía que contar la relación con mi madre, por ejemplo. A estas alturas no tengo ni ganas de engañar a los demás, y mucho menos a mí misma.

-A pesar de todo lo que cuenta (la conclusión es que la vida no es precisamente amable), el libro tiene un tono optimista.

-Sí, de hecho, al final se ve incluso cómo voy reconciliándome con la figura de mi madre.

-¿Hasta qué punto lo que es Maruja Torres, lo que uno es, se hace a la contra?

-Yo creo que casi todo lo que uno es se hace a la contra. He sentido muchas veces que había cosas ante las que tenía que resistir, ante las que no podía claudicar. La sensación, incluso a nivel de pareja, de que si te sometes una vez, te tienes que someter todas. Y si dices no, tienes que seguir diciendo no.

-¿Qué ha tenido el periodismo para ejercer esa función de hogar, de amor?

-Pues no lo sé a ciencia cierta. Yo creo que hubo una mezcla de casualidad y de destino. Y eso que estaba destinada, por la época, a un periodismo muy limitado... Pero estaba la redacción, y que trabajaras como un hombre, una chica de 21 años que se ganaba su sueldo así... Eso era muy seductor. Tal vez quienes se dediquen a esto ahora no tengan tanta suerte, pero desde luego lo que no se puede negar a la situación actual es narrativa. Potencialmente, la narrativa es brutal. Si me detengo a pensarlo, tal vez con el periodismo tuve esa sensación de casa porque me encontraba entre gente que me quería: una redacción es como una farmacia de guardia, siempre abierta... El periodismo ha sido un baluarte de mi vida, hasta que dejó de serlo, y entonces he tenido que buscarme la vida en internet, y he visto que también puedo hacerlo.

-Parte de las grisedades que se relatan en los primeros tiempos van apareciendo luego.

-Claro, nunca se ajustan cuentas del todo con el pasado. Hay pasados que marcan esa etapa vacía. Pero lo cierto es que ya no siento nada, no tengo el menor cabreo por El País, ya no siento nada al no hacerlo contigo, por decirlo así.

-Es inevitable ver la portada del libro, infestada de tiburones, y no pensar en aquellas declaraciones sobre Cebrián en las que decía que se había creído un tiburón de Wall Street, pero que sólo era una sardinita...

-[Risas] Aquello fue estupendo porque salió en The New York Times. En alemán:"Sardinen...". Mis amigos me decían: "Maruja, comprenderás que esto no puede perdonarse". Pero la cosa venía de antes, de cuando estaba en Beirut y me comunicaron que por edad tenía que dejar la nómina. Y que bueno, que no era por dinero, que con mi dinero contratarían a redactores jóvenes. Cosa que nunca sucedió, por supuesto.

-En esa realidad del periodismo como pulso o reflejo social, ¿imaginó alguna vez que se viviría esta labor de zapa?

-No, no me imaginaba algo así a nivel social: como mujer, como periodista, como ciudadana... Estamos en un capitalismo gore que se alimenta de nuestra sangre.

-Una de las cosas que sorprenden en esta, por ahora, última reinvención, es la cualidad de Cádiz como refugio...

-Para conocer Cádiz se juntaron una serie de casualidades que comenzaron con el premio de la Asociación de la Prensa. Pasé dos meses en Tarifa terminando el libro, y a Cádiz había ido en visitas fugaces, sobre todo al museo, por los sarcófagos. Sentía una conexión, me sentía muy identificada: el mar es lo que marca mi vida. E incluso aprendí a que el viento me despeinara. Esto es una especie de encoñamiento con un mar que no es el Mediterráneo, pero tiene trazas. Y, sobre todo, el lujo de estar de espaldas a Europa, ahora que me cae tan mal. Además, en sí, toda la provincia de Cádiz es de lo más variado que he podido encontrar.

-Diez veces siete está lleno de salvavidas.

-De salvavidas...

-Literatura, cine, amigos...

-Absolutamente. He tenido una habilidad magnífica para agarrarme a las cosas cuando veo que todo se ha perdido. En este sentido, la literatura me ha servido mucho más que el cine, porque este no me hablaba tanto al intelecto. Cuando conocí a Terenci [Moix] con 14 años, y él se llamaba Ramón y yo María Dolores, bebíamos toda película y libro que llegaba a nuestras manos... Desde luego, eso creo que me ha servido más que los videojuegos, por ejemplo.

-Y está ese "nosotros". Los del otro lado...

-Ese nosotros al que está dedicado el libro, los lectores, ha sido siempre el gran colchón. Yo he podido sobrevivir porque tengo prestigio, y tengo prestigio gracias a los lectores. Los lectores de verdad, quienes te siguen, no son sardinillas. Te quieren por lo que eres, por lo que haces. Y quieren que lo sepas.

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