los gestos | Crítica de teatro

Y se hizo la magia teatral

Una escena de 'Los gestos' de Pablo Messiez

Una escena de 'Los gestos' de Pablo Messiez / Luz Soria

Hace tiempo escribí que Almodóvar era capaz de doblar la pantalla para hacer el cine que le daba la gana. Anoche, con la obra de Pablo Messiez tuve la misma sensación, hace el teatro que quiere. Una suerte de sortilegio mágico que es capaz de desubicarte pero a la vez te embelesa llevándote a un mundo metateatral donde todo es posible.

La lógica desaparece para dar paso a una puesta en escena irreal, en un lugar inexistente con unos personajes tomados prestados de la película Teorema de Pasolini (en la pantalla aparece una de las escenas de la película sin ningún rubor para darnos la clave). Se superponen las acciones rompiendo la naturalidad a la que nos tiene acostumbrado el teatro de texto para darle su sitio a los gestos, que dan nombre a la pieza. Unos gestos que nos recuerdan a otros gestos y que acaban creando una atmósfera de ensoñación.

La base referencial es la ciudad de Roma, la búsqueda de una belleza que se ve por primera vez. Una actriz, Topazia, que se supone que ha heredado un local, y que es la viva imagen de la cantante Mina, la gran diva italiana, encarnada por este monstruo de la interpretación que es Fernanda Orazi. Un marido, Emilio Tomé, que intenta dominar a la actriz haciéndole repetir una y otra vez una escena hasta la extenuación. La madre de la actriz, Elena Córdoba, antigua bailarina y un joven de nuestra época, Manuel Egozkue, que demanda lo que es obvio, que se le pague por su trabajo. Todos, salvo el joven, caen rendidos ante el magnetismo del personaje de Nacho Sánchez que, junto a la Orazi, brilla como un cometa en el cielo. Da miedo la expresividad con la que este actor se muestra, su voz perfecta y el uso de su cuerpo en una partitura gestual que lo mismo nos recuerda a un vampiro del mejor cine gótico alemán que a un atractivo joven por el que se dejan seducir.

Messiez habla de la belleza, del teatro, con sus miserias y sus grandezas. Es una evocación constante en la que puedes entrar o no y si lo haces te sientes enormemente recompensado porque  las normas establecidas desaparecen para entrar en un disfrute escénico que es capaz de activar teclas profundas de tu ser.

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