la fiesta del chivo | Crítica de teatro

El horror acecha

Juan Echanove y Eugenio Villota, en una representación de 'La fiesta del Chivo' en Sevilla.

Juan Echanove y Eugenio Villota, en una representación de 'La fiesta del Chivo' en Sevilla. / Juan Carlos Muñoz

La idea de una Sevilla volcada con la cultura sigue tomando cuerpo. Este viernes se inauguraba la programación de la segunda edición del Singular Fest, que también ha visto modificado sus fechas por el Covid-19, y que se estrenaba con la adaptación al teatro de la novela del premio Nobel Mario Vargas Llosa, La fiesta del chivo. Una obra cumbre de la literatura en español y que, desde su publicación en el año 2000, se ha convertido en uno de los retratos más feroces, despiadados y demoledores de las dictaduras y el poder absoluto. Es la segunda entrega, tras su versión de El coronel no tiene quien le escriba, de la trilogía teatral que está ultimando Carlos Saura y que cerrará con un nuevo espectáculo que utilizará textos de García Lorca.

Con el apoyo del ministro de Cultura, José Manuel Rodríguez Uribes, sentado en el patio de butacas del escenario montado en la Plaza de España de Sevilla, la compañía que encabeza Juan Echanove retomó sus actuaciones que habían sido suspendidas debido a la pandemia. 600 espectadores asistieron, con mascarillas incluidas durante toda la representación, a esta nueva edición del Singular Fest que cuenta con el patrocinio del Ayuntamiento de Sevilla.

La novela La fiesta del chivo cuenta, en tres líneas argumentales, el asesinato de Rafael Leónidas Trujillo, dictador de República Dominicana, y las consecuencias, treinta años después, en la vida de los protagonistas de aquel momento. Vargas Llosa siempre ha defendido que ficcionó todo lo que quiso pero es innegable que los hechos históricos fueron los que fueron y se recogen casi documentalmente en su obra. Natalio Grueso ha hecho una adaptación al teatro sobresaliente. Ha condensado todo lo esencial y sale victorioso con esta versión que acaba atrapando al espectador que asiste atento y aterrorizado al descubrimiento de una dictadura por dentro.

El trabajo de sus intérpretes, encabezados por Juan Echanove y Lucía Quintana, es maravilloso, sobrecogen al ‘naturalizar’ unas situaciones que, aniquilan, destruyen y anulan la vida de un pueblo y la de ellos mismos.

Junto a ellos, Eugenio Villota, Eduardo Velasco, Gabriel Garbisu y David Pinilla, todos maestros,  son el reflejo de la peor de las pesadillas. El poder absoluto, la tremenda impunidad basada en el terror que se ejerce sobre la población sobrecoge y mantiene en vilo al espectador durante una hora y media que acabó poniéndolos en pie aplaudiendo el trabajo de los actores.

Aunque Carlos Saura firma la escenografía, el vestuario y la dirección podríamos hablar de la mano invisible de Saura. Parece que el director ha decidido dar un paso atrás y ofrecer todo el protagonismo a la historia magníficamente versionada por Natalio Grueso y al imponente elenco con el que cuenta. También es el autor de los dibujos que se van proyectando en la pantalla trasera y que sirven para resolver los cambios de localizaciones y los estados de ánimo de sus personajes.

No sé si hubo magia anoche, o si la pandemia empieza a tener sus efectos en nuestras mentes, pero lo que se escuchó ayer en la Plaza de España tuvo ecos de aviso, de advertencia de que no podemos cerrar en falso la historia y de que debemos estar prevenidos. El horror acecha.

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