La inteligencia dramática

Nacionalidad y nacionalismo | Critica

Alianza publica 'Nacionalidad y nacionalismo', colección de ensayos donde Berlin abordó el problema del nacionalismo desde distintas ópticas y con notables diferencias, apreciables en sus textos

Imagen del pensador anglo ruso Isaiah Berlin. (Riga, 1909-Oxford, 1997)
Manuel Gregorio González

11 de diciembre 2022 - 06:00

La ficha

Nacionalidad y nacionalismo. Isaiah Berlin. Edición de Ángel Rivero. Alianza. Madrid, 2022. 240 págs. 11,50 €

Derechos del hombre. Thomas Paine. Edición de Fernando Santos Fontenla. Alianza. Madrid, 2022. 392 págs. 15,50 €

He decidido titular así estas líneas porque en los ensayos de Berlin, ahora recogidos, donde se trata el peligroso auge del nacionalismo durante el XX, nos encontramos con un drama humano muy concreto. Aquel que atañe al propio autor de estas páginas, cuya formidable inteligencia está fuera de dudas, y en el que vemos su evolución desde una comprensión inicial, desde una tibia benevolencia con el fenómeno, visible en su desacuerdo inicial con Elie Kedourie y su soberbio e implacable Nacionalismo (1960), hasta sus últimas líneas dedicadas a tal aspecto, “El nacionalismo, menospreciado en el pasado y poderoso en el presente” (1978), cuyo título deja adivinar su preocupación por dicha manifestación política, hoy más robusta, pero cuya postrer instancia, su naturaleza ideológica, vale decir, “artificial”, Berlin solo tardíamente acepta como inexcusable.

Para Berlin el nacionalismo será el fruto de las insuficiencias y abusos de la Ilustración

En su magnífica y muy recomendable “Introducción”, Ángel Rivero explica esta evolución del pensamiento de Berlin, así como el linaje intelectual, de Kant y Herder a Fitche, que da origen al nacionalismo. También dará noticia Rivero, tanto de las tempranas advertencias de Lord Acton, señalando el peligro que el nacionalismo suponía para las libertades individuales, cuanto de la particular ceguera de Berlin para tal aviso. Digamos que en Acton el nacionalismo era una consecuencia extrema de la Revolución francesa, mientras que para Berlin el nacionalismo será el fruto de las insuficiencias y abusos de la Ilustración, una reacción romántica, “orgánica”, “natural”, a los excesos de la Razón dieciochesca. En tal sentido, escribe Kedourie al inicio de su obra: “No ha sido el menor éxito de esta doctrina (la doctrina de que “la humanidad se encuentra dividida de modo natural en naciones”) el que tales propuestas hayan sido aceptadas y consideradas evidentes por sí mismas, de modo que el propio término de 'nación' ha sido dotado por el nacionalismo de un significado y alcance que hasta finales del siglo XVIII estaba lejos de tener”. ¿Porqué, entonces, Berlin atribuye al nacionalismo un carácter reactivo, defensivo, a pesar de que, según él mismo, “es sin duda la fuerza más poderosa y seguramente la más destructiva de nuestro tiempo”? Por la cuestión conceptual que señalaba Kedourie. Berlin considera, contra toda evidencia, que existen naciones “naturales”, que al verse ofendidas y humilladas se inflaman violentamente. Esto explica, de igual modo, su reticencia inicial a considerarlo una concepción política, así como su convencimiento, erróneo, de que nadie lo hubiera advertido, antes de que fuera demasiado tarde.

Lo cierto, en todo caso, es que será el lenguaje científico de la Ilustración quien cree este fantasma caracteriológico de los pueblos, las naciones y las razas, que encontramos, no solo en Kant y Fitche o en el teólogo Schleiermacher, sino en el Montesquieu de las Cartas Persas y El espíritu de las leyes, o en la elucidación de las razas de Buffon, y en resumen, en un afán científico que dará como resultado el pintoresquismo, el folklore y el saber antropológico.

El lector tiene en sus manos, pues, un excepcional documento, tanto por su claridad, como por su inesperado gravamen romántico y “naturalista”. No deja de ser curioso que un “un judío ruso de Riga”, como se definía Berlin, viera con cierta “comprensión” este fenómeno, que no anda lejos de su postura favorable al sionismo. Pero es precisamente este hecho el que explica, en parte, su necesidad de una nación “natural” donde encontrarse en casa. Ya con posterioridad, en los ochenta del siglo pasado, será un germano-británico, Eric Hombsbawm, quien explique en todos sus aspectos, con insuperable perspicacia, la cuestión de los nacionalismos en su Naciones y nacionalismo desde 1780. También expondrá con solvencia un hecho aledaño del nacionalismo, como es la tergiversación y ocultación del pasado y La invención de la tradición, aplicados, principalmente, al ámbito británico. Asuntos que el propio Berlin trataría, lateralmente, en Las raíces del Romanticismo. Digamos, en fin, que el lector tiene entre sus manos el origen y la evolución de un equívoco, de una perplejidad actual, en el ejemplo de una de las grandes inteligencias del XX.

El combate del siglo

Al tiempo que la obra de Berlin, la benemérita editorial Alianza publica uno de los libros de mayor repercusión en el mundo contemporáneo, los Derechos del hombre (1791) de Thomas Paine, cuyo origen se halla en una respuesta a las Reflexiones sobre la Revolución en Francia (1790), de Edmund Burke, ambos estrechamente relacionados con el moderno concepto de nación ya señalado. Pero el combate de Paine contra Burke no es, ni mucho menos, el único en este siglo polémico. Mencionemos los de Swift contra Defoe, Rousseau contra Voltaire, Herder contra Montesquieu o el del Neoclasicismo contra el Rococó. Paine, por su parte, lamenta la defensa de la costumbre y las instituciones propias que acomete Burke, ante la violencia revolucionaria, mientras que los Derechos del hombre deploran esa heredad tradicional en nombre de un mundo nuevo con el que hoy compartimos muchísimos conceptos. Sin embargo, no todo es claridad en el XVIII de Paine y en los términos que baraja. Recordemos que estos Derechos del hombre, la “Biblia de los pobres”, están dedicados a un conspicuo propietario de esclavos como fue George Washington; característica que compartía con un gran amigo de Paine, Thomas Jefferson.

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