Antonio Orejudo. Escritor

"La izquierda en España es muy pueril, de ahí su tendencia a la prescripción moral"

  • El autor madrileño afincado en Málaga compone en 'Grandes éxitos', su último libro, un divertidísimo artefacto que reúne relatos inéditos, reflexiones literarias y confesiones autobiográficas

El escritor Antonio Orejudo (Madrid, 1963).

El escritor Antonio Orejudo (Madrid, 1963). / Iván Giménez

Que Antonio Orejudo es uno de los escritores más divertidos (o eutrapélicos, que diría él) de nuestra literatura reciente es evidente desde hace años. Que además, o mejor, sobre todo, escribe que da gusto, también lo sabe cualquiera que lo haya leído. Que todas sus novelas están escritas contra la tradición, contra sus hermanos mayores, contra la generación de los 40, contra la trascendencia literaria, contra las ideologías, contra la universidad y, finalmente, contra sí mismo, eso lo dice él en Grandes éxitos (Tusquets), su último libro. En este delicioso artefacto, el autor, madrileño afincado ahora en Málaga tras muchos años en Almería, en cuya universidad sigue dando clases, reúne relatos inéditos o publicados hace años pero ya inencontrables, que van acompañados de lo que en principio iban a ser meras presentaciones –cómo, cuándo, dónde y por qué fueron escritos– y al final acabaron convirtiéndose en enjundiosas y afiladas reflexiones sobre la literatura y su propia poética, enmiendas a sí mismo, confesiones personales, caústicas miradas al paisaje sociopolítico, tan importantes al cabo como las ficciones a las que preceden, si no más. Erudito sin esforzadas poses, punk casi sin querer, con la honestidad por delante. Orejudo en vena.

–Empieza uno a leer, y la primera en la frente. "Los libros no sirven siempre para explicar la vida". Es más, a veces hasta la hacen "más confusa e insufrible".

–Sobre eso se puede discutir mucho, yo tengo amigos que piensan exactamente lo contrario. Pero mi experiencia es esa. La literatura sólo sirve para explicar la literatura, pero no pasa nada, ¿por qué tendría que servir para algo más? La literatura y la vida no están hechas de la misma trama. En mi caso, rara vez una novela me ha ayudado a tomar una decisión. Entre otros motivos porque las decisiones que toma un narrador no son las decisiones que toma la vida por uno en muchas ocasiones. Es más, la misma literatura está llena de ejemplos de personajes que fracasan en su vida por querer aplicar a la misma las leyes librescas, el más célebre de todos ellos Don Quijote. La vida es una fuerza azarosa y sin sentido y precisamente porque es así necesitamos construir ficciones, para intentar aprehender un poco al menos ese flujo absurdo que es nuestra existencia en la Tierra.

–Dice que la mayoría de los desastres colectivos parten de una confusión entre la vida y la literatura. ¿Qué ejemplo del mundo de nuestros días le da la razón?

–Ahí están los conflictos religiosos y el nacionalismo. Las religiones históricamente más violentas son las que tienen libro. El cristianismo pasó ese sarampión durante la Edad Media y buena parte de los siglos XVI y XVII, con las guerras de religión que asolaron Europa. Entonces, lo que discutía era lo que decía el Libro: hubo gente a la que quemaron en la hoguera por sostener que en él no se decía A sino B. El Islam está pasando ahora por lo que el cristianismo pasó en aquellos tiempos, y ahí tenemos los resultados. En cuanto a los nacionalismos, todos parten, consciente o inconscientemente, de una confusión entre la vida y la literatura. La Historia, en el fondo, siempre está tuneada, pero la literatura que se usa para ejemplificar y sostener una postura de primacía nacional o racial, la que se usa como prueba inequívoca de que las cosas son así y punto, esa literatura está aún más tuneada, es muy evidente.

–Dice que Cervantes, si volviera a vivir, se moriría del mismo modo, ignorado y despreciado por la cultura oficial. ¿Por qué?

–Porque lo que para mí representa Cervantes sigue siendo despreciado en el mainstream literario. La ironía, el descreimiento, el humor, todo eso lo sigue menospreciando la cultura oficial, en la que se prima la dificultad en la lectura y la oscuridad se toma por complejidad, y el humor se entiende como una distracción, lo que se hace mientras no se habla de las cosas serias. Por eso me sorprende que ciertos escritores nada cervantinos se llenen la boca con el nombre de Cervantes, que es un ejemplo de escritor eutrapélico, que es virtud por la cual uno se divierte para poder acometer con más fuerza los asuntos serios. ¡A todos les gusta el humor, claro! Lo que no dicen es que les gusta encerrado en la vitrina de un museo.

–Sostiene en el libro que el posmodernismo, tan atacado aquí durante décadas, conecta en realidad con el espíritu de algo tan español como el Barroco. ¿En qué momento lo lúdico se volvió sospechoso o menor?

–¿En qué momento se jodió el Perú, no? Me lo he preguntado muchas veces. Una literatura con una tradición tan burlesca, tan juguetona, tan humorística como la española, además... Tuvo mucho que ver el prestigio de la narrativa centroeuropea del siglo XX, en confluencia con la literatura de posguerra. Esa sensación de que la literatura tiene que servir para algo. En el caso de la llamada literatura comprometida, para aleccionar, para criticar, para demostrar la injusticia de la dictadura...

"¿Defender a quienes lo necesitan? Por supuesto, con leyes. Pero es asfixiante la tendencia a meterse en nuestra vida privada"

–Y el caso es que buena parte de su obra es marcadamente política. No programática, seguro, pero política sin duda...

–Pues me alegra que lo digas, porque yo me considero un escritor social. Puede que a veces mi manera de enfocar la literatura, la alegría con la que escribo, oculte la verdadera fuerza que me lleva a escribir, que es puramente política. Por eso no me interesa la introspección, o me interesa sólo si sirve para dibujar un panorama social o para reflexionar sobre el papel que la identidad individual desempeña dentro de un contexto social, esas cosas... Y hay otra cuestión: sigo pensando que la literatura que aspira a ser revolucionaria o subversiva tiene que serlo, sobre todo, literariamente. Y casi siempre esa literatura supuestamente comprometida-subversiva-política es, de hecho, salvajemente conservadora.

–Habla en el libro sobre cómo ha retratado a las mujeres la literatura clásica romántica: criaturas pasivas y muy calladitas, por las que los poetas sufren y arden de amor y deseo, aunque en realidad no llegamos a saber por qué a ellos les vuelven tan locos, ya que no se molestan en explicarnos quiénes y cómo son esas mujeres. Al hilo de esto, ¿qué opina de la perspectiva de género tan en boga ahora?

–Sobre esto hay dos cuestiones. Una, la literatura que se haga desde la nueva realidad, con una sexualidad más variada. Bueno, no más variada que antes necesariamente, pero sí que ha salido más a la luz. Y eso no es que sea bueno o malo, es que si eso es así, como lo es, acabará reflejándose en la literatura, que por algo lleva siglos registrando los cambios y los estados de ánimo del mundo. De modo que antes o después acabaremos leyendo una estupenda novela de una persona trans, por ejemplo, pero de una manera natural, y ahí tendremos un punto de vista muy poco usual en la literatura, que siempre ha sido escrita desde la heterosexualidad o desde la homosexualidad, pero no desde la transexualidad. El mundo cambia... Pero por otro lado hay ahora una tendencia a reescribir viejos textos con los valores de nuestro mundo que a mí me parece un disparate absoluto, además de un ejercicio de soberbia infinita, porque implica obligar al resto del mundo y de las edades del hombre a pensar como pensamos nosotros. Y nosotros, hombres, mujeres y transexuales del siglo XXI, somos un granito de arena en la historia de la Humanidad. La gente no siempre ha pensado así, ni ha sentido de esta manera, ni ha tenido nuestros valores, y está bien que sepamos cómo ha sido la evolución de los seres humanos. Y resulta que ahora tenemos Facebook y estas cosas, pero de muchas épocas antiguas la única noticia que tenemos sobre cómo vivían y sentían los seres humanos es gracias a los textos. Pienso en la literatura de niños conforme a lo políticamente correcto; mira, si los cuentos de los hermanos Grimm te parecen espantosos y crueles, que a veces lo son, joder, no se los leas a tus hijos, o léeselos pero explicándoles por qué son así, pero no los manipules, que además no es obligatorio leerles esos. Y por cierto hay muchos otros libros, miles. Coges y le lees otro a tu niño, mira qué sencillo es.

–¿Ha regresado el puritanismo? ¿También el de izquierdas?

–La izquierda en este país siempre ha sido muy pueril y moralista. De ahí toda esa prescripción moral: esto bueno, esto es malo, esto se debe decir así, queridísimos hermanos... Ese puritanismo siempre está latente, al acecho para reaparecer en cualquier momento. En los tiempos actuales está cobrando forma de ideologías izquierdistas e incluso feministas. Pero hay que distinguir el grano de la paja: está muy bien la legítima reivindicación de derechos de una parte de la población que no los ha tenido durante mucho tiempo y que en algunos casos sigue todavía sin tenerlos; y otra cosa es la prescripción moral. Tenemos que defender a quien lo necesita, por supuesto, y eso se hace con leyes, pero es asfixiante esta tendencia a meterse en el terreno de la vida privada de cada uno. 

Antonio Orejudo. Antonio Orejudo.

Antonio Orejudo. / Iván Giménez

–Estoy viendo un jardín por aquí: ¿qué le parece la propuesta de Carmen Calvo sobre la necesidad del consentimiento expreso en las relaciones sexuales?

–Lo primero que yo me pregunto es cómo será ese sí expreso. ¿Tiene que ser la palabra ? ¿Otras también valen? ¿Cómo va eso? He leído opiniones de juristas y prevén grandes dificultades legales para aplicar este asunto. Estoy seguro de que el problema existe, pero yo, en mi propia vida, en mi miserable y humilde experiencia, no recuerdo ni una sola ocasión en la que no estuviera meridianamente claro el o el no de la persona con la que yo quería mantener una relación sexual. Estamos llegando a unas situaciones grotescas, todo se puede convertir en un jardín delicadísimo, salvo que uno, claro, lleve un contrato que diga fírmame aquí que vamos a follar. Al mismo tiempo, creo, por lo que le he leído a algunos juristas, que son lo que saben de esto, que habría que reajustar qué consideramos delito de violación...

–Otro jardín: determinadas corrientes del feminismo actual...

–A mí nada de esto me pilla de sorpresa. Ya cuento en el libro cómo viví en Estados Unidos la época en que nació la corrección política. Para alguien que venía de la España de los 90, aquello era una cosa orwelliana. Yo tenía que dejar la puerta del despacho abierta por si alguna alumna que viniera a discutir una nota o a hablar de cualquier otra cuestión se ponía a dar voces y no había testigos oculares de que yo no estaba intentando violarla. En este asunto de las reivindicaciones del feminismo, como suele ocurrir, hay posturas exageradas y otras que me parecen sensatas. Yo nunca me he movido en un ambiente como el de La Manada, me resulta difícil concebirlo, pero es evidente que existe gente así, por lo que tiene que haber algún leyes que amparen a las mujeres. Mira, yo tengo una hija de 18 años y un hijo de casi la misma edad, y cuando salen por ahí de noche sólo me siento intranquilo por ella; eso, está claro, no puede ser, algo hay que hacer porque algo está fallando... Estamos viviendo una revolución en este aspecto, y en estos procesos siempre se producen exageraciones e incluso injusticias. Yo confío en que recuperaremos el sentido común porque, si no, corremos el riesgo de resucitar la vieja Inquisición.

–Uno de los relatos de este libro coge el argumento del Cantar de Mío Cid y lo convierte en una historia de ciencia-ficción, en un registro de futurismo desbocado. ¿Desacralizar los textos es lo que los mantiene vivos?

–No, los textos se conservan vivos por ellos mismos, nosotros no podemos hacer nada para conservar o no un texto. Algunos textos nacen con una capacidad milagrosa de ser entendidos por hombres que viven muy alejados en el tiempo. Pero hay algunos a los que da miedo acercarse, sobre todo en los tiempos que corren, en los que dan miedo todos los libros, no te digo ya nada si el libro en cuestión encima es antiguo. Jugar con los textos sin miedo, considerarlos herramientas para nuestro crecimiento y nuestro placer, acercarse a los libros con esa actitud sirve para perderles ese miedo. Que no es poco, porque uno no puede disfrutar de algo que da miedo. 

"Los planes de estudio de literatura parecen diseñados para que los chavales no vuelvan a coger un libro en su vida"

–Ya que habla de esto, en el libro reflexiona sobre cómo se enseña la literatura en los institutos, y plantea algo que es casi un tabú: ¿por qué no se empieza por el final?, ¿por qué no enseñarles a los jóvenes que hay libros que hablan de su mundo y con su lenguaje, y luego, a partir de ahí, echar la mirada atrás y explicar de dónde viene y por qué importa la literatura?

–Yo no sé si eso es un tabú o es mera pereza, la verdad. Todo lo relacionado con la enseñanza secundaria en España es un disparate. Para empezar, el sistema de oposiciones para seleccionar al profesorado, que viene del siglo XIX y hoy no tiene ningún sentido. Y luego están los programas de estudio, que en el caso de la literatura parecen diseñados por alguien cuya misión consiste en que los chavales no vuelvan a acercarse a un libro en la vida. Por favor, ¿cómo nos vamos a extrañar de que no lean? La situación en los institutos me parece de emergencia. Lo que pasa es que la revolución que habría que hacer es de tal calibre... Hay que redefinir qué es el saber en el siglo XXI, es decir, qué tenemos que enseñarles a los chavales hoy. Volviendo al tema, damos por sentado que tenemos que seguir enseñándoles literatura: oye, pues a lo mejor no. Sonará fuerte, pero a lo mejor no hay que enseñarles literatura, o no tanto como cine. Desde luego, si decidimos que la literatura es algo que tenemos que seguir enseñando, no podemos estar con fechas, nombres y batallitas de la Generación del 27 de carrerilla. Si de mí dependiera, yo recuperaría el teatro en las aulas. La fuerza del teatro es una herramienta pedagógica de primer orden, no sólo para aprender literatura sino cualquier disciplina.

–A la universidad le dedica en este libro un divertidísimo relato western, The Oposición, en la que un candidato a una plaza que parece ya dada aparece para competir por ella, e incluso años atrás una novela entera, Un momento de descanso. ¿Tiene arreglo la cosa?

–Diría lo mismo que en la cuestión anterior. Habría que meter un bisturí de una manera muy radical. Creo que sí tiene arreglo, pero no desde dentro. La Institución Libre de Enseñanza se planteó a comienzos del siglo XX el mismo problema que tenemos hoy, y fue una iniciativa desde fuera, que por cierto suscitó enormes recelos y resistencias dentro. Por su propia naturaleza, la universidad es conservadora y aborta cualquier intento de renovación.

–Ha hablado usted a veces de un concepto, elitismo, que levanta muchas ampollas ideológicas...

–Por un mal entendimiento de lo que es la igualdad. Que debe consistir en una eliminación de las trabas socioeconómicas para acceder a los diferentes ámbitos de la sociedad, incluida por supuesto la universidad. Que cualquier persona pueda cursar cualquier cosa, aunque no tenga dinero. En eso creo yo. ¿Dónde se firma? Ahora bien, si nadie tiene ningún problema para aceptar que en el Centro de Alto Rendimiento de Sierra Nevada, pongamos por caso, se entrenen deportistas de élite, ¿por qué tenemos que ser tan melindrosos con la palabra élite si se aplica a la universidad? Todos no somos iguales. Ya me gustaría a mí ser como Einstein, pero no lo soy. Hay gente que es muchísimo más lista que nosotros, y a esa gente hay que darles las herramientas necesarias para que desarrollen sus capacidades intelectuales, de las que por cierto a la larga nos vamos a beneficiar todos, o esa debería ser la idea. Claro, todo eso tendría que ir acompañado de una mejora de la enseñanza secundaria, de lo que antes se llamaba la FP... La tarea es tan gigantesca que a quienes podrían intentar algo les da vértigo. O pereza, sí.

"Que Ana Botín y yo usemos la misma red para navegar por internet va en contra del ADN del capitalismo"

–¿Que la "vergüenza de la ignorancia" haya desaparecido, como sostiene, explica el paisaje moral de la España de estos años?

–Bastante. Una sociedad que se niega a reconocer que hay personas mejores que otras es una sociedad en cierto modo corrompida. Y nadie admite ya que hay gente mejor que nosotros. Insisto, asumiendo que todos debemos tener los mismos derechos desde el punto de partida. Pero eso no significa que todos los seres humanos seamos iguales; no, hay seres mejores que otros, en lo intelectual, en lo físico y en lo moral. Y hemos perdido la capacidad de reconocimiento de los mejores. Yo intento no perderla, creo que aún soy capaz de reconocer quién es mejor que yo, en muchos aspectos, para emularlo e intentar mejorar yo mismo.

–Tiene usted una teoría interesante sobre la proliferación de las dichosas noticias falsas...

–No puedo dejar de ver en todas esas noticias que hablan de la contaminación y de la falta de control en la red un indicio de que se creará antes o después un internet ecológico, de pago, sin trolls, ni noticias falsas, ni pornografía infantil. Si tú contaminas el internet de todos, ya estás abriendo un nicho de negocio, pues me puedes ofrecer uno limpio de impurezas. Y con más control de la gente que está navegando, claro, porque no veo de qué otro modo se podría hacer algo así. De esto viene hablándose desde hace tiempo, vamos, y está tardando ya que eso no se haya materializado. Después de todo, el capitalismo siempre rechazará la existencia de universos comunes donde no existan diferencias, ya sean socioeconómicas, raciales o de cualquier otro tipo. Que Ana Botín y yo utilicemos la misma red va en contra del mismo ADN del capitalismo.

–En otro relato, parodia el estilo de Javier Marías, que tiene algo de "halago masturbatorio al lector", quien leyéndolo se siente más inteligente de lo que seguramente es, dice usted. ¿Le ha costado esto algún dolor de cabeza?

–Ninguno, ninguno. Vamos, supongo que Marías ni siquiera lo habrá leído. Pero no, nada, y tampoco tiene por qué ser así, porque en cierto modo uno parodia lo que admira en alguna medida. Yo no sentiría la necesidad de parodiar algo que no me resultara importante o significativo por alguna razón. Que tú plantees una objeción literaria a alguien no deja de ser una manera de reconocerlo. En fin, que no puedo contarte ninguna anécdota jugosa al respecto, lo cual demuestra una vez más la poca incidencia que las cosillas literarias tienen entre mis contemporáneos y lo insignificantes que somos los escritores.

–En El intelectual narra la historia de un tipo que escribe, que tiene su familia y es feliz, y que tras ser presentado a un círculo de influyentes intelectuales se empeña penosamente en ser "una persona desgarrada moralmente" para ser tomado en serio por ellos. ¿Cuánto se parece esta parodia a la realidad de la cultura española?

–Pues te contestaré con la célebre frase de Flaubert cuando le preguntaban quién era Madame Bovary: el intelectual c’est moi.

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