Estamos bien | Crítica de teatro
Fuerza arrolladora
El concierto de Sevilla fue el primer disco que grabaron como trío el saxofonista y flautista Jorge Pardo (Madrid, 1956) el batería Tino di Geraldo (Touluse, 1960) y el bajista Carles Benavent (Barcelona, 1954). Sus caminos musicales confluían inevitablemente en este punto, culminando una etapa de sus respectivas trayectorias que ya los había implicado -juntos y por separado- ampliamente en la mayoría de edad del jazz patrio, así como la consecuente e inseparable invención del flamenco jazz.
La noche del jueves, dentro de la programación del ciclo Jazz en Noviembre celebrada en el Teatro Central, el trío rememoró los 25 años de aquella mítica grabación en la misma sala, y atendiendo a las historias que se contaban en los corillos del bar, frente a buena parte del público que asistió al teatro cartujano aquellas dos veladas históricas del año 1999. Lo cierto es que ese disco es una suerte de inevitable encuentro de las fuerzas mayores de esta música en nuestro país, donde cristalizó toda la emoción y talento diseminados por los discos de Dolores, Tete Montoliu, el sexteto de Paco de Lucía, Diego Carrasco, Camarón y hasta Las Grecas... Materializaron así un salto cualitativo para dos géneros a la vez: flamenco y jazz, que en ellos son indisociables. Es en las melodías y ritmos flamencos donde el grupo encuentra el material que lo propulsa a un estado permanente de inspiración, injertando con soltura referentes que van del funk a la psicodelia, pasando por la fascinación que provoca la música india.
Es Di Geraldo en gran medida el artífice de esta metamorfosis que acontece dentro de los temas. Algo puede empezar como una bulería, pero ese esquema va a hacerse y rehacerse muchas veces. Con su pulso impecable va coloreando las melodías de sus compañeros con acompañamientos que continuamente ensanchan lo que se dice. Su música potencia la de los demás, siendo él mismo un virtuoso, como demostró en los solos, especialmente el que interpretó con la tabla india, creando una atmósfera volátil y soñadora.
Las energías se distribuyeron siempre de manera que la cohesión del trío se desmenuzaba en momentos en los que cada uno de ellos protagonizó su propia aventura. Destacó el solo de Benavent, que parecería un blues tocado por Diego del Gastor pleno de psicodelia y soniquete. O su fraseo en la soleá, dejando retazos de falsetas muy tradicionales, mientras Pardo se dedica a algo que inventó él, o al menos lo elevó a cotas sublimes: cantar con la flauta y el saxo. Cantar como cantaor, decimos. Incluso el ritmo de su respiración recuerda al de los cantaores, a los que toma prestadas frases completas para expandirlas en un ejercicio permanente de imaginación, en el que no cabe el exhibicionismo, conservando intacta la expresividad de la voz humana, pero añadiendo algo más: las mil direcciones que se insinúan en la capacidad de este musicazo. Así quedó patente en los diez minutos que pasó al borde del escenario desgranando el cante grande, con un momento inolvidable en el que recreó la seguiriya de Camarón, A la iglesia mayor fui.
Aunque sin duda la pieza más aplaudida de la noche fueron las bulerías sobre el tema de Anda Jaleo con el que se compactaron en un derroche de energía, para dar paso a un apoteósico bis con el público en pie coreando el Soy Gitano. Anoche, el trío volvió a consagrarse a la música del aquí y ahora, con el respetable entregado a ese presente que debería ser eterno, para alcanzar, como este trío, la categoría de atemporal.
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