La magia y la pérdida

Lou Reed, autor de himnos como 'Sweet Jane' y 'Walk on the wild side' y pilar de la música norteamericana en el último siglo, muere a los 71 años.

La magia y la pérdida
La magia y la pérdida
Pablo Bujalance / Málaga

27 de octubre 2013 - 19:27

Tenía narices que la misma revista que señaló su último disco, Lulu (facturado al alimón en 2011 con Metallica), como candidato a peor disco de la historia del rock, anunciara ayer su muerte. Pero así fue. A la primicia de Rolling Stone le siguió una confusión de confirmaciones y desmentidos, pero finalmente un representante legal en el Reino Unido despejó las dudas: Lou Reed murió ayer a los 71 años. Y aunque las causas no terminaron de estar claras durante las horas siguientes, todo apuntaba al trasplante de hígado que le fue practicado al músico el pasado mes de mayo. Entonces, Reed aseguró que se sentía como "un hijo de la ciencia que nace de nuevo". Pero la ciencia no podía ser suficiente para él. Nunca pudo haberlo sido.

Lewis Allan Reed nació en Freeport (Long Island, Nueva York) el 2 de marzo de 1942 y deja en el mundo muchas cosas: himnos bien conocidos como Sweet Jane, Walk on the wild side y Perfect day, obras maestras del rock como The Velvet Underground & Nico (1966), Berlin (1973), Legendary hearts (1983), New York (1989) y Magic and Loss (1992), una biografía tortuosa que incluye desde tratamientos con electroshock en su adolescencia para eliminar una posible tendencia a la homosexualidad hasta sus últimos años felices junto a Laurie Anderson, y argumentos de sobra para la leyenda negra: desde su apología de las drogas ("La heroína es mi vida y es mi esposa"), con escenificación del chute en sus conciertos de los 70 (en los que simulaba que se buscaba la vena con el cable del micrófono), hasta sus escándalos con travestis y otras guindas. Pero el tiempo puso las cosas en su sitio, Lou Reed dijo como Graves "adiós a todo eso" en los 80 y su memoria es la de un pilar elemental de la música norteamericana del último siglo; y también, por cierto, de la literatura. Sus versos, en canciones y poemas, así lo atestiguan. Él pudo haber aspirado al Nobel con igual autoridad que Dylan y Leonard Cohen. Su deuda con Delmore Schwartz la mantuvo presente hasta el final. Y el mismísimo Allen Ginsberg le recomendó en los 60 que se consagrara a la poesía. Afortunadamente, no le hizo caso.

Tras unos primeros pasos cercanos al doo woop como miembro de The Shades primero y como compositor contratado a sueldo después, Lou Reed fundó a mediados de los 60 The Velvet Underground y la banda publicó en 1966 su primer álbum, The Velvet Underground & Nico, producido por Andy Warhol (quien también diseñó la emblemática portada). Se dice a menudo que con este disco el rock se hizo mayor, al abordar temas como el sadomasoquismo y las drogas; pero su verdadera importancia se debe a que en él se forjó el primer intento de unir el rock y la música contemporánea, merced al instinto de Reed y a todo lo que John Cale había aprendido junto al minimalista La Monte Young; el segundo intento, el definitivo, llegaría al año siguiente con The Beatles y Sgt. Pepper's Lonely Hearts Club Band. The Velvet Underground siguió haciendo discos hasta 1970 y los contó todos por fracasos. Pero, como afirmó en su día un crítico avispado, "muy pocos escucharon a The Velvet Underground, aunque los pocos que lo hicieron montaron un grupo". Su influencia, hasta el presente, es de hecho difícil de calibrar. El cantante Antony, que participó en algunos de los últimos discos de Lou Reed, afirmaba siempre que tenía oportunidad que decidió dedicarse a la música tras escuchar Loaded, de 1970. Y hasta Lloyd Cole dijo ayer en Twitter que, de no haber sido por Reed y The Velvet Underground, habría terminado siendo profesor de matemáticas. Cabe señalar, eso sí, que no siempre el magisterio del grupo, que regaló una histórica reunión en 1994, ha sido bien comprendido: en una entrevista en la que preguntaron a Reed por la influencia de la banda en el punk, él respondió: "¿Qué he hecho yo para que me comparéis con esa mierda?"

Tras un nuevo fracaso cosechado en 1972 con su primer disco en solitario, el digno de reivindicación Lou Reed, el músico aceptó la invitación de David Bowie y grabó aquel mismo año en Londres Transformer, que contenía los primeros éxitos de Reed (Walk on the wild side, Perfect day, Vicious) y en el que, además de Bowie (que asumió la brillante producción), tocaban maestros como Mick Ronson y Klaus Voorman. Después, eso sí, el genio decidió complicarse la vida con Berlin en 1973, un álbum incomprendido en su momento y consagrado mucho después como obra maestra. Fue en 2008 cuando Reed pudo quitarse la espinita y dedicar una gira completa a aquel trabajo oscuro, sórdido, triste y cruel que siempre incluyó entre sus favoritos.

A lo largo de su carrera, Lou Reed lo probó prácticamente todo. Y me refiero, sí, a la música. En los 70 adoptó el registro sinfónico en Berlin, crió el rock más directo y sucio en Sally can't dance (1974), creó un artefacto atonal, ruidista, sintético y electrónico tan extraño como Metal machine music (1976), se puso folk y acústico en Coney Island baby (1976), inventó un sistema de reproducción que llevaba al límite el stereo (y que fue un completo fracaso) para Street Hassle (1978) e invitó a Ornette Coleman para añadir su free-jazz a The bells (1979). Con ello, además, saldó una vieja deuda: en los 60, unos gorilas no le dejaron entrar a un club de Nueva York donde tocaba Coleman por ser blanco. Y él juró venganza: "Algún día, ese negro tocará conmigo". Dicho y hecho.

En los 80, un Lou Reed que luchaba por salir de las drogas recuperaba la guitarra y aplicaba la misma limpieza a su obra, hasta hacerla mucho más introspectiva y depurada. El empeño cristalizó especialmente en 1989 con el magnífico New York, que además inauguraba la colaboración con el productor y guitarrista Mike Rathke que mantuvo hasta el final. Pero tal vez sea su mejor disco Magic and Loss (1992), que dedicó a dos amigos a los que se llevó el sida y que hoy suena aún más estremecedor. Su última grabación, una enorme versión de Solsbury Hill de Peter Gabriel, salió el mes pasado en el álbum And I'll scratch yours. En Málaga tocó dos veces: en 2000 en el Martín Carpena con Ecstasy y en 2008 en un inolvidable final de gira de Berlin. El cielo es suyo ahora. Grande y libre.

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