"Manolo Sanlúcar fue un héroe herido por el rayo"
Juan Manuel Suárez Japón conjuga el rigor del biógrafo con la calidez del amigo íntimo en su último libro, 'Manolo Sanlúcar, la eterna huella de un genio' (Aura ediciones, 2025) donde aborda la vida y obra del guitarrista sin eludir sus aspectos trágicos, en un bello intento de responder a la eterna pregunta: ¿Qué bulle en la cabeza del artista?
A Manolo Sanlúcar su mujer Ana siempre le reprochó que atosigara a su amigo Juan Manuel Suárez Japón con obsesivos monólogos de teoría musical. El guitarrista se excusaba así: “la culpa es suya, que me escucha”. Una vez amonestado, Sanlúcar concedía con grandes esfuerzos apenas unos minutos para charlas más distendidas, que interrumpía luego al grito de “¡tetracordio!” o “¡modo frigio!”, expresiones que aún sobresaltan a su paciente amigo.
Del contacto familiar con un hombre que le fascinó, brota “Manolo Sanlúcar, la huella eterna de un genio” (Aura Ediciones, 2025), el reciente y grueso testamento emocional que Suárez Japón brinda a quien llamó hermano.
Pregunta.-¿Cuál era la inquietud por escribir este libro, cuando el propio Manolo había escrito su autobiografía, que usted mismo prologó?
Respuesta.-Conocí a Manolo a finales de los años ochenta y me sedujo enormemente. Como en las muñecas rusas, me di cuenta que dentro del guitarrista hay un músico, más adentro un teórico, más adentro un escritor, más adentro un poeta… Él escribió El alma compartida a raíz de la muerte de su hijo en 2004, y a medida que lo iba conociendo me percaté de la fuerza literaria de su persona, pues, como diría Miguel Hernández, era un héroe herido por el rayo.
P.-De la lectura se desprende a veces el retrato de un hombre atormentado.
R.-Él pasó la vida en una lucha interna entre lo que él soñaba y la realidad circundante. Esa tensión es la que narra el libro.
Un genio es alguien que sorprende, que ve cosas que yo no veo
P.-El libro explica detalladamente algo clave: cómo la enfermedad y la pérdida de su hijo llevan a Manolo a abandonar los conciertos y centrarse en la pedagogía. ¿Cómo sintió él esa renuncia a su parte más artística?
R.-Este libro es la respuesta a esa pregunta. Cuando murió su hijo Nano, dejó la guitarra por un año. Eso le afectó mucho, porque él mismo repetía que la guitarra es justa: te devuelve lo que tú le das. A partir de entonces hubo una lucha constante contra la pérdida de facultades técnicas. Hasta que en 2013 anuncia inesperadamente en Nerja anuncia que abandona la guitarra.
P.-Aunque es un término algo manoseado, usted no duda en llamarle genio.
R.-La genialidad es muy difícil de describir, pero yo diría que un genio es aquella persona que destaca en su ámbito porque tiene cosas que los demás no tienen. Manolo tenía una lucidez y una capacidad creativa desbordante. En El alma compartida, hay poemas espectaculares. Una persona genial es una persona que sorprende, porque ve cosas que yo no veo. Además, esa persona tiene que tener una larga estela. La cantidad de guitarristas de primer nivel que han pasado por sus manos es abrumadora: de Vicente Amigo a Juan Carlos Romero. Ese sentido de la maestría no tiene parangón en el flamenco.
P.-Manolo ejerció una especie de andalucismo cultural que se echa de menos, ¿cuáles eran los cimientos de ese posicionamiento?
R.-Lo del andalucismo ribeteado como tendencia política no le interesó nunca. Era un hombre de izquierdas, pero su andalucismo era reflejo del convencimiento de que Andalucía es una tierra y una cultura que merecen ser protegidas y defendidas. Hay una cita de él que sirve para explicar esto: Andalucía no es una palabra, no es una bandera, no es un territorio, Andalucía no es un puñado de gente, es todo eso: nuestro vientre materno.
P.-Ese andalucismo no era excluyente ni aspiraba a la pureza de sangre, él más bien defendía las profundas raíces de la cultura andaluza y las aportaciones de su entorno, algo que choca con el adanismo jondo.
R.-Contaré algo que quizás no se sabe. Él me pidió que lo pusiera en contacto con algún maestro para hablar sobre la historia de Andalucía en profundidad, empezando por la época griega. Juan Manuel Cortés, de la UPO, fue esa persona. De aquel interés surgen mil folios titulados “La otra historia de Andalucía” -su publicación es una de las tareas pendientes de la Fundación Manolo Sanlúcar-. Ahí explica cómo ninguna música se entiende sin conocer su pasado, y en esa búsqueda llega hasta la Grecia clásica, a los modos griegos: dórico, frigio…
P.-¿Cómo afectó ese descubrimiento a su idea del flamenco?
R.-A tratarlo de un modo casi científico. Por ejemplo, él no hablaba de palos, sino que utilizaba el concepto biológico de género, tal y como se usan en botánica. Él decía que al igual que “pino” es el género, y luego están las especies de pino, como el pino negro, con el flamenco pasa igual. El género es la soleá, y de ahí parten todas las variantes.
P.-¿El libro puede entenderse como una carta de agradecimiento, por su persona y su música?
R.-Yo quise ser guitarrista, así que imagínate la admiración que siento por él. Tauromagia me fascinó siempre, pero hoy en día escucho sobre todo Locura de brisa y trino. Y eso me salva. Ahora puedo hacerlo, porque verlo en la televisión me impactaba demasiado. Al cumplir ochenta años me doy cuenta de que en la vida he hecho un cernido: hay cosas que se van yendo y otras que se van quedando. Manolo es una de las cosas que se quedan, por las que doy gracias a la vida, porque me ha dolido, me ha emocionado, y sobre todo me ha permitido descubrir de primera mano algo que me pregunté siempre: ¿qué hay dentro de la cabeza del artista?
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