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Obituario

Bosco: el mejor espectador

  • "Respetando a los demás, promoviendo la justicia social y mostrando siempre curiosidad", así recuerda el director del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo al gran profesor y crítico fallecido, que ejerció en él, reconoce, una suerte de "magisterio informal"

Juan Bosco Díaz-Urmeneta, a la izquierda, junto a Luis Gordillo, en el centro, durante una sesión del curso 'Transformaciones' en su edición de 2016.

Juan Bosco Díaz-Urmeneta, a la izquierda, junto a Luis Gordillo, en el centro, durante una sesión del curso 'Transformaciones' en su edición de 2016. / D. S.

Conocí a Juan Bosco Díaz-Urmeneta primero por la escritura. Una escritura clara, fluida, inteligente, generosa y contenida, que más tarde pude comprobar eran rasgos de su personalidad. Años después, cuando llegué a Sevilla para dirigir el CAAC, empecé a trabajar con él en su proyecto más querido en relación con el museo: el curso Transformaciones, dedicado a las relaciones entre el arte y la estética de las últimas décadas. Siempre he tenido claro que cuando se llega a un lugar hay que respetar las cosas que funcionan y era el caso de este seminario que se celebra durante los últimos meses del año.

Bosco, pensé entonces, debía de ser un gran profesor por la gran cantidad de alumnos que lo seguían allá donde fuera. Su mujer, Concha, que el miércoles por la noche me adelantaba lo delicado que estaba y a primera hora de la mañana de este jueves me daba la tristísima noticia, los llamaba "bosquistas". Es más, con el paso de los años y con la amistad que se fraguó entre nosotros, me preguntó si yo también era "bosquista". La pregunta sólo tenía una evidente respuesta afirmativa. Juan Bosco no sólo era una persona buena, de las más nobles y serenas que he conocido, sino que también conseguía transmitir su sabiduría amable, lograda con dedicación y trabajo.

En el año 2010 empezaron los recortes en la administración pública y él, con su coherencia personal, ética y política, se indignaba en las reuniones de la Comisión Técnica del CAAC. Los recortes llegaron también a Transformaciones y, en ese primer año en el que empezamos a trabajar juntos, hubo que ser imaginativos para poder llevarlo a cabo. Sevilla o la difícil modernidad fue el acertado título que propuso. Ahorrábamos en viajes, en traducción simultánea… y nos centrábamos, como ahora en estos tiempos de pandemia, en lo que teníamos más próximo.

Recuerdo una reunión en un bar al lado de las Setas con Carmen Laffón y Pepe Soto, a los que Díaz-Urmeneta había convocado para que me transmitieran sus impresiones sobre ese difícil y a veces tortuoso camino de modernidad. Laffón y Soto serían, a partir de entonces, figuras entrañables y amigables de las que he aprendido tanto, y eso fue posible gracias a Juan Bosco, que tuvo a bien compartir sus amigos más cercanos en el mundo del arte de la ciudad en una especie de magisterio informal. Su último y monumental gran trabajo fue, precisamente, el catálogo razonado dedicado a Carmen Laffón, junto al comisariado de la muestra centrada en el estudio de la calle Bolsa en el Museo de Bellas Artes de Sevilla. Estoy seguro que aún disfrutaremos de algunos de sus textos inéditos, como por ejemplo los que pronto verán la luz de Teresa Duclós y Salomé del Campo publicados en sendos catálogos de las exposiciones de ambas artistas, aún en cartel en el CAAC.

Debo reconocer ahora que siempre he sentido a Bosco como una figura paternal muy cercana, del que siempre he aprendido a disfrutar del trabajo, del arte y de la vida: respetando a los demás y promoviendo la justicia social, mostrando siempre curiosidad y dedicación a las nuevas generaciones de artistas, visitando y escribiendo incansablemente, incluso cuando su salud se lo dificultaba enormemente, sobre exposiciones y galerías. En el Centro Andaluz de Arte Contemporáneo perdemos a nuestro mejor espectador, aquel que lo veía todo con aplicación suprema, que analizaba críticamente las formas y los contenidos. Pero también junto a mis compañeros Raquel, Felipa, Yolanda, Alberto… perdemos a un ser querido al que respetábamos profundamente por su integridad personal y profesional.

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