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EL MAR: VISIÓN DE UNOS NIÑOS QUE NO LO HAN VISTO NUNCA | Crítica de teatro

La memoria que no cesa

Sergi Torrecilla y Xavier Bobés en un momento de 'El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca'

Sergi Torrecilla y Xavier Bobés en un momento de 'El mar: visión de unos niños que no lo han visto nunca' / David Ruano

El mar como un sueño que se vio truncado por una espantosa guerra civil de la que España lucha por salir desgarrándose en cunetas sin abrir. El mar que unos niños nunca vieron pero que se atrevieron a soñar gracias al trabajo de un maestro republicano, Antoni Benaiges, que utilizaba las técnicas educativas de Freinet y que ha servido para que dos grandes del teatro, Alberto Conejero y Xavier Bobés, tras siete años de entrega, hayan creado una pieza de teatro documental donde las palabras y los objetos conforman, en una simbiosis perfecta, un corpus poético que reivindica el trabajo de miles de maestros que intentaron hacer la revolución a través de la educación y que fueron finalmente represaliados.

Sergi Torrecilla da vida a Toni Benaiges, un pedagogo catalán, que viajó a la escuela rural de Bañuelos de Bureba (Burgos) para enseñar a unos niños y niñas utilizando una educación laica  y mixta que concebía al alumno como un ser autónomo y creativo que debía convertirse en el autor de su propia educación. Con una pequeña imprenta y un gramófono, literatura y música, Benaiges consiguió motivar a sus alumnos editando unos cuadernillos cada tres meses que eran escritos por los propios educandos. Las impresiones de éstos sobre cómo sería el mar son la base que usa el tándem Conejero-Bobés para crear una pieza única en la que se narra en primera persona la experiencia vital del maestro catalán.

La escena, gracias al inmejorable conocimiento de Bobés y su dominio en el tratamiento de  los objetos, se va transformando en aula, la vemos, la palpamos y van tomando vida pupitres, mesas, pizarras y legajos subrayados por el objetivo de una cámara omnipresente que nos hace viajar en el tiempo. Estamos ante una alquimia teatral que unifica la buena interpretación de Torrecilla que da vida a las palabras escritas por Conejero arropadas por el ingente buen hacer de Bobés.

Un trabajo conjunto que destila poesía y reivindicación y que nos muestra una experiencia única que se vio truncada en los primeros días del alzamiento. El sonido de una silla al caer, de nuevo el objeto como representación, sirve como disparo. Es difícil salir de esta obra sin experimentar el horror del odio y, sin embargo, la obra destila la esperanza de un mejor futuro.

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