Cultura

La memoria de los pasos perdidos

  • Alarcón Criado apuesta por la obra del húngaro afincado en Estonia Dénes Farkas (Budapest, 1974).

Sin ser una asignatura, el cultivo de la memoria era una práctica asentada en universidades medievales. El estudiante solía ordenar sus conocimientos en sucesivas salas imaginarias donde colocaba figuras acompañadas a veces de palabras. Así recordaba desde las reglas lógicas hasta las sutilezas escolásticas. Estudiosos hoy de tal arte memorativa creen que la relación entre la estructura de las catedrales y los sistemas teológicos hizo de cada catedral, además de una materialización de tales sistemas, un espacio de la memoria que recordaba sin cesar el orden del mundo.

Dos aspectos nos separan de ese pasado que no deja de ser nuestro: memorizar hoy es mucho menos urgente. Estudiosos, estudiantes y devotos del siglo XIII carecían de libros impresos y sólo los primeros podían ir a las bibliotecas siempre reservadas. Ahora poseemos múltiples recursos para suplir y aún sustituir a la memoria. La otra diferencia es que por suerte o por desgracia carecemos de una visión global de las cosas: por el exceso de información y sobre todo, porque el saber se ha hecho transversal, las doctrinas se desvanecieron, las ideologías son sólo estímulos del pensamiento que es libre para ponerlas en duda y la pluralidad de culturas nos ha enseñado a mirar con los ojos del otro.

Pero algo queda algo del arte de la memoria: el afecto. Cultivar la memoria exigía figuras vivas, percusivas, capaces de agitar. Nuestra memoria hoy es fragmentaria pero sus fragmentos siguen cargados de emoción.

Así ocurre en este ejercicio de la memoria firmado por Dénes Farkas. Farkas, aunque vive y da clases en Estonia y representó a este país en la Biennale de 2013, nació en Budapest hace 40 años. Sus padres eran traductores de literatura latinoamericana. Los textos que aparecen al pie de las imágenes quizá sean resultado de una doble traducción: del castellano al húngaro y de nuevo al castellano por un lector centroeuropeo. Son pues fragmentos viajeros de lengua anidados en la memoria y anudados por el afecto. Sobre ellos otros fragmentos, ahora de espacios o figuras. Su indefinición y la del texto pueden ser gérmenes de una breve narración, pero también son una invitación: incitan a recorrer enclaves que la memoria hizo suyos y sobre todo elaborar el propio mapa de pasos perdidos que no es ajenos a lo que hemos sido y somos. Imágenes y textos, sencillos, contienen un posible cultivo de la memoria.

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