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Top Gun | Crítica de cine

Esto sí que era una misión imposible… Y Cruise triunfa

Un fotograma de 'Top Gun'.

Un fotograma de 'Top Gun'. / DS

La mejor forma de enfrentarse a una resurrección/continuación de Top Gun tanto tiempo después –36 años nada menos– es hacerlo como Joseph Kosinski, teledirigido por los productores y Cruise, lo ha hecho: sin vergüenza. Más de todo. Y mejor hecho. Top Gun fue lo que fue y debió su éxito a lo que lo debió: una horterada con macizo y guapa en la estela esta vez aérea de Oficial y caballero, triunfadora cuatro años antes. Era tan de los 80, tan hecha a la medida del imparable ascenso de la carrera Jekyll y Hyde del bifronte Tom Cruise que ese mismo año 86 trabajaba con Scorsese en El color del dinero y tan horterada easy to see del hábil Ridley Scott que en esa primera etapa de su carrera se había convertido en una máquina de lanzar o afianzar estrellatos (Cruise en Top Gun y Días de trueno, Costner en Revenge, Willis en El útimo boy scout), que para salir airoso de la empresa solo se podía hacer lo que se ha hecho: ofrecer más de todo lo que la otra tenía podándole lo mal envejecido, jugando con lo vintage guardado en la memoria de los fans y dándole toda la espectacularidad que los avances técnicos permiten.

El resultado es más de lo que cabría esperar: puro espectáculo para pantalla grande –Cruise es un enemigo declarado de las plataformas– que se propone como una suma o una convergencia de la fuerza física y el poderío mecánico en el triple sentido de crear un altar para el culto al siempre tan en forma Cruise que jamás acepta ser doblado en las escenas de riesgo, otro altar a las poderosas y ruidosas máquinas que él aquí sigue pilotando y enseña a pilotar y otro altar más para las otras máquinas, las digitales, que permiten hacer más real lo real, creíble lo increíble y verosímil lo inverosímil. El último tramo de la película me recordó aquel ¡Esto es Cinerama! en el que para sacar jugo al realismo del sistema con tres cámaras nos tiraban por cataratas, nos hacían volar o nos montaban en una montaña rusa.

Hay de todo: homenaje al cine de acción de los 80 que tantas veces tuvo el sello de Bruckheimer, y en general homenaje al cine popular y a su público, mirada unas veces irónica y bromista y otras nostálgica al pasado (homenaje a Kilmer y recuerdo a Goose incluidos), romance, heroísmo, sacrificio, camaradería, patriotismo y, por supuesto, acción hasta lo agotador. Y todo funciona. No es tan fácil coger una mal envejecida, aunque por muchos adorada, reliquia de los 80 y hacerla correr –mejor: volar– como cosa nueva a la que lo que viejo añade atractivo en vez de cascarria .

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