El misterio del martinete
Las revistas 'Calle Elvira', dedicada a la cultura granadina, y 'El escritor andante', de temática literaria, coinciden en dedicar sus últimos números al arte flamenco.
DECIR EL CANTE. CALLE ELVIRA. R. Gómez Jiménez (dir.). Calle Elvira, 244 pp.
UN POCO DE JALEO. EL ESCRITOR ANDANTE. J.M. Sánchez Robles. Edinexuz, 186 pp.
El último número de la veterana revista granadina Calle Elvira, que se viene publicando ininterrumpidamente desde 1971, está dedicado, bajo el título Decir flamenco, al arte jondo. Incluye casi 60 trabajos sobre el género, con especialistas tan reputados como José Manuel Gamboa, Eugenio Cobo, Juan Verdú o Manuel Bohórquez.
Gamboa, por ejemplo, nos da a conocer la singular personalidad de la granadina Consuelo la Tortajada, bailaora hasta el momento desconocida por mí y que, según los testimonios que recoge el autor, arrasó en la Gran Manzana al comienzo del siglo XX. No sólo Nueva York, también los teatros de Londres, San Petersburgo, Chicago y San Francisco contemplaron su arte. Ni ella ni sus predecesoras en Estados Unidos, Trinidad la Cuenca y Carmencita, usaron para promocionar sus espectáculos la denominación de flamenco, lo que ha servido de argumento para que algunos estudiosos de la danza no las consideren artistas jondas. Lo cierto es que la denominación de flamenco no se impone hasta los años 20 y 30 conviviendo con la de "cantos españoles, bailes andaluces, danzas del país" y otras más, durante décadas.
El propio Silverio Franconetti, "el creador del género flamenco" según Machado Álvarez, no usó jamás dicha denominación. Pero si La Cuenca bailaba soleares, Carmencita malagueñas y peteneras, y la Tortajada el fandango, no cabe duda de que eran flamencas de pro.
Juan Verdú, por su parte, nos narra un emotivo viaje en un seiscientos verde. Se trata del que llevó a cabo en los años 70 con el objetivo de conocer el mito del sur. Granada, la cuesta de La Alhambra, y los mirlos que allí habitan, con los que charló amistosamente el autor, según nos cuenta. Miguel Ángel González nos acerca al misterio de la zambra granaína: un delicioso artificio creado para el solaz de los turistas decimonónicos por un gitano fragüero que tenía su negocio en el barrio del Humilladero y en cuyo anexo creó el primer espectáculo del genuino flamenco granadino. Más tarde, la zambra emigró del Humilladero al Sacromonte. Este gitano se llamaba El Cojón, aunque las crónicas de la época lo nombran como Cujón.
Por cierto que este Cojón, a pesar de ser un gitano fragüero, no cantó jamás el martinete, ni este cante forma parte del repertorio de la zambra. Digo esto a propósito del artículo de Rafael Cáceres Feria y Alberto del Campo Tejedor en el que ahondan en el mito del martinete. Después de demostrar su escaso, o más bien nulo, vínculo con las herrerías, concluyen que "es una invención de la segunda mitad del siglo XIX". Lo primero parece bastante útil a la investigación flamenca en tanto que lo segundo aporta poco ya que la mayoría de los estilos flamencos actuales son "una invención de la segunda mitad del siglo XIX": al menos soleares, alegrías, tangos, guajiras, seguiriyas, serranas, livianas, caña, polo, malagueñas, tarantas, cartageneras, granaínas, caracoles, mirabrás y romeras nacieron por estas calendas. Como les he comunicado en otras ocasiones, lo cierto es que hasta la guerra civil sólo he localizado siete grabaciones de martinetes, lo que demuestra, cuando menos, que se trata de un estilo escasamente popular. Esos martinetes son de dos tipos melódicos. El primero, y seguramente el más antiguo, es el del tipo melódico de la carcelera, que es el que grabó por primera vez El Tenazas, discípulo de Silverio, en 1922. Si Franconetti tenía martinetes en su repertorio, como afirma Machado Álvarez, estos sin duda debían ser del tipo de la carcelera. No sólo porque El Tenazas fuese discípulo de Silverio Franconetti, también por la descripción que hace Machado Álvarez en 1881 del mencionado cante: "La música de los martinetes, que es acompasada y al parecer fácil de retener, sin grandes subidas ni bajadas, se presta muy poco a ser aprendida". Respecto a la melodía actual del martinete, la primera grabación que se realizó en esta línea fue la de Manuel Centeno, en el mismo año de 1922. También lo cantaron, antes de la guerra, José Cepero, Paco Mazaco en dos ocasiones, El Niño Gloria y Juan el Cuacua. Estas son las razones por las que me aventuro a proponer que el cante por martinetes es muy reciente. Aún más reciente debe ser la melodía actual, de la que no he hallado referencias anteriores a 1922. Coincido, por otra parte, con Cáceres y Del Campo en que jamás fue un cante de trabajo. El propio Antonio Mairena, que fue fragüero y gran especialista y defensor de los cantes por martinetes, así lo creía y abominaba de las grabaciones, tanto ajenas como propias, que incluían el acompañamiento rítmico de un martillo en la ejecución del martinete. Por supuesto que ninguno de estos martinetes grabados antes de la guerra civil se ejecutan con el ritmo de seguiriyas. Esto fue un invento del sevillano Antonio Ruiz Soler, el primero en bailar el martinete, para la película Duende y misterio del flamenco, dirigida por Edgar Neville en 1952. Necesitaba un ritmo para bailar el cante y echó mano del compás de seguiriyas, según afirmó el propio bailaor en una entrevista para la serie de televisión Rito y geografía del baile realizada en los años 70.
Otra revista andaluza, en este caso de contenido literario, la marbellí El escritor andante, coincide también en su última entrega con la inspiración jonda. Con el título Un poco de jaleo, el cuarto número de la publicación es una selección de textos literarios en torno a lo jondo. Se trata de mostrar la visión del flamenco que han tenido diferentes escritores, españoles o foráneos. La publicación selecciona poemas de Antonio y Manuel Machado, Federico García Lorca, o Rubén Darío. Y prosas de Casanova, Bécquer, Galdós, Baroja, Valle-Inclán, Julio Camba o Fernando Quiñones.
El material gráfico que incluye la publicación es muy interesante aunque, desafortunadamente, los protagonistas de las imágenes están, en la mayor parte de los casos, sin identificar.
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