El mito del progreso
'El silencio de los animales'. John Gray. Trad. J. A. Pérez de Camino. Sexto Piso. Madrid, 2013. 178 páginas. 17 euros.
El tema que aborda aquí John Gray ya fue expuesto por John Bury en La idea del progreso (1920). Allí, Bury detallaba la evolución de dicho concepto, desde Bodino y Condorcet a la versión socioeconómica de Darwin. Lo cual equivale a decir que Bury historió, no sin ironía, la progresión de la idea de progreso. No ocurre así en El silencio de los animales. En esta obra de Gray lo que se documenta es, en cierto modo, la ruina de aquella idea; y para ser más exactos, su conversión en uno de los mitos de la modernidad, desde la hora ilustrada al trepidante maquinismo del XIX. En Bury, pues, ya se daba esta concepción del progreso como relato mayor del mundo contemporáneo. No obstante, será en la segunda mitad del XX, tras la Segunda Guerra Mundial, cuando términos como el progreso, la humanidad, etcétera, pierdan gran parte de su magnetismo y su eficacia.
En estas páginas, Gray postula que el progreso es la versión laica de dos grandes tradiciones o corrientes occidentales. El ejemplo moral de Sócrates y la salvación prometida por el cristianismo. De ahí, de ese fin prometido por la religión, de ese orden superior ejemplificado por el filósofo, el ser humano ha extraído una conclusión problemática: la historia es un sucederse de estaciones hasta el triunfo de la razón y la bondad humanas. En este sentido, podría argumentarse que el progreso es una consecuencia necesaria del apocalipsis. Tras la derrución del mundo antiguo, tras la caída de Babilonia, un nuevo paraíso brillará sobre el mundo. De muy diverso modo, lo que sostiene Gray en este ensayo, apoyado en Conrad, en Freud, en Curzio Malaparte y en muchos otros, es que dicha esperanza no es más que una ficción, un mito, que ha venido a sustituir el hueco dejado por las religiones. Ni el hombre es un ser racional, ni la humanidad evoluciona en un sentido unívoco. En resumen, lo que Gray aduce es que la historia no tiene ni sentido ni finalidad, y que el ser humano, lejos de ser un animal en perpetua mejoría, es un mamífero violento y contradictorio con una insólita capacidad para la fábula. No en vano, la fábula presupone un orden. Y el orden, remite ya a un principio -a un final-, donde el hombre sueña, quizá en vano, su lugar, su salvación, su destino.
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