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Cultura

El monstruo y sus cenizas

  • Ven la luz las notas de lo que hubiera podido ser la última novela de Nabokov

Empecemos por decir lo obvio: El original de Laura no es una novela inédita. Ni si quiera, en puridad, se trata del esbozo de una obra. Lo que aquí se recoge bajo este título, no es más que la gavilla de fichas donde Nabokov fue anotando imágenes, perfiles, ocurrencias, más la delgada trama de lo que, quizá, hubiera podido ser su última novela. Se abre así, como tantas otras veces (Kafka, Cabrera Infante, Kennedy Toole, el viejo y luminoso Stendhal), el fatigoso debate sobre la pertinencia o no de publicar estas intimidades literarias. Y ello cuando el deseo expreso del escritor era haber dado al fuego estos balbuceos, cuyo sentido, cuyo alcance, cuya valía artística, se nos escapa.

¿Qué sentido tiene publicar El original de Laura? Una vez muerto el escritor, sería inútil abordar una querella en la que pujan, con igual intensidad, el amor, la literatura y el cálculo monetario. Para Dimitri Nabokov, hijo del difunto, se trata no sólo de un homenaje póstumo a su padre, sino de ofrecer al mundo la urdimbre, casi finalizada, de otra obra maestra. Sin embargo, a nadie se le escapa que el amor paterno filial tiene estos desbordes donde la objetividad y la sangre, donde la memoria y el dato, se diluyen en un todo hermético y confuso. Con lo cual, no seremos nosotros quienes reprobemos esta vindicación post-mortem de un genio tan contradictorio, tan parcial y caprichoso como vivo. Asunto diferente es si este indudable amor por la obra paterna tiene una base cierta. Y la respuesta es no.

El interés de El original de Laura, si lo hubiere, dimana de lo que no hay, de lo que aún no está, de lo que, desde hace algunos siglos, viene llamándose literatura. Conociendo la obra anterior de Nabokov, es muy probable que la novela resultante de estas notas (notas apresuradas, a veces confusas o ridículas, y en cualquier caso, dispersas), fuera una obra maestra. Pero a diferencia de otros casos, no tenemos esa obra finalizada para comprobarlo. Repito, pues, que el enorme interés de este libro, es un interés, si no científico, sí literario; y es aquél que los escritores siempre han tenido por la forma de escribir de sus compañeros de oficio. Azorín escribía al amanecer, en cuartillas sin mácula, rodeado de diccionarios y el claro magisterio de un vaso de agua. Flaubert, en largos infolios, escribía bajo el efecto del café en sus extenuantes madrugadas junto al Sena. Machado lo hizo donde le salió al paso un endecasílabo, un alejandrino, una cuarteta. Pues bien, Nabokov escribía en fichas, como Cela. Y lo extraído de esas fichas que ahora se publican, es un confuso vodevil donde hay mujeres adúlteras, médicos obesos, una novela dentro de otra novela y un raro procedimiento para diluirse paulatinamente, como una niebla. Poco más. Estilísticamente (y Nabokov es un estilo, una huella, un poderoso velo deformante), apenas hallaremos una frase inapelable y alguna escena humorística. En cuanto al resto: misterio. Y aquí radica el interés, el indudable interés de esta recopilación de fichas e ideas sueltas. Aquí radica el verdadero enigma de la literatura: ¿Cómo es posible anudar, con estos materiales deleznables, una buena novela? ¿Qué tipo de habilidad asiste al escritor para crear un mundo, una atmósfera, una vida al margen de la vida, con la ridícula trama de estas notas?

Ignoramos, en cualquier caso, si El original de Laura hubiera sido una obra colosal o el fiasco de un anciano venerable. Sí sabemos de cierto que, apoyándonos en lo que conocemos, hay tantas posibilidades de lo primero como de lo segundo. A lo cual se añade otro hallazgo, otra impensada prueba de carácter literario. Leyendo el prólogo de Dimitri Nabokov, comprobamos con melancolía que el genio, que las facultades sintácticas, no son hereditarias. Si el amor es indudable, no así el aprovechamiento del vástago y del pupilo. Para otros quede, pues, el enfado por esta publicación tan parva como enigmática. Al lector curioso, al letraherido de siempre, le cumple buscar entre estas magras cenizas la estatura y el escalofrío del genio. Probablemente no lo encuentre. Pero nadie dice, ay, que no sea culpa nuestra.

Vladimir Nabokov. Editorial Anagrama. Barcelona, 2010. 168 páginas. 19 euros.

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