IPHIGENIA EN VALLECAS | CRÍTICA DE TEATRO

Ha nacido una estrella, la Hervás

María Hervás recrea a una Iphigenia de Vallecas

María Hervás recrea a una Iphigenia de Vallecas / Marc y Merysú de Cock-Buning

Tengo problemas con el texto del galés Gary Owen. Sencillamente me cuesta trabajo creérmelo. Tengo que sumergirme en la génesis, esa Iphigenia que fue sacrificada para que su padre, Agamenón, pudiese seguir su viaje a Troya, uno de los crímenes más estúpidos e innecesarios de la mitología clásica, para encontrarle el sentido a ciertos giros del guion que me parecen banales y tópicos y, en algunos momentos, usados como meros escalones para llegar al clímax y a la denuncia.

Esta idea de que seres inocentes son sacrificados para que otros (la sociedad) puedan conseguir sus metas es la base de Iphigenia en Vallecas, una obra que la propia María Hervás tradujo y adaptó al descubrirla y sentirse atrapada por la misma. La Ifi de su versión vive en un barrio de Madrid. Es una choni, una nini desarraigada, un producto de la falsa crisis económica que en los últimos diez años ha expulsado del sueño a muchos en nuestro país. Además, y esta es su profundidad, Ifi se siente desoladoramente sola.

Y entonces aparece María Hervás. Una actriz que conocimos, en Sevilla, con su obra Confesiones a Alá y de la que nos enamoramos en aquella ocasión. Cuatro años después volvemos a certificar que estamos ante una impresionante actriz, un portento de la naturaleza que en noventa minutos muestra innumerables registros - no sólo interpreta a un personaje - y que se rompe, literalmente, en el escenario de manera heroica, convirtiendo a su Ifi en una trágica contemporánea. La dirección de Antonio C. Guijosa es casi quirúrgica. Es muy difícil conseguir ese tour de force sin que la obra derive en el melodrama y se mantenga en algo profundo, tan profundo como la magia que desprende la Hervás.

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