Nueva ordenación del mundo
Acantilado recupera un antiguo ensayo de Rafael Argullol, El "Quattrocento". Arte y cultura del Renacimiento italiano, donde se analiza con brevedad y concisión el proceso cultural y estético del que saldría una nueva consideración del mundo
La ficha
El “Quattrocento”. Arte y cultura del Renacimiento italiano. Rafael Argullol. Acantilado. Barcelona, 2025. 192 págs. 14 €
Hace ya más de cuarenta años que vieron la luz estas páginas de Argullol dedicas al Quattrocento. Corresponden a 1982, y cabe pensar que los estudios sobre dicho periodo hayan arrojado alguna novedad destacable. La naturaleza de este ensayo no es, sin embargo, de carácter polémico. Antes bien, se dirige a aglutinar ordenadamente y dirimir con claridad aquello que define el Renacimiento desde su formulación más temprana. En este caso particular, Argullol se dirige a distinguir sustancialmente este “renacimiento” de otros anteriores, recogidos por Panofsky en su excelente obra Renacimiento y renacimientos en el arte occidental. Es en el Quattrocento, según recuerda Argullol, cuando “cristalizan definitivamente” los elementos distintivos de aquella hora del mundo. Elementos que han ido fraguando y perfeccionándose durante el Medievo, pero que irían apareciéndose a otra luz, hasta conformar una visión novedosa del la naturaleza y el hombre. Vale decir, de la historia, el tiempo y el espacio.
Fue en el Renacimiento donde la antigüedad se consideró, por vez primera, un periodo compacto y homogéneo
Argullol expone, pues, una nueva consideración de la belleza y el arte, vinculada a una individualidad más viva y a la recuperación de la antigüedad grecolatina. De ello se inferirá una belleza más terrenal y mesurable; así como una mayor conciencia temporal, extraída de un mejor conocimiento del mundo antiguo. Recordemos, a este respecto, el concepto de belleza que De Bruyne recoge en La estética de la Edad Media, citando a Grosseteste: “Lo que constituye la perfección y la belleza de las cosas corporales es la luz”. Recordemos, por igual motivo, cuanto dice Panofsky sobre el Renacimiento y su relación con la sacra vestustas: fue en la Italia renacentista donde la antigüedad se consideró, por vez primera, un periodo compacto y homogéneo, del que nos separa la vasta oscuridad de la Edad Media. Es, sin embargo, a partir de Masaccio, Giotto y Piero della Francesca cuando la belleza adquiere una conotación corporal, un sino arquitectónico, distinto del formulismo ascético del gótico. Y es a partir de Petrarca, y en mayor modo, tras Lorenzo Valla, cuando la historiografía, y la propia conciencia temporal, adquirirán su fisionomía moderna.
Esta nueva belleza táctil, volumétrica, sujeta al conocimiento de geometría perspectiva, es la misma que facultará al individuo para postularse como creador e imaginarse como genio prometeico, émulo de la divinidad. Pero es también esta nueva exactitud requerida en el arte la que le llevará a considerarla, con Leonardo, como una ciencia exacta. Todas estas fuerzas que acompañarán al hombre se derivan, pues, de un mayor conocimiento del mundo, tanto en sus condicionantes físicos como en su evolución histórica. Y es precisamente esta noción de plenitud la que ofrece al Renacimiento su figura compacta. Argullol aclara, a tal respecto, algunos errores y malentendidos, todavía frecuentes en la literatura especializada. El primero y más obvio es el de la consideración del Medievo como un yermo oscuro, sin conexión alguna con los siglos inmediatos. El segundo es aquel que establece una severa oposición entre el Renacimiento y la fe religiosa. El tercero vinculará, contra toda evidencia, el Renacimiento con la Protesta. En tal sentido, Argullol recuerda tanto el carácter mediterráneo del Renacimiento, como su relación, en absoluto marginal, con la iglesia de Roma, quien adaptará las formas de la antigüedad a su particular imaginería. El historiador holandés Johan Huizinga, que fue quien estableció, a primeros del XX, el verdadero significado vital y cultural de la Edad Media, es también quien señalaría la corporalidad consustancial al Renacimiento, nacido en el sur católico.
Esta mezcla de paganidad y catolicismo, en dinámica simbiosis, alcanzada por el Renacimiento, tiene también dos aspectos que ejemplifica, en parte, Erasmo de Róterdam: la esperanza en una próxima Edad de Oro, encarnada en la Rinascita; y la melancolía, figurada por Durero, tras el alejamiento de aquella promesa de esplendor, quebrada por la disensión religiosa. Según Chastel, es el saco de Roma de 1527 quien introduce una inquietud en el arte del Renacimiento que anuncia o prefigura el Barroco. Para Argullol, tanto la melancolía como la Edad de Oro son partes constitutivas de un hombre nuevo, hijo de la voluntad y de la fortuna, que tal vez espera demasiado de sus facultades propias. Unas facultades, por otro lado, que eran aquellas acordes para desentrañar el mundo en todos sus órdenes, y cuya ejecución es la que asienta, sobre antiguos pilares, una era moderna.
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