Cultura

Para orientarse en el arte actual

  • La exposición que acoge la Fundación Madariaga siembra la inquietud por la creación de hoy, un quehacer que desborda países, culturas y naciones

Desde La apisonadora y el violín (mediometraje con que se graduó Tarkovski en 1960) que abre esta exposición, hasta Pasajes, el vídeo del argentino Sebastián Díaz Morales fechado en 2012 que la cierra, ha pasado mucho tiempo y sobre todo muchas cosas. El trabajo de Tarkovski es sin duda el de un principiante pero los mitos a los que alude son características de la modernidad. No me refiero desde luego a la repentina aparición, tras el derribo de la vieja casa, de uno de esos edificios típicos de la era Stalin, sino a la exaltación de la imaginación (del niño violinista frente a la adusta profesora) y de la solidaridad (la pequeña historia de una manzana en muy pocos planos) y sobre todo al hermanamiento entre arte y trabajo, versión rusa (enunciada ya por ciertos escritores del XIX) de la utopía moderna que, en Europa, se pensaba como cooperación entre el pensamiento libre y el trabajo dignificado. A esas esperanzas, que aún alentaban hace poco más de medio siglo, sucede el modesto héroe de Díaz Morales que, incansable, recorre pasillos y abre puertas a las que sin cesar suceden recintos y nuevos corredores que sólo llevan a una puerta más. Al tiempo de la utopía lo reemplaza en nuestra época el círculo sin fin, y a la esperanza moderna en una cultura universalmente compartida (cosmopolita, decían los ilustrados) la sustituye el mosaico múltiple de diversas tradiciones y creencias, y la diversidad de intereses corporativos que rivalizan entre sí.

Que esas piezas abran y cierren la exposición es beneficioso porque entre ambas quedan más claras las perspectivas del arte contemporáneo. Puede proponer ciertamente nuevas formas: puede hablar del espacio con la limpieza que lo hace la elegante brújula de Olafur Eliasson (Copenhague, 1967) o con la ironía con la que Carlos Garaicoa (La Habana, 1967) trata la regla de oro (oponiendo la fuerza mágica del material al esfuerzo de la construcción geométrica) o como Nuno Ramos (Sao Paulo, 1960) elaborando obras con materiales casi residuales.

Otra opción posible es la denuncia. No faltan casos en la colección. Muy destacado es el de la mexicana Teresa Margolles (Culiacán, 1963) que levanta acta de la barbarie, concretamente, de la destrucción e incendio de las flores, velas y objetos que recordaban a Eric Graner, joven afroamericano muerto por la policía de Nueva York el año pasado. En otra dirección, la gran fotografía de Santiago Sierra (Madrid, 1966) apunta a la sinrazón de la burbuja inmobiliaria: cincuenta kilos de yeso volcados sobre el pavimento de la calle y disperso por coches y camiones recuerdan los años en que las ciudades se paralizaban por la proliferación de construcciones hechas para especular y no para vivir en ellas. De modo más sencillo, Los Carpinteros, un colectivo de tres autores cubanos, ironizan en Piscinacon reflejo sobre las ofertas de urbanizadoras y constructoras que resultaron ser poco más que un decorado. Con mayor fuerza aunque con medios aún más sencillos, el mapamundi hecho en fibra de abacá por la palestina nacida en Líbano Mona Hatoum, trazado con una proyección que cuestiona el centralismo de Occidente.

Hay una tercera opción: la que indaga en el lenguaje en estrecha relación con la imagen. A destacar la obra de uno de los iniciadores del arte conceptual en Estados Unidos, Joseph Kosuth, que coloca tubos de neón sobre un fragmento de un texto de Freud, El chiste y su relación con el inconsciente. En parecida dirección, los libros impracticables de la portuguesa Fernanda Fragateiro que, sin querer, hacen pensar en otros libros, también imposibles de leer: los de uno de los primeros impulsores del arte conceptual en Europa, Marcel Broodthaers. Dentro de estos encuentros entre imagen y lenguaje hay que citar también una pieza de Ann Messner. Es la escultura de un objeto cotidiano, unos auriculares, construidos a escala real. Esta literalidad (que hace pensar en Jasper Johns) comienza a intrigar cuando se observa que el objeto, hecho de plomo macizo, reposa en una almohadilla de foam colocada sobre una repisa de acero: es un contexto apropiado para una Corona, que así titula el objeto. Un juego de lenguaje sustancioso.

Aún cabría citar las obras de Pepe Espaliú y Miroslav Balka. Merecen un comentario aunque, dado su transparente patetismo, quizá no sea necesario para el espectador. La muestra, en suma, tiene poco desperdicio: despliega un recorrido por el arte contemporáneo útil al menos para provocar el interés por conocer por dónde camina el arte hoy. Es cierto que para lograr ese fin hubieran sido necesarias textos explicativos más amplios y quizá una introducción general a la muestra. Aun faltando unos y otra, la exposición puede sembrar la inquietud por el arte de nuestros días, al que presenta como un quehacer que desborda países, culturas y naciones.

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