Artes Escénicas

‘La voluntad de creer’: Pablo Messiez y el teatro como acto de fe

  • El Teatro Central acoge este montaje sobre la verdad de las ficciones, una obra inspirada en Dreyer y celebrada como uno de los títulos de la temporada

El dramaturgo y director Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974).

El dramaturgo y director Pablo Messiez (Buenos Aires, 1974). / D. S.

Al dramaturgo y director Pablo Messiez le conmueve un fragmento del proceso a Juana de Arco en el que la heroína francesa aseguraba oír la voz de San Miguel y atribuía su certeza de que era el arcángel quien le hablaba a "la voluntad de creerlo". Aquel testimonio simbolizaba, para Messiez, la predisposición al milagro de los espectadores que acuden al teatro, su afán de aceptar como real lo inverosímil. "En una época me obsesioné con Robert Bresson, con sus Notas sobre el cinematógrafo, y a partir de ahí revisité sus películas. Esa frase aparece en Bresson por Bresson, un libro con entrevistas al cineasta, y en el largometraje que hizo sobre Juana de Arco está también como diálogo. Me encanta esa afirmación porque se juntan en ella lo que hacemos a conciencia, la voluntad, y lo que no podemos terminar de explicar, la fe", dice el creador argentino afincado en España, que regresa al Teatro Central este fin de semana (hoy y mañana, a las 21:00) con La voluntad de creer, una pieza inspirada en la película Ordet de Carl Theodor Dreyer –y en la obra de la que partía, La palabra, de Kaj Munk– y que ha sido celebrada como uno de los títulos de la temporada teatral.

Uno de los miembros de una familia, transformado por las ideas de Kierkegaard, asegura ser la reencarnación de Jesucristo. Su comportamiento provocará el estupor en el entorno, pero la resistencia a su alrededor se debilitará cuando entre en escena la muerte y, con ella, la posibilidad de la resurrección. Messiez, un nombre habitual de la programación del Central, donde ha presentado montajes como La piedra oscura, He nacido para verte sonreír o Las canciones, concibe también el teatro como un acto de fe, como una liturgia donde no es posible la indiferencia. "¿Por qué a un concierto de música vamos a darlo todo y en una función teatral nos cruzamos de brazos, impasibles, como si esa obra fuera algo resuelto, algo terminado?", se pregunta Messiez. "La pandemia nos acostumbró a ver ficciones en una pantalla, pero el teatro no es una pantalla y requiere otra actitud. La voluntad de creer nace del empeño de poner el foco en los espectadores. Si no hay público, si el público está adormecido, si no compra su entrada y se sienta ante los actores, no hay obra, es así de sencillo", opina el director.

Una imagen de 'La voluntad de creer'. Una imagen de 'La voluntad de creer'.

Una imagen de 'La voluntad de creer'. / Laia Nogueras

Del mismo modo que reinterpretaba a Chéjov y sus Tres hermanas en Las canciones, Messiez acude ahora a Ordet. "En esta obra me planteaba en qué cosas podemos llegar a creer, y me acordé del impacto que me provocó esta película en la universidad. Es una historia muy inverosímil, con una puesta en escena muy codificada, muy intervenida, donde se advierte claramente la voz de Dreyer, y sin embargo tú entras en todo lo que te cuentan: quieres que quien muere resucite y, cuando lo hace, sientes una emoción increíble", valora el dramaturgo, que ha publicado el texto de esta pieza en la editorial Continta Me Tienes, un volumen que entre otros atractivos incluye "un apéndice que me encanta", con una serie de fotografías realizadas por el actor José Juan Rodríguez durante las funciones. "Su personaje hace fotos y José Juan quiso coger la cámara en realidad, por eso de que en la obra jugamos mucho con la idea de que lo que pasa es verdad. Él aprendió técnicas de fotografía analógica, también aprendió a revelar, y sus imágenes son maravillosas".

En los ensayos, el reparto compuesto por Marina Fantini, María Jaimez, Rebeca Hernando, Íñigo Rodríguez-Claro, Mikele Urroz y el citado José Juan Rodríguez fue distanciándose del punto de partida. "Íbamos hacia la estética de Ordet, hacia su sobriedad nórdica, pero aquello nos quedaba como un traje apretado. Le propuse al equipo que nos olvidáramos de esa seriedad... y en vez de Dreyer nos salió Berlanga. Pero el cambio fue buenísimo. Un grupo de actores y actrices de muchos sitios, con acentos del País Vasco o de Granada, con una argentina, no podíamos comportarnos como nórdicos, teníamos que buscar nuestra verdad. Una crítica se enojó con esto, se cuestionaba que qué le habíamos hecho a Dreyer, pero la pregunta no era ésa, la pregunta era más bien qué podíamos hacer nosotros con ese material. Apareció una comicidad que no esperábamos. Otra crítica destacó, por el contrario, que le parecía interesante el humor como una posibilidad de resurrección", señala Messiez.

"Estamos habituados a ver ficciones en una pantalla, pero el teatro requiere otra actitud"

Para el bonaerense, el teatro brinda una liturgia a los que no encuentran alivio en la religión. "Sí, aquí también sostenemos ficciones con nuestra fe, compartimos creencias con otra gente", afirma Messiez. La palabra, para el autor, es otro don que hace posible el prodigio. "Si llamamos a algo mesa nos convencemos de que eso existe al nombrarlo. Es otro acto de fe. A mí no me convencen las obras de teatro donde el texto se come al resto, un montaje prodigiosamente escrito no es nada sin un trabajo en la escenografía o en la luz, pero aquí la palabra era necesaria, y hay largos monólogos, pero siempre ponemos esa palabra en relación con los otros elementos de la obra".

Messiez adapta la trama de Ordet a los nuevos tiempos y forma a una de las parejas de dos mujeres. "Pero no fue muy premeditado", aclara. "Surgió por la gente con la que quería trabajar: no daba en el reparto con chico y chica, y sí con chica y chica, y eso empezó a determinar la escritura. Pero en mi opinión puede haber personajes gays en la obra sin que sea una obra sobre lo gay, lo mismo pasa cuando se hacen espectáculos con gente con diversidad funcional. Me encantaría que la integración fuera una integración real: si ponemos el acento en esos detalles, al final, se genera un teatro poco abierto, casi como una clase sobre una cosa, algo didáctico y un poco moralista", sentencia un escritor al que le interesa la familia "porque ahí es donde empieza todo: entiendes el mundo por la lógica que aprendes en tu casa. Ahí, digamos, nace nuestra primera fe, aunque luego encuentres otras lógicas y sientas la necesidad de distanciarte".

El director ha impartido también esta semana en Sevilla un taller para profesionales de las artes escénicas en el que ha explorado "qué tiene que haber para que haya teatro, cuáles son los materiales específicos. Hemos hecho ejercicios en los que, por ejemplo, había que aprenderse un texto y jugar con el espacio. Qué ocurría si te alejabas o si te acercabas. Se trataba de jugar, había algo de volver a ser niños en lo que les proponía. Y, la verdad, ha sido una experiencia muy hermosa".

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