'Pizarro is God', una película de amor para el arquitecto invisible del rock sevillano

PIZARRO IS GOD | Crítica

A partir de un vasto archivo audiovisual —en parte inédito y en buena medida ya conocido por la escena— y del testimonio coral de quienes compartieron con Juanjo Pizarro estudios, escenarios y noches interminables, el documental recompone con sensibilidad y pulso fanzinero la figura de un músico decisivo, casi siempre fuera de foco, cuya huella atraviesa cinco décadas de cultura underground en Sevilla

Aleixandre, el anfitrión atento

Imagen promocional del documentel 'Pizarro is God', de Miguel Caldito
Imagen promocional del documentel 'Pizarro is God', de Miguel Caldito

Francisco Espada, el productor de Pizarro is God nos advirtió anoche, durante la presentación del documental, que si habíamos asistido pensando en ver una película musical estábamos equivocados, porque lo que íbamos a encontrar era una película de amor. Una película nacida desde la memoria, el afecto y la deuda emocional con un músico que nunca reclamó protagonismo, pero que fue decisivo para varias generaciones. Y no le faltaba razón, porque solo desde el amor de Miguel Caldito, su director, de los testigos directos de aquella Sevilla subterránea y de todos los que han colaborado en ella, se puede sacar adelante una historia como esta, que rastrea con ternura y sin maniqueísmos la trayectoria de Juanjo Pizarro, un maestro de la guitarra cuya vida fue, a la vez, un mapa de colaboraciones y un taller donde se forjaron discos de todos los estilos, que terminaban sonando con su impronta.

Juan José Pizarro Fernández nació en Fuente de Cantos el 16 de abril de 1962, y en 1969 se trasladó con su familia a Sevilla, la ciudad donde desarrollaría toda su carrera y donde acabaría dejando una huella indeleble en el rock, el pop y el nuevo flamenco español. El documental tiene sus pilares en la voz de quienes mejor lo conocieron —compañeros de bandas, productores que pasaron con él por los estudios, la familia— así como técnicos y analistas musicales, y en esa concatenación de testimonios se va componiendo el retrato de un músico que nunca buscó el foco, a pesar de la luz que él mismo irradiaba; de una persona cuya presencia nunca hizo ruido, pero sin la que la música dejaría de sonar igual. Un gran desconocido para el público mayoritario, pero un referente imprescindible para entender la evolución de la cultura underground sevillana de las últimas cinco décadas.

Miguel Caldito
Miguel Caldito

Caldito apuesta por un pulso narrativo que alterna imágenes de archivo —conciertos dispersos, sesiones de grabación, portadas de discos y fanzines— con cientos de horas de material audiovisual, en muchos casos inédito, procedente de archivos personales, de los propios grupos y de salas emblemáticas como el Fun Club, con secuencias íntimas en el estudio Central de Sevilla, uno de los ejes de la película. Allí escuchamos al propio Juanjo y le vemos en sesiones de trabajo, afinando una idea, convenciendo a una voz o apañando una pista con la maestría de quien conoce cada milímetro del sonido. Productor, guitarrista, bajista y compositor, Pizarro trabajó —como músico y/o productor— con bandas y solistas tan diversos como Silvio y Sacramento, Dogo y Los Mercenarios, Dulce Venganza, Pata Negra, Reincidentes, Def con Dos, Parachokes, Maíta Vende Ca, Karakatamba, Tabletón o el propio Caldito —su canción La vida es una carrera, producida por Juanjo, que además toca todas las guitarras que suenan, se oye durante los títulos de crédito— haciéndolo también dentro del círculo creativo que gravitaba en torno a Ricardo Pachón, figura clave del nuevo flamenco y de la fusión andaluza.

Las apariciones son sobrias; ni glorifican ni reducen, sencillamente muestran la factura del oficio. Esa honestidad deja espacio para que aflore lo esencial, su capacidad para crear puentes entre estilos —del rock más crudo a la raíz flamenca, de colaboraciones con Pata Negra a producciones para Reincidentes— y su influencia decisiva en una de las generaciones más fecundas del rock y el punk sevillano de finales del siglo XX y comienzos del XXI, una síntesis entre la excelencia y la irreverencia, entre lo sublime y lo visceral.

Dogo y los Mercenarios: Cucharín, Juanjo, Miguelito y Dogo
Dogo y los Mercenarios: Cucharín, Juanjo, Miguelito y Dogo

En el núcleo del documental está el retrato humano: el hermano músico que comparte historias de vida, la familia Pizarro Fernández, las amistades que confiesan cómo Juanjo era, al mismo tiempo, brújula y punto de apoyo, y los que fueron productores jóvenes —ahora ya no tanto— que lo recuerdan como maestro inesperado. Casi medio centenar de voces conforman un relato coral sin voz en off, construido exclusivamente a partir del testimonio emocionado de quienes compartieron con él escenarios, estudios, giras, fiestas y derrotas.

La emoción viene de los silencios, nunca se fuerza, viene de una fotografía que respira polvo de sala de conciertos y de garitos, antros y locales de ensayo de los años 80, 90 y la primera década del 2000, y de la constatación de que, a veces, el legado se mide en canciones que la gente no olvida. Las imágenes, grabadas en formatos tan diversos como miniDV, HD, 8 mm o 16 mm, construyen un collage visual lleno de grano, coherente con el espíritu fanzinero y punk que atraviesa toda la película.

Juanjjo Pizarro en su estudio
Juanjjo Pizarro en su estudio

Pizarro is God va más allá del homenaje; es una reivindicación de la labor del productor/músico local como arquitecto invisible del repertorio colectivo. Un documental musical con alma de fanzine, revelado por la polifonía de quienes fueron los felices compañeros de una aventura irrepetible. El montaje respeta un ritmo musical de bonita cadencia: subidas de energía en las sesiones en vivo, remansos para las confesiones y un cierre que no busca la grandilocuencia, busca la verdad, la huella de un hombre que convirtió cada nota en un vínculo colectivo. Para todos los que recordamos su nombre y para quienes todavía no lo conocían, la película ofrece una experiencia cálida, llena de guitarras, vivencias entrañables y la sensación de que la música perdura cuando se construye con respeto y oficio. Juanjo Pizarro murió en Sevilla el 1 de enero de 2021, pero su rastro —como aquel viejo grafiti londinense que decía Clapton is God— sigue ahí, inscrito en grabaciones, recuerdos y canciones sin las que sería imposible entender una época.

Su estreno no se limitará a la proyección simultánea de anoche en dos salas a la vez, debido a la expectación que había levantado; todavía hay oportunidad de ver la película tres veces más en los cines Odeón Plaza de Armas, esta misma noche, mañana domingo y el míercoles, día 17.

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