La plata y el Pacífico | Crítica

De mundos y mares

  • Durante dos siglos y medio, el Galeón de Manila fue el vehículo de un intenso flujo comercial entre la América Hispana y China que dio lugar a la primera economía globalizada

'Maris Pacifici' de Abraham Ortelius, publicado en su 'Theatrum Orbis Terrarum' (1589).

'Maris Pacifici' de Abraham Ortelius, publicado en su 'Theatrum Orbis Terrarum' (1589).

La visión angloamericana de la Edad Moderna ha tendido a menospreciar o directamente a olvidar el papel de los españoles durante los siglos en los que la monarquía hispánica proyectó su influencia en amplísimas zonas del mundo. Mucho antes de la talasocracia británica y del hoy cuestionado o declinante predominio de Estados Unidos, otras potencias marítimas como Portugal u Holanda crearon una red comercial que se extendía a territorios remotos, pero ninguna nación contribuyó en mayor medida que España a sentar las bases de la globalización que puede datarse en un momento muy preciso, con la apertura de la ruta de la plata entre América y Asia. Es la tesis de este ensayo que se titula precisamente The Silver Way en su edición original de 2017, donde Peter Gordon y Juan José Morales defienden la importancia de la  vía comercial que estableció por primera vez una relación directa entre ambos continentes. La edición española del libro, traducido por Victoria León para Siruela, obedece al empeño personal de la prologuista, Elvira Roca Barea, que al margen de las controvertidas razones con las que ha enfrentado las insidias y falsedades de la leyenda negra –los detractores de la ensayista malagueña denuncian el sesgo ideológico de su reivindicación del Imperio– tiene el mérito indiscutible de haber acercado al lector común unos debates, reducidos al absurdo por los modernos practicantes de la hispanofobia, habitualmente reservados a los especialistas.

Desde Acapulco, las mercancías de Asia se distribuían por América o viajaban a Europa, a través de Veracruz

Como avanza Roca y señalan los autores, la conexión entre el Imperio Habsburgo y el Imperio Ming a través del Pacífico, que unía el virreinato de Nueva España con las islas Filipinas, marcó un hito iniciado por el explorador y fraile agustino Andrés de Urdaneta, a quien Felipe II encargó la búsqueda del camino de vuelta entre Asia y América, el llamado tornaviaje, una travesía de trece mil kilómetros que hasta entonces se había revelado inabordable. Una vez hallado el rumbo, en 1565, quedó rápida y sólidamente establecida una ruta regular que permanecería activa casi dos siglos y medio, desde la fundación del puerto de Manila en 1571 hasta el inicio de la guerra de Independencia de México en 1815. Muy gráficamente, Gordon y Morales comparan la competencia entre españoles y portugueses con la carrera espacial de la Guerra Fría. Si los segundos habían logrado llegar a las islas de las Especias a través del Índico, los segundos arribaron a Oriente cruzando el Mar del Sur, un itinerario que unía a la provincia filipina –dependiente del virreinato– con Acapulco, desde donde las mercancías de Asia se distribuían por América o viajaban a Europa, a través del puerto atlántico de Veracruz y tras pasar por la inmensa Ciudad de México, convertida en "corazón del mundo". Con periodicidad anual, el Galeón de Manila o Nao de China exportaba la plata de Potosí o las minas mexicanas e importaba seda, especias, algodón, marfil, porcelana y todo género de manufacturas.

El ensayo aborda con loable claridad la materia y ofrece muchos datos curiosos y reveladores

La primera globalización, explican los autores, fue "una consecuencia más que un objetivo explícito de la política y el comercio de España", pero de hecho impuso el patrón plata y los pesos ranurados como el "real fuerte columnario" –por el diseño de la moneda, donde se representaban los dos hemisferios entre sendas columnas– o "columnario de mundos y mares" y el "dólar de cabeza" –con el busto de Carlos III o el de su hijo y sucesor Carlos IV– se convirtieron en divisas globales. No siempre se recuerda que tanto el dólar estadounidense como su ahora rival el yuan chino –del mismo modo que el ringgit malasio o el yen japonés– proceden del antiguo real de a ocho. Breve, ameno e instructivo, el ensayo de Gordon y Morales aborda con loable claridad la materia y ofrece muchos datos curiosos y reveladores sobre un capítulo desatendido de nuestra historia y de la historia universal, sin perder de vista las enseñanzas que pueden derivarse para el análisis de la realidad contemporánea. En este sentido, cabe desear que la posibilidad, expresamente formulada por los autores, de que las relaciones entre China y Occidente se atengan, como ocurrió entonces, a un "difícil equilibrio de cooperación y simultánea búsqueda del beneficio propio", al margen de la convergencia pero también del conflicto abierto, no quede relegada al ámbito de los buenos propósitos.

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