La plenitud del pintor
arte | valme muñoz, directora de la pinacoteca, es la comisaria del proyecto
Murillo alcanzó el dominio de su lenguaje en sus lienzos para la iglesia del convento de Capuchinos, como prueba 'El jubileo de la Porciúncula'
Sevilla/Habrá un antes y un después en la percepción pública de la etapa final del pintor sevillano tras la inauguración, este martes, de Murillo y los capuchinos de Sevilla, la muestra promovida por la Consejería andaluza de Cultura que dirige Miguel Ángel Vázquez y de la que es comisaria la directora del Bellas Artes, Valme Muñoz. La clave de esa mirada renovada radica en gran parte en los hallazgos científicos que ha propiciado la restauración, en un taller a la vista del público durante el último año, del lienzo El jubileo de la Porciúncula, que presidió el retablo mayor de la iglesia franciscana. Desde finales del XIX, la obra forma parte de la colección del museo Wallraf-Richartz de Colonia, que la ha cedido al Bellas Artes sevillano durante diez años a cambio de su restauración integral.
El encargo de la decoración de la iglesia del convento capuchino de Sevilla que realizó entre 1665 y 1669 fue el más amplio de cuantos recibió Murillo a lo largo de su vida, quien por entonces había dado la medida de su talento en sus compromisos con grandes mecenas como el Cabildo de la Catedral o como Justino de Neve, por quien decoró la iglesia y antigua sinagoga medieval de Santa María la Blanca.
Pese al expolio del mariscal Soult durante la invasión napoleónica, que provocó la dispersión de la mayoría de las obras de Murillo, la inteligencia de los frailes capuchinos -que enviaron parte del conjunto a Cádiz salvo, entre otras piezas, la Porciúncula- permitió salvar las pinturas y que la mayoría siga hoy en Sevilla salvo cuatro piezas que están en manos de otras instituciones de España y del extranjero.
La magna muestra que inaugura oficialmente el Año Murillo es probablemente la de mayor carga emocional de la efeméride porque permitirá contemplar en su totalidad el conjunto pictórico de la iglesia franciscana. El jubileo de la Porciúncula presidirá de nuevo el retablo, rodeado por diversas obras de la colección del Bellas Artes que se han restaurado en el taller de la pinacoteca en los últimos meses -La Virgen de la servilleta, San Francisco abrazando a Cristo, la Inmaculada del coro, San Antonio con el Niño, San Félix Cantalicio con el Niño- y por la Santa Faz de colección privada que ha cedido el Ashmolean Museum de Oxford.
La Porciúncula regresó a Sevilla el 23 de junio de 2016 en un completo mutismo y rodeada de ingentes medidas de seguridad. Valme Muñoz destaca a este medio su complejidad técnica, bien visible tras la intervención integral del lienzo que han llevado a cabo Carmen Álvarez e Ignacio Bolaños bajo la dirección de Fuensanta de la Paz. "Es una de las composiciones más ambiciosas que realizó Murillo y se la puede equiparar por ello al San Antonio de la catedral de Sevilla. Sin embargo, su deficiente estado impedía apreciar toda esa grandeza, que ahora ha confirmado la restauración. Estamos ante una de las mejores producciones de Murillo porque en la Porciúncula, además de sintetizar todos los logros estilísticos de su madurez, refleja la genialidad con la que concebía sus proyectos, que fue reconocida por sus contemporáneos, teniendo en cuenta la iluminación natural que recibirá la obra en el retablo o su distancia y ubicación respecto al espectador".
La restauración permite apreciar las dos zonas diferenciadas, la terrestre y la celestial, en que se divide El jubileo de la Porciúncula. Las tonalidades oscuras y terrosas del ambiente terrenal en que se encuentra el monje arrodillado contrasta con la atmósfera de tonos vaporosos y brillantes del mundo celeste hacia el que tiende sus brazos. Allí arriba, multitud de ángeles rodean a Jesús con la cruz de la salvación y su espléndida túnica roja, y a la Virgen María.
La Porciúncula, donde se resume la esencia de la espiritualidad franciscana, tiene una azarosa historia que el público podrá conocer gracias a la abundante información complementaria y al vídeo de animación de la muestra, que se expande desde la sala V a las estancias de temporales del museo y tendrá eco en el catálogo.
Hasta inicios del siglo XIX el cuadro presidía el retablo mayor de Capuchinos. En 1810 fue trasladado al Alcázar de Sevilla por el ejército francés y luego a Madrid para formar parte del museo promovido por José Bonaparte. Acabó quedándose en la Real Academia de San Fernando hasta que en 1815 fue devuelto a los frailes capuchinos de Sevilla. Debido al deterioro que presentaba toda la serie, los monjes encargaron al pintor Joaquín Bejarano su restauración y, en pago por sus servicios, le regalaron la Porciúncula. El pintor no dudó en incorporar algunos elementos de su mano al lienzo durante su restauración, repintes y añadidos que confirmaron los análisis radiográficos y que ha eliminado la reciente restauración.
Bejarano vendió el cuadro, prosigue Valme Muñoz, al pintor madrileño José de Madrazo y tras muchos avatares, incluidos la rebelión carlista y la Gloriosa de 1868, fue vendido a los Amigos del Arte de Colonia hacia 1898 y terminó, por donación, en el Wallraf-Richartz. Desde allí, 120 años después, ha regresado gracias a un depósito temporal al Bellas Artes.
El museo, que ha renovado la zona de acceso y acogida para favorecer las visitas del Año Murillo, sigue consolidándose en el estudio de la técnica del pintor, un ámbito decisivo que complementa las aportaciones teóricas de sus conservadores, como Ignacio Cano e Ignacio Hermoso. A falta de que se publiquen las interesantes conclusiones emanadas de las intervenciones del taller, los diversos congresos científicos que tendrán lugar en los próximos meses pondrán de relieve que, por su genialidad y carácter precursor, Murillo también es nuestro contemporáneo.
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