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"Quiero hablarte en presente y que imagines que la cara del mundo todavía no es esta, que tu muerte está aún por decidir: que en la forma futura de la vida aún cabe tanto". Tras afianzarse con Las hogueras azules, en la que mostraba "una voz nueva, pero a la altura de los poetas más consagrados del momento", como señaló el Gremio de Librerías de Madrid, que le concedió entonces el premio al libro del año, Juan F. Rivero (Sevilla, 1991) regresa con Raíz dulce (Candaya), un poemario que destila la verdad incontestable de la emoción y en el que retrata la perplejidad de la ausencia y el puente que tienden la palabra y la memoria hasta los muertos.
"Me gustaría pensar que, en cierto modo, la poesía restituye", apunta Rivero, que presenta su obra este jueves a las 18:00 en La Carbonería, al comienzo de Raíz dulce. "Este es un libro sobre la pérdida en el sentido más amplio. Si bien es cierto que la pérdida central que lo estructura es la de un ser muy concreto y muy querido, en realidad el Juan que narra, que lleva mi nombre y que tiene conmigo muchas cosas en común, pero que no es exactamente yo, trata de recomponerse del sentimiento de impotencia de quien ha comprendido que la vida no solo es efímera, sino absolutamente incontrolable. Por eso en el libro se narran también otras muertes", dice un poeta que se aferra a una "imagen temblorosa y fragmentaria" de lo vivido "por miedo a olvidar". "En ese mismo pasaje, de hecho, el narrador reconoce no saber qué pretendía exactamente al escribir, pero confiesa haberlo hecho con la fe de que el lenguaje, la poesía, restituya; no en un sentido biológico, claro, sino de justicia. Por eso le cuenta a N., la persona que ha muerto, cosas que ella vivió. Quiere reconstruirla con palabras, pero como sabe muy bien que eso es imposible se aferra a la idea de traerla de vuelta a partir del recuerdo para sí. Me parece que en el fondo esto es algo que todos hacemos".
Por las páginas del poemario desfilan un ciervo del Paleolítico que huye de sus cazadores, un hombre –o un niño– que ama las cosas "en su camino hacia la destrucción", un olivo arrancado de cuajo que contiene en su tronco los restos de otras criaturas, una belleza lindante con la descomposición: "Uno de mis grandes intereses en este poemario era hablar de la muerte, el amor y la vida tal y como los experimentamos a lo largo de nuestra existencia, es decir, no en un momento concreto que, por su intensidad, pudiera sublimarse y presentarse aisladamente, sino siempre imbricados, trenzados de tal manera que lo triste y lo feliz, lo pavoroso y lo bello no pudieran observarse sin el reverso luminoso u oscuro de su alivio o su pérdida", analiza el creador sevillano. "Presentar la belleza en su fragilidad, en su camino hacia la destrucción, como dice ese verso, es reclamar para ellas su valor verdadero. Su condición de momento milagroso e irrepetible".
Rivero, que publicó el año pasado como traductor La semilla y el corazón. Antología de poesía japonesa, un proyecto en el que trabajó junto a Teresa Herrero, se inspira en unos versos de la Gacela de la raíz amarga de García Lorca para el título de su nuevo libro. "Recuerdo leer aquel ¡Amor, enemigo mío, / muerde tu raíz amarga! y pensar que también para mí el amor, como para el poeta de Granada, tenía una raíz palpable, concretísima, pero me sentí inmediatamente repelido por el adjetivo. Para mí la raíz del amor no era amarga, sino dulce, y entonces pensé en aquel binomio para titular el libro, que precisamente pivota sobre el recuerdo nostálgico de una historia de amor. Entre otras cosas, me gusta el título por lo que tiene de homenaje y de conversación lorquianos".
Uno de los personajes que asoma por el libro defiende que "somos / demasiado solemnes / al llorar a los muertos", y así "estamos matando / a las personas / otra vez". Quizás por ello Raíz dulce despliega su elegía agarrándose al registro minucioso, tocado por la liviandad, de los días. "Creo que durante todo el proceso de escritura he tratado de conseguir un lenguaje emocionante y abierto a la vez. Quería que esos personajes, que intervienen en varios poemas aportando otras visiones distintas o complementarias a las del Juan que narra, me sirvieran para aproximarme al texto humanamente; y a la vez me propuse que el tono del propio narrador estuviese más cercano al de una carta que al de un poema de duelo convencional. Sobre todo, me parece que, en especial en la segunda parte, necesitaba alejarme de lo fúnebre y lo mortuorio. Quería que el lenguaje fuera ligero y lírico porque en el fondo el texto constituye una alabanza de la vida, una defensa de esta ante la omnipotencia de la muerte", argumenta Rivero, que en sus versos compara con marzo, "obligado a alzarse / y revivir" a la llegada de la primavera, "el estado en que nos encontramos ante una pérdida devastadora. A veces todo lo que amamos parece extinguirse a nuestro alrededor, y sin embargo a nosotros no nos queda más remedio que seguir adelante".
El poeta asegura que "nunca he vuelto a escribir como cuando escribía estos poemas", que sintió como una marea que le "anegaba el ánimo y, sin que me diese cuenta, lo colmaba", recuerda Rivero. "Más de una vez me levanté sobresaltado de una siesta o por la noche porque cuando dormía soñaba con el texto y salía disparado en dirección al escritorio a anotar una frase, o a preguntarle a mi pareja, que me acompaña siempre en los procesos de escritura, si veía factible tal o cual asunto; en otras ocasiones la gente me hablaba y yo no me enteraba de lo que me decían porque estaba escribiendo mentalmente… Creo que jamás me había enajenado así con nada".
En Raíz dulce, Juan F. Rivero continúa indagando en una de sus preocupaciones, la memoria, "que me interesa tanto por la importancia que tiene en la conformación de nuestra identidad como porque, en tanto que escritor, se trata de la fuente principal de mi trabajo", dice un autor que aborda también el componente espurio del recuerdo, "sus defectos, las lagunas que deja y que, por puro pragmatismo, vamos llenando a veces con suposiciones lógicas, relatos de terceros o pequeñas fantasías".
Raíz dulce introduce una cita de Celan en la que el poeta sostiene que "la verdadera poesía es antibiográfica", y que para Rivero "expresa la distancia que requiere la poesía con respecto a la vivencia para realizarse. La escritura poética no es un mero relato de la experiencia, sino un trabajo lingüístico con la experiencia como referente. En ese sentido, resulta antibiográfica porque, en lugar de limitarse a la experiencia y agotarse en ella, la redirige a los demás, la abre a lo colectivo, devuelve lo individual a lo común".
Chus Pato, que firma el epílogo, encuentra una "poesía social y de clase" en este poemario, y las páginas captan detalles como la sordidez de los polígonos, la precariedad laboral, lo duro que puede ser vivir en un pueblo. "Confieso que, cuando quedé con Chus para hablar del epílogo y de las ideas que ella tenía sobre él, me alegró mucho que quisiera incidir en el aspecto social, ya que para mí se trata de un aspecto imprescindible al que le he dedicado mucho tiempo", reconoce Rivero. "Si me propuse incorporar a mi poesía una dimensión narrativa, fue precisamente para poder reflejar una imagen más amplia de la realidad, y en este sentido lo social –la vida en los actuales pueblos dormitorio, la violencia asumida de la adolescencia, la precariedad laboral, el horror sepultado de la crisis económica– me interesaba mucho. Sin embargo, temía que, por abordar estos temas de manera muy distinta a la que estamos acostumbrados en España, se quedara en un segundo plano. Para mí es importante reflejar la vida tal y como es, sin sublimarla. Últimamente pienso mucho en una frase que le escuché a Marta Sanz en la presentación madrileña de Perro fantasma, de José Daniel Espejo: En ocasiones la poesía, por desgracia, coincide con la publicidad en que solo refleja las vidas ideales. Quisiera que mi poesía nunca fuese así".
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