El ministro de propaganda | Crítica
Retrato del siniestro maestro de la propaganda
Sergi Bellver. Escritor
-No todo el mundo sabe que el agua simboliza las emociones. Si uno lo piensa, tiene sentido. Se cuela por cada hueco. Cala. Se evapora. Si no se airea, se corrompe.
-Es un simbolismo arcano, presente en muchas culturas y que llevamos grabado en el subconsciente. Me ha servido para explorar en lo más sombrío de las emociones humanas y, de paso, para intentar provocarlas en el lector e incluso para incomodarle y hacer que se cuestione algunas cosas. El agua dura de nuestras cañerías es otra vuelta de tuerca en ese juego metafórico, un elemento tan cotidiano como corrosivo que en este libro deriva en una poética inquietante.
-Aunque ha aparecido en títulos colectivos, los relatos de Agua dura suponen su primera obra en solitario. Como lector, sorprende que una primera obra sea tan ambiciosa y empiece a tocar el tema de las emociones tan a hueso.
-Ya que empecé a escribir muy pasada la treintena y que luego demoré bastante mi estreno en solitario como narrador, no podía empezar con medias tintas. En estos tres años de trabajo he desechado varios cuentos fallidos o mediocres, soy muy exigente conmigo mismo y me considero un autor todavía en proceso de aprendizaje, pero creo que la propuesta de Agua dura es bastante sólida. Al menos la respuesta de la crítica y de los lectores en estos primeros dos meses invita a pensarlo. Aunque sospecho que si, como dicen, mi libro no parece el de un novel, es sobre todo porque llevo treinta años como lector y mis relatos son, en cierto modo, un homenaje a esas tres décadas de lecturas.
-Relatos muy diversos pero casi todos con un desolador núcleo común: somos idiotamente feroces. Estamos algo desquiciados.
-Los ferozmente idiotas son peores. Desde nuestros primeros pasos en este mundo vivimos expuestos a la alienación de forma permanente, ya en ese laboratorio inicial de conflictos que es la familia, uno de los grandes motivos de Agua dura. Resulta casi un milagro salir indemne y permanecer cuerdo o, mejor aún, conservar un destello de sana locura entre tanta gente demasiado cuerda y tan poco dispuesta a rechazar los moldes que nos imponen los demás.
-Uno de los temas que parecen recurrentes en los distintos relatos -y no sé si ha sido o no a propósito- es el de las relaciones entre hermanos.
-Quería tratar el tema de la familia como universo inhóspito, un motivo tan faulkneriano, pero sin repetir otros acercamientos recurrentes, como el complejo de Edipo, la madre castradora o la pulsión de matar al padre, que ya tienen demasiada literatura detrás desde hace siglos. Además, esos enfrentamientos implican relaciones de poder demasiado obvias, y yo quería colocar a mis personajes en un mismo plano, por lo que elegí la figura de los hermanos y otras relaciones afines para los cuentos más relevantes del libro.
-La muerte, que incluso puede ser compasiva, en estas historias es siempre desoladora y brutal.
-Es cierto, aunque he intentado evitar cierta pornografía macabra o efectista de la muerte y me he centrado más en su influencia sobre los vivos, en cómo la ausencia de los muertos, el eco de su paso por el mundo o incluso la amenaza de sus fantasmas ponían a prueba la fortaleza, la moral y las decisiones vitales de los personajes que quedaban a este lado de la frontera.
-Seduce especialmente cómo están escogidos los escenarios en determinados relatos. Parece que la atmósfera de relato fantasmal clásico de El nudo de Koen no podría ser en otro sitio que en la bruma indefinida de los Países Bajos; o el territorio increíble, primitivo y oceánico de Islandia. Y no son pocos, los escenarios.
-Suelo decir que Agua dura es también un raro cuaderno de viajes y, lejos de un mero papel decorativo, en cada uno de ellos el paisaje se convierte en un aliado fundamental que me ayuda a mostrar el recorrido interior de los personajes, su odisea particular, el mapa de sus obsesiones y su evolución en cada historia.
-Es curioso lo que sucede con estos relatos. Casi todos nostálgicos o de una crudeza que araña. Sin embargo, uno siente que la atmósfera, el hilo es tal, que cualquier redención o cualquier intento de "final feliz" hubiera chirriado...
-En mi vida personal soy un tipo vitalista, pero creo que llevar a los personajes al límite ofrece matices y planteamientos narrativos mucho más interesantes. Aquella frase de Tolstói en Anna Karénina sigue siendo cierta, pues nuestras desgracias dan más juego literario que el retrato de todas esas familias felices que se parecen. Sin embargo, sí creo que el afán de redención y la búsqueda de un lugar en el mundo están presentes en varios de los personajes de mis cuentos, aunque prefiero que sea el lector quien decida si logran o no su propósito.
-Los relatos de Agua dura han estado gestándose, poco a poco, a lo largo de tres años. No son, ha dicho ya, una mera recopilación.
-Mentiría si negara que los cuentos breves del bloque central no están ahí para darle más cuerpo al conjunto, pero los relatos de más calado y extensión, los de la primera y tercera parte del tríptico, sí fueron pensados desde el inicio para un libro con un discurso coherente e hilvanado. Creo que salta a la vista que hay en esos textos una serie de voces y una temperatura ambiental dirigidas a activar resortes emocionales similares en el lector.
-En los agradecimientos, uno descubre que el joven Sergi Bellver iba para farmacéutico. ¿Cómo se torció el camino? ¿O se enderezó?
-En realidad, desde muy niño yo iba para pintor. Todo el mundo lo tenía claro, menos mi padre, que temía que me muriera de hambre y me hizo la vida un poco imposible. De modo que no me dejó ser artista y planeó un futuro de farmacéutico para mí. Seguramente mi padre tenía razón en lo de la precariedad, pero al final le salió el tiro por la culata, porque me rebelé, dejé de estudiar muy pronto y, muchos años después, he acabado siendo escritor, o sea, todavía más muerto de hambre que un pintor. Eso demuestra que es mucho mejor dejar que los hijos encuentren su propio camino que pretender encerrarlos en una campana de vidrio para "protegerles".
-Explique qué es esto del Nuevo Drama, al que pertenece el libro.
-Hace dos años y medio, tres escritores en ciernes quisimos dar una voz de alarma ante la gran estafa literaria de la posmodernidad y su cinismo manierista. Una moda ya en franca retirada, por lo que creemos que cada vez hace menos falta esa reacción, a pesar de que todavía hoy algunos indocumentados insisten en vender humo y siguen presentándose como supuesta vanguardia. No somos clasicistas, ni conservadores, ni nada de todo eso. Lo único que pretendemos con el movimiento Nuevo Drama es huir de generaciones impostadas, tener presentes a nuestros maestros, volver a contar grandes historias, emocionar al lector con ellas y escribir sin complejos ni elitismos. En otras palabras, orear un poco la habitación de un ambiente literario algo viciado para volver a conectar el arte con la vida, con el ser humano y con nuestro tiempo.
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