La revolución de las mujeres abstractas
UNA VISIÓN ALTERNATIVA DE LA HISTORIA DEL ARTE | HASTA EL 27 DE FEBRERO
El Museo Guggenheim reivindica a más de cien artistas para visibilizar la contribución femenina al lenguaje de la abstracción a lo largo del siglo XX
El Museo Guggenheim de Bilbao ofrece, hasta el 27 de febrero, una de las exposiciones más complejas y sugerentes del panorama europeo, que acerca a España la investigación sobre las contribuciones que las mujeres artistas hicieron a la abstracción a lo largo del siglo XX -con alguna incursión en el XIX- llevada a cabo por Christine Macel, comisaria jefe del Centre Pompidou, junto a la experta en fotografía y directora del Museo de Varsovia Karolina Lewandowska. A ellas se une ahora Lekha Hileman Waitoller, curator del equipo del Guggenheim bilbaino, que ha realizado un excelente trabajo de coordinación. El resultado, Mujeres de la abstracción, propone una nueva interpretación de la Historia del Arte que ilumina el papel de cocreadoras de la modernidad que desempeñaron las más de cien artistas seleccionadas para esta muestra, que reúne más de 400 obras y ha sido posible gracias al patrocinio de la Fundación BBVA.
"Nuestro relato pretendía ser abierto, y ampliarse para abarcar no sólo las artes plásticas sino también la danza, las artes decorativas, la fotografía y el cine", detalla Christine Macel, bien conocida también como la directora de la Bienal de Venecia de 2017, que explica que "no hay una definición exacta de la abstracción, sino que cambia con cada artista, que propone la suya propia". Por eso, en la muestra, que ya pudo verse en París, las comisarias han atendido al proceso de invisibilización que marcó el trabajo de estas artistas, y presentan sus posicionamientos, a menudo complejos o paradójicos. Desde las que propugnaron un arte "femenino" como Judy Chicago a las que, como Sonia Delaunay-Terk, adoptaron una posición no marcada por el género.
La muestra ambiciona ser lo más extensa posible, y por eso amplía el canon occidental para ofrecer "una historia de múltiples voces" que revisa también la modernidad en Latinoamérica, Asia, Oriente Medio, las comunidades afroamericanas y no se olvida de España. Lekha Hileman ha seleccionado a tres artistas que cuestionaron en nuestro contexto los cánones estéticos: Esther Ferrer, Elena Asins y la catalana Aurelia Muñoz, cuya obra entre la escultura abstracta y el arte textil se puede también disfrutar ahora en la muestra Escultura expandida del Centro Andaluz de Arte Contemporáneo, donde comparte sala con Soledad Sevilla.
Aurelia Muñoz, que estudió tapicería en la Escola Massana de Barcelona, es conocida sobre todo por sus trabajos con el yute y el macramé anudado a mano, con el que en los años 60 y 70 realizó instalaciones y esculturas que evolucionaban en el espacio, desdibujando los límites entre arte y artesanía. "En 1965 su obra se presenta en la Bienal de Lausana (Suiza), donde tuvo una excelente acogida por parte de la crítica. Aurelia Muñoz siempre cuestionó la marginación del arte textil y quiso retirarlo del ámbito doméstico y decorativo. Su consagración llegó cuando el MOMA de Nueva York adquirió en 2019 algunas de sus obras y al año siguiente le dedicó una exposición con una treintena de piezas", detalla Lekha Hileman ante las asombrosas creaciones en yute y sisal que la artista donó al Ayuntamiento de Sant Cugat.
Aurelia Muñoz ejemplifica el fenómeno global que se está produciendo no sólo con respecto al arte textil sino en la valoración de la mujer artista que trabaja en ámbitos ajenos a la figuración o en disciplinas diferentes de la pintura. Sobre estas cuestiones reflexiona generosamente el catálogo de Mujeres de la abstracción, que incluye contribuciones esenciales sobre arte y género a cargo de especialistas como Griselda Pollock o Abigail Solomon-Godeau, entre otras.
"El propósito de esta exposición es ofrecer una mirada muy amplia y global a la idea de la abstracción, que toma muchas formas a lo largo del tiempo y no tiene el mismo significado en 1860 que en 1980. Hemos querido dibujar una nueva línea que toma en cuenta las condiciones, a veces complicadas, de las mujeres artistas, y que empieza antes de que Vasily Kandinsky creara este nuevo vocabulario totalmente no objetivo. Por eso la exposición arranca en el siglo XIX con mujeres artistas que tuvieron un acceso a estos modos de la abstracción aunque nunca emplearon ese término. Reivindicamos así a Georgiana Houghton o Alice Essington Nelson, que desarrollaron en Reino Unido, en la segunda mitad del XIX, estilos abstractos propios en consonancia con sus ideas y actividades espiritistas, una práctica que continúa en Suecia la mucho más conocida Hilma af Klint, que a partir de 1906, influida por la teosofía, comienza a pintar en Estocolmo obras abstractas especulativas y transgresoras en las que explora la trascendencia e intenta hacer visible lo invisible", precisa Lekha Hileman ante El cisne nº 16, una de las obras más misteriosas de Af Klint, que rara vez expuso sus pinturas espirituales.
Christine Macel destaca que, al igual que han remontado los orígenes cronológicos de la abstracción hasta sus raíces espiritualistas, también han cuestionado que el estudio de la abstracción se limitara sólo a la pintura, y de ahí que reivindiquen sus dimensiones ornamentales y performativas. Esto es especialmente evidente en la sección dedicada a las pioneras de la abstracción danzada, como Gret Palucca, que fascinó a la Bauhaus y cautivó a Kandinsky, quien teorizó sobre la precisión y exactitud de sus bailes, a menudo fotografiados por Charlotte Rudolph.
Mujeres de la abstracción también rinde homenaje a las coleccionistas más influyentes del siglo XX, como Peggy Guggenheim o Hilla Rebay, que anticiparon la importancia que tendría la abstracción adquiriendo muy pronto este tipo de obras. Pero sobre todo se pregunta por qué estas artistas fueron ignoradas o subestimadas pese a su papel fundamental como pioneras de la modernidad.
"Salvo en Reino Unido y en la Rusia revolucionaria, estas mujeres no podían estudiar en escuelas de arte y por esa incapacidad de recibir formación profesional tuvieron que buscar qué puertas se abrían a su arte: a veces la encontraron en la danza, y muchas veces en el arte textil", continúa Lekha Hileman. El papel de los tejidos en la historia de la abstracción se enriquece aquí con obras creadas en los Talleres Omega por Vanessa Bell, figura clave del Grupo de Bloombsbury y hermana de Virginia Woolf, o de artistas de la Bauhaus como Anni Albers, y eclosiona con obras de los años sesenta y setenta, cuando muchas artistas crean obras textiles que ya no tienen relación con el muro sino que intentan dominar el espacio. "El lenguaje juega un papel importante: se abandona el término Nueva Tapicería, que limitaba estas piezas a la esfera de la artesanía, en favor de Fiber Art o Arte Textil. Lo vemos en la exposición Wall Hangings que el MOMA de Nueva York inauguró en 1969. Fue la primera ocasión en que se expusieron obras textiles en un gran museo de arte contemporáneo y el trabajo de Aurelia Muñoz supuso una importante aportación", prosigue.
La vibrante escena parisina de los años 50, las luchas feministas de los sesenta o las reivindicaciones de las artistas afroamericanas a partir de la década de 1970, cuando logran cierta visibilidad frente al canon occidental, son también analizados en este asombroso relato coral que homenajea en otro de sus capítulos la alianza entre abstracción, humor y erotismo que, frente a la sobria geometría de sus contemporáneos minimalistas, llevaron a cabo Alice Adams, Eva Hesse o Louise Bourgeois, artistas incluidas por la crítica de arte y comisaria Lucy R. Lippard en su célebre exposición colectiva de 1966 titulada Abstracción excéntrica.
"Exposiciones como esta de Bilbao, con más de 400 préstamos de los principales museos internacionales y de numerosas colecciones privadas, no se ven mucho hoy en día porque además requieren de importantes recursos para la investigación que las origina", consideran las comisarias.
Mujeres de la abstracción reúne los rostros más famosos de la historia de la abstracción del siglo XX, como Natalia Goncharova, Lee Krasner, Lygia Pape, Sophie Taeuber-Arp o Barbara Hepworth, con absolutas desconocidas para invitarnos a reflexionar sobre las condiciones por las que estas mujeres han sufrido tal falta de atención y a mirar la importancia de sus trabajos por sí mismos. Por ello intencionadamente, a la entrada de la exposición, Sophie Macel decidió reunir los retratos de más de 100 artistas "a las que pocas personas serán capaces de ponerle un nombre", un empeño que tiene su correlato en la magnífica exposición que el Guggenheim dedica hasta el 6 de febrero a la pintora Alice Neel, a la que el reconocimiento le llegó muy tarde, tras décadas luchando contra viento y marea.
Otro ejemplo similar lo ofrece aquí la artista cubano-estadounidense Carmen Herrera, cuya obra ha sido relacionada con la de Mondrian o con la de los artistas neoconcretos brasileños Hélio Oiticica y Lygia Clark. "Carmen Herrera nació en La Habana en 1915, se afincó en Nueva York en los años 40 y residió en París entre 1949 y 1954, momento en que abandona la figuración en favor de la abstracción geométrica. Sin embargo, tuvo que esperar cien años, hasta 2016, para que el Whitney Museum of American Art de Nueva York le dedicara su primera retrospectiva internacional", contextualiza Lekha Hilman. Hoy, el MOMA y la Tate Modern se enorgullecen de contar en sus valiosas colecciones con obra suya.
Las mujeres pintoras de la Escuela de Nueva York
El trabajo de las pintoras de la Escuela de Nueva York está presente en la muestra de Bilbao con obras de Lee Krasner, Joan Mitchell, Janet Sobel, Helen Frankenthaler, Elaine de Kooning, Shirley Jaffe o Hedda Sterne, la única mujer que aparece junto a catorce hombres trajeados -Willem de Kooning, Jackson Pollock, Mark Rothko, Barnett Newman, Clyfford Still o Robert Motherwell, entre otros- en la fotografía tomada el 24 de noviembre de 1950 por la rusa Nina Leen para la revista Life, y que hoy es un icono de la historia del arte. Pero aunque no salieron en la foto, estas grandes artistas siempre reivindicaron su trabajo y confiaron en que la historia recuperara su retrato, lo que empezó a ocurrir a partir de los años 70 con la segunda ola del feminismo.
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