Cultura

De los salones a los jardines

Noches en los Jardines del Real Alcázar. Programa: Obras de F. Tárrega, M. Llobet e I. Albéniz. Fecha: Martes, 25 de agosto de 2009. Lugar: Jardines del Alcázar. Aforo: Lleno.

Francisco Tárrega e Isaac Albéniz compartieron en vida cuestiones como ser ambos virtuosos-compositores y el gozar de fama internacional como intérpretes en una vida cuajada de viajes y aventuradas giras allá por los últimos lustros del siglo XIX. Y también coincidieron en el momento (1909) de partir hacia la vida en el recuerdo y la fama, justo hace un siglo. Ambos supieron trascender la música de salón en la que se movieron para conseguir una música que, extrayendo el máximo de las posibilidades de sus instrumentos, alcanzó dimensiones universales. Ambos compositores se convirtieron en los dos polos del magnífico recital de Antonio Duro, con el engarce de Miguel Llobet, discípulo de Tárrega y amigo de Albéniz.

Duro pertenece a una brillante generación de guitarristas que han hecho de Sevilla una de las capitales internacionales de este instrumento. Su interpretación se fundamenta en una solidísima técnica que le permite abordar las partituras desde la seguridad en la pulsación y la limpieza de la emisión. Así, por ejemplo, sobresalió la pureza de sus glissandi, limpios y nítidos en piezas como el Capricho árabe o en Marieta; o la agilidad en los rápidos pasajes de Sevilla. Desde este control de la mecánica del instrumento, Duro puede afrontar la profundización en las obras que interpreta y jugar, por ejemplo, con la diversidad de colores que la guitarra posibilita, como demostró en la Cançó del lladre de Llovet, donde en un par de minutos desplegó una variada paleta de tonalidades sonoras recurriendo a sonidos aflautados, a pasajes en armónicos o a pulsar sulla tastiera. A las piezas de Tárrega les aplicó un fraseo de generoso rubato, recreándose en las frases y en las ligaduras de las notas, en una expresividad lánguida y melancólica que consigue dotar a estas breves piezas de una profundidad y de una carga expresiva que trasciende el perfil salonniére para el que nacieron. Salvo en la sección central del de Albéniz, donde se perdió la continuidad y la hilazón entre las frases, el resto del programa supuso un generoso ejercicio de musicalidad, claridad y transparencia en la exposición de las voces, todo un lujo para este imprescindible ciclo palaciego.

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