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Pablo Barragán | Músico

"A veces he sentido que se me valoraría más si me llamase Paul o Wilhelm"

  • El clarinetista sevillano, afincado en Berlín desde hace un lustro y con una carrera internacional cada vez más respetada, debuta este jueves y el viernes como solista invitado de la ROSS

El clarinetista Pablo Barragán, este miércoles en la azotea de un céntrico hotel de Sevilla, con la Giralda al fondo.

El clarinetista Pablo Barragán, este miércoles en la azotea de un céntrico hotel de Sevilla, con la Giralda al fondo. / Juan Carlos Vázquez

"Tengo una noticia muy buena y otra que no sé si es buena o mala". A Pablo Barragán (Marchena, 1987), clarinetista que primero en Sevilla, luego en Basilea y desde hace cinco años en Berlín se ha ido labrando la reputación de ser uno de los solistas más respetados de su generación no sólo en España sino también en el panorama europeo, le dio "un vuelco el corazón" cuando su representante le anunció la buena: la Real Orquesta Sinfónica de Sevilla quería invitarlo por primera vez a participar como solista en uno de sus programas. "Es uno de los sueños de mi vida, más ilusión no me puede hacer", contestó él. "Y quieren que toques –añadió su representante– el Concierto de Lindberg, ¿lo conoces?". "¡La madre que los parió, no podía ser Mozart, hombre!", exclamó Barragán.

Este jueves y el viernes, junto a la ROSS y con Óliver Díaz en la dirección, el músico marchenero participará en el segundo concierto del ciclo Gran Sinfónico, con las obras Tres pinturas velazqueñas de Jesús Torres, el mencionado Concierto para clarinete y orquesta de Magnus Lindberg –"una locura para todos, para el director, para la orquesta y para mí: te lleva al límite", dice–, y la Sinfonía n. 2, en Re mayor, Opus 43 de Jean Sibelius en los atriles. Del "momento dulce" que él mismo reconoce estar viviendo da buena fe su abarrotada agenda de compromisos, que en los próximos meses lo llevarán a distintas ciudades de Alemania, Francia, Italia, Suiza o Colombia, todo ello reservando algunos días para regresar una vez al mes a Sevilla para dar clases a los alumnos de la Fundación Barenboim-Said, por la que pasó él mismo cuando era más joven, antes de ayer, o sea.

–¿Cómo llegó al clarinete, qué le apasionó del instrumento?

–Por casualidad, realmente. Empecé con el saxo, en la banda de música de Marchena, porque con 5 años los dedos en el clarinete no me llegaban. Al cabo de un año, el director de la banda quiso contar con más clarinetes, y me cambié. Lo que me enganchó fue que me flipaba el jazz.

–¿Me recuerda la edad que tenía usted entonces, por favor?

–[Risas] Unos 6 años tendría. Marchena tenía un festival de jazz bastante potente, era una cosa importante en el pueblo, y mis padres me llevaban a los conciertos. Recuerdo uno que dio una big band con músicos tremendos del Bronx, tan potentes, tan rítmicos... Aquello fue una bomba para mí, a partir de ese momento lo que yo quería era hacer era lo mismo que Benny Goodman, Artie Shaw, Miles Davis, John Coltrane, me ponía a escucharlos e intentaba sacar los solos. Así que el clarinete fue un enlace de lo más natural con esa pasión de mi infancia.

–Ha ido perfilando una carrera de solista. En un mundo tan exigente y competitivo, ¿no se echa de menos el abrigo de un grupo, de una orquesta?

–En realidad el 70 o el 80% de mi actividad es música de cámara, toco muchísimo a trío o con cuartetos de cuerdas y orquestas de cámara... Para mí la música de cámara es el centro de todo, lo que mejor se ajusta a cómo vivo yo la música. En cuanto al rol de solista, en mi caso ha ido saliendo de manera más o menos natural, nunca fue un objetivo en sí mismo, empezó a irme bien por ahí, pero si no hubiese funcionado ese camino, habría cogido otro y estoy seguro de que lo habría disfrutado también. Supongo, también, que el rol de solista va bien con mi carácter porque soy bastante temperamental, me gusta tomar decisiones y estar en primera línea de las cosas, ya sea en la música o jugando al fútbol. Eso sí, prepárate para muchísimo sacrificio y no poder permitirte ni un patinazo. Es lo que tiene estar en primera línea... Pero eso mismo lo hace emocionante. Hay que darlo todo, hay que dejarse el alma, y yo me lo paso genial haciéndolo.

El músico sevillano, momentos antes de la entrevista. El músico sevillano, momentos antes de la entrevista.

El músico sevillano, momentos antes de la entrevista. / Juan Carlos Vázquez

–¿Me explica por qué impone tanto el Concierto de Linderg?

–¡Es una locura! ¡Pero bendita locura! Se toca muy poco porque lleva una orquestación enorme, brutal, es de una complejidad tremenda y además dura 35 minutos, o sea que encima es una obra muy larga. Tiene un punto casi cinematográfico, parece una mezcla de banda sonora de Star Wars con música contemporánea e impresionista. Me he pegado un año yendo con la partitura a todos lados, en las pausas de los ensayos de otras cosas iba estudiando el Concierto. Lleva el instrumento al límite, no en vano Lindberg lo escribió para un clarinetista finlandés, Kari Kriikku, un loco de la colina, un tío superexperimental que ha desarrollado técnicas para conseguir nuevas calidades sonoras, buscando la descomposición del sonido... En fin, va a ser brutal el concierto, es una bomba, y está muy bien además que en el programa se dé esa conexión finlandesa con Sibelius; su sinfonía es preciosa y con ella la ROSS va a poder demostrar de qué madera está hecha: es un portaviones, tiene una calidad extraordinaria.

–¿Con qué clase de repertorio se siente más estimulado?

–Me encanta la música que me da libertad y la que conecta con el público. Amo a Mozart, y a Weber, y las Sonatas de Brahms en la versión de Berio con orquesta... También me molan muchísimo Nielsen, Copeland, este Concierto de Lindberg. Soy de mirar al presente y al futuro, me interesa la música que está mucho más conectada con nuestra forma de sentir, con cómo es ahora el mundo. Me siento cómodo con el repertorio que permite tanto ser salvaje como mostrar mi cara más íntima y los sentimientos más delicados, es decir, la música que te lleva un poco a los límites, que es la que te permite crecer como artista.

–Se dice de usted que es uno de esos jovenes y talentosos músicos andaluces que han roto con los complejos que durante décadas pesaron sobre nuestra música. ¿Usted ha sentido, ante colegas de otros países, el peso de esa tara histórica?

–Sin duda he sentido carencias en el conocimiento de la tradición de ciertas escuelas musicales, lo que me ha obligado a ser diez veces más exigente que alguien que ha mamado esas cosas, cosas como Mozart, pongamos, desde pequeñito y con total naturalidad. Y sin embargo es en España donde con más frecuencia he sentido que se valoraría mucho más lo que hago si en vez de Pablo Barragán me llamase Paul o Wilhelm Schmidt. Pero al final no es mi problema y tampoco digo, cuidado, que no sienta cariño o que no me traten estupendamente aquí.

–Un aspecto importante en una carrera son las grabaciones. ¿Usted para qué quiere que le sirvan sus discos, como tarjetas de presentación para los programadores o para algo más?

–Si yo pudiera elegir, y espero poder elegir, yo quiero hacer grabaciones en directo con correcciones. La música tiene que suceder en el escenario, donde tiene vida con plenitud; el directo para mí es insustituible y creo además que es la única forma en la que los artistas podemos tener no sé si llamarlo una posición de poder o sencillamente la posición que nos corresponde. La industria del disco deja mucho que desear. Se exigen a los artistas condiciones absolutamente desproporcionadas: el sello que no te pide una burrada de dinero, digamos 15.000 euros para sacarte el disco, te pide comisiones por los conciertos que das. ¿Y ese dinero en qué se va a emplear exactamente? Mira: tú puedes poner el micrófono que quieras en el estudio, pero si no hay un músico tocando ahí, entonces no hay nada que vender. Sé que suena un poco... no sé... pero muchas condiciones que imponen los sellos a mí me parecen mafiosas.

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