Snake Eyes: El origen | Crítica

La herencia de unos muñecos

Un fotograma de 'Snake Eyes: El origen'.

Un fotograma de 'Snake Eyes: El origen'.

Es posible que el recurso machacón a los tebeos como fuente de inspiración acabe haciendo tanto daño al cine como las plataformas. Lo que inició artesanalmente Donner con Superman en 1978 -primera adaptación de un cómic que tuvo éxito masivo- y continuó con los Batman de Burton en 1989 y 1992, se empezó a hinchar monstruosamente cuando se perfeccionaron las técnicas digitales y Marvel creó su división cinematográfica pronto asociada a La Fox, Sony/Columbia o Disney. De entonces a hoy, y van más de 20 años, el cine comercial americano del siglo XXI ha estado dominado abusivamente por los superhéroes importados de los tebeos filmados en todas las versiones heroicas o paródicas, cómicas o dramáticas, ligeras o con pretensiones de ópera wagneriana. Sería de esperar que el género se agotara y/o el público se hartara a causa de la explotación intensiva hasta lo abusivo. Pero el filón no se agota, el público responde y las posibilidades técnicas de diversificación de la oferta en series para plataformas, videojuegos o muñecos no cesa de darle fuerza, mientras se mantienen los altos resultados en taquilla. Todo en la industria del entretenimiento, los hábitos de consumo y el imaginario colectivo se une para prolongar su vida. 

Snake Eyes pertenece a la franquicia G.I.Joe: A Real American Hero que ha lanzado muñecos, tebeos, dibujos animados y finalmente películas: G.I.Joe (2009) y G.I.Joe: la venganza (2013), ambas interpretadas por el especialista en artes marciales reconvertido en actor Ray Park, a las que ahora se une esta. Lo que empezó en 1963 con el diseño de un muñeco -las llamadas action figures- que Stanley Weston vendió a la juguetera Hasbro, inicio de la historia de los G.I. Joe de los que viene este Snake Eyes, prosigue, tras haber vivido en dibujos animados para televisión y tebeos, en la gran pantalla más de medio siglo después con tres títulos que de seguro (atención a los créditos finales) serán más.

Esta nueva entrega, que es a la vez un spin-off y una precuela, la interpreta el presentador, modelo y actor Henry Golding, a quien pueden recordar sobre todo de The Gentlemen: los señores de la mafia. La dirige el alemán Robert Schwentke, que se dio a conocer con el thriller Tatuaje que fue también su pasaporte a Hollywood donde ha desarrollado una carrera más bien mediocre (Plan de vuelo: desaparecida, Red, RIPD. Departamento de policía mortal) que lo ha ido derivando del thriller al fantástico hasta perpetrar La serie Divergente: Insurgente y La serie divergente: Leal. Tras ellas volvió a Alemania para rodar su mejor película, El capitán, para regresar a Hollywood y reincidir haciéndose cargo de esta cosita que hoy nos ocupa.

No entraré en el argumento con perfume japonés, que además es irrelevante desde su tópico inicio con tragedia que exige venganza (ahora que los pedagogos quieren exterminar la memoria en el proceso educativo estas series basadas en tebeos exigen un esfuerzo para retener nombres y relaciones que deja en nada la lista de los reyes godos). Los efectos son espectaculares y las coreografías de luchas apabullantes en su perfección. Nada más hay que pedirle.

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