Pasa, con esta adaptación de la novela de Santiago Lorenzo en la que se han embarcado Jordi Galcerán y Jaume Buixó, como que falta algo, que la necesaria búsqueda de síntesis para transformar una novela de éxito en una obra de teatro tiene sus peajes y, aunque, el trabajo evidencia lo arduo de su esfuerzo queda una sombra de que esta historia de un nuevo Robinson Crusoe, de un misántropo moderno que por un percance contra la autoridad abandona la sociedad y acaba en un pueblo de la España vaciada, se acaba quedando más en un divertimento que en una reflexión profunda de nuestra sociedad.

Los adaptadores han coseguido traspasar el estilo literario de Santiago Lorenzo, mordaz, irónico, inventor de palabras a la pieza teatral y aunque la dirección de  David Serrano y la maquinaria inventada por Alessio Meloni, ese libro que se abre y se cierra llevándonos de una casa a otra, se esfuerzan en dinamizar la experiencia escénica hay momentos en los que podemos cerrar los ojos y seguir perfectamente la acción porque el efecto narrativo prevalece sobre el dramatúrgico.

Pero, tenemos a Secun de la Rosa y a Miguel Rellán para suplir en gran medida la génesis novelística. Entre los dos embelesan, siempre contenidos, siempre perfectos, al espectador a los que ofrecen una maravillosa lección de interpretación llena, en muchas ocasiones, de simples matices que hacen cambiar el significado de sus frases.

Esta versión parece dejar toda la inmensa crítica política de la novela en el mismo título: Los asquerosos. Se vuelve mochufa y acaba haciendo unas risas de lo que quería denunciar. O quizás, todos somos mochufas.