Más que una película: el fin de una saga histórica

Star Wars: El ascenso de Skywalker | Crítica

Una imagen de la novena entrega de 'La Guerra de las Galaxias'.
Una imagen de la novena entrega de 'La Guerra de las Galaxias'. / D. S.

La ficha

**** 'Star Wars: El ascenso de Skywalker'. Aventuras-fantástico, Estados Unidos, 2019, 141 min. Dirección: J. J. Abrams. Guión: J.J. Abrams, Chris Terrio. Fotografía: Daniel Mindel. Música: John Williams. Intépretes: Daisy Ridley, Adam Driver, John Boyega, Oscar Isaac, Kelly Marie Tran, Joonas Suotamo, Domhnall Gleeson, Ian McDiarmid, Carrie Fisher.

Primero, contexto. La saga Star Wars, aunque se haya extendido a través de nueve títulos desde 1977 hasta hoy, pertenece a los 70. La trilogía fundadora, hoy conocida como episodios IV, V y VI (1977-1983), no puede entenderse si se desgaja del estimulante contexto del cine americano de esa década. Por ello tampoco podrían entenderse las dos siguientes trilogías de precuelas (episodios I, II y III, 1999-2005) y secuelas (episodios VII, VIII y IX, 2015-2019). Lucas y Star Wars pertenecen a aquella etapa fascinante.

Tras la crisis que siguió al derrumbamiento de la era de los estudios la generación de Allen, Coppola, Lucas, Scorsese y Spielberg marcó –digámoslo así ya que estamos en lo que estamos– una nueva esperanza. Cada año explotaba una película, y con ella un director, que a la vez batían récords de taquilla y obtenían excelentes críticas: en 1972 El Padrino; en 1973 American Graffiti, en 1974 El Padrino II, en 1975 Tiburón, en 1976 Taxi Driver, en 1977 Annie Hall y La guerra de las galaxias, en 1979 Apocalypse Now y Manhattan, en 1980 Toro salvaje y en 1981 En busca del Arca Perdida.

La clave fue la recuperación de los géneros clásicos en su versión cinematográfica y sus derivaciones televisivas, y su fusión con el cine moderno americano e internacional. Innovaban a partir de evocaciones en complicidad con los alborozados espectadores que volvían a asombrarse y divertirse en las salas sin complejo de culpa por pecar contra el cine comprometido. Han sido estudiadas las influencias de las películas de capa y espada, de piratas, del Oeste, de ciencia ficción, de Kurosawa, de Lean, de las series televisivas En los límites de la realidad o Rumbo a lo desconocido, de los cómics de Flash Gordon o de El triunfo de la voluntad de Riefenstahl en Star Wars. Como lo ha sido la operación paralela de reconstrucción de la música sinfónica del cine clásico obrada por John Williams en sus trabajos de aquellos años con Spielberg o en la trilogía fundacional de Lucas.

Por todo ello escribir sobre el cierre de esta saga es hacerlo más de una empresa que ha durado 42 años y del punto final a una aportación considerable a la historia del cine que de un título singular. Sean cuales sean los méritos de El ascenso de Luke Skywalker el contexto en que se integra, el culto que se rinde a la saga y lo que representa para varias generaciones de espectadores excede a sus virtudes o defectos. Quienes eran niños o jóvenes en 1977 son hoy padres o abuelos y sus hijos o nietos conocen de memoria toda la saga a través del vídeo, el DVD, el cómic o los videojuegos. Esto produce una igualación generacional, con todos los matices que se quiera adscribiéndolas a una u otra trilogía, única en la historia del cine. La crítica tiene poco que hacer interponiéndose entre estas nueve películas y los millones de espectadores que han sido fieles a Star Wars a lo largo de cuatro décadas.

J.J. Abrams ha enmendado en esta última trilogía los errores cometidos por Lucas en los episodios I, II y III. Lucas es un gran productor y un extraordinario fabulador, pero un mediocre director que solo ha dirigido seis películas en 48 años. En manos de Abrams la saga cogió su fuerza inicial. Por eso tras el enorme éxito de taquilla y el buen resultado de El despertar de la fuerza, el bajonazo de encomendar Los últimos Jedi a Ryan Johnson (buen director, pero no galáctico) aconsejó volver a llamar a Abrams. Con él la despedida de la saga es sobre todo apabullantemente espectacular y vibrante y juguetona con las pasiones y los dramas. Y esto es lo propio del tono que Lucas le imprimió en los 70 en su origen, por muchos subtextos sesudos, edípicos, feministas o trágicos que le quieran encontrar algunos analistas que pretenden que el camino correcto fue el de Johnson: están de más en esta actualización del cine de barrio, de verano o de sesión doble que es toda la serie Star Wars. La película, además, se beneficia de unas muy buenas interpretaciones de Daisy Ridley y Adam Driver, que tienen la no tan frecuente capacidad de dar peso en pantalla a sus personajes, y de una fabulosa banda sonora del octogenario John Williams que –¡ay!– se despide con ella del universo galáctico y tal vez del cine.

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